Baboso feroz
Nadie tiene por qué tolerar lo que no desea. Me da vergüenza hasta tener que volver a escribirlo
Una noche, ya cincuentona, me metieron mano en una fiesta de esas de barra libre, manga anchísima y lo que pasa en la juerga, se queda en la juerga. Sí, un conocido del gremio, hasta arriba de copas y otras hierbas, se pasó de la raya, me cogió por detrás en la pista de baile, me metió la lengua hasta el tímpano, una zarpa en la cadera y la otra en la falda hasta los glúteos. Una, que tampoco iba del todo sobria, dio un respingo entre la sorpresa y el asco, se zafó como pudo del pulpo y se pasó el resto de la velada huyéndole y sonriendo al tendido. No, no le di un guantazo. No lo delaté. No pedí ayuda. Ni puse el grito en el cielo ni a él en su sitio. Me limité a calmarme, lavarme las babas, correr la voz entre las colegas y convenir con ellas en lo de siempre: hay fulanos que no saben beber y el que sale baboso, babea a la mínima. El fulano, por su parte, siguió babeándole a otras y alguna debió de dejarse porque la última vez que lo vi estaba montándoselo con una en el baño de señoras.
Entiéndaseme: ni voy de víctima ni de santa; estrecheces, las mínimas. Aquella noche no hubo abuso de poder de nadie sobre nadie. Ni mi empleo ni mi futuro dependían de ese tipo; es más, puede que hubiera peligrado más el suyo que el mío si yo hubiera cantado su hazaña en el sitio oportuno. Ni se me pasó por la cabeza, pero también es cierto que, si llego a ir a comisaría a denunciarlo, la Policía se hubiera reído de mí en mi cara. Hasta aquí mi batallita de abuela reportera. Han pasado los años y, probablemente, ahora no me tocaría nadie en una juerga ni queriendo. La mala noticia es que sigue habiendo babosos en todos los oficios. La buena, que las cosas están cambiando. La otra noche, en los Premios Feroz, un productor de poca monta, hasta arriba de todo, se propasó con varios asistentes a la fiesta. Tocó tetas, sobó culos, metió lengua en galillos ajenos sin permiso de sus dueños, según la mujer y los hombres que se atrevieron a denunciarlo, asumiendo el riesgo de que se mofaran de ellos por estrechos y aguafiestas. No es una violación, vale. Es un baboso de libro, de acuerdo. Pero nadie tiene por qué tolerar lo que no desea. Me da vergüenza hasta tener que volver a escribirlo.
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