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Columna
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Españoles

La propuesta de facilitar que gobierne la lista más votada sin posibilidad de pactos supone no sólo una decisión anticonstitucional, sino también un esfuerzo por dejar fuera de las instituciones al 70% de la ciudadanía

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, el pasado lunes en el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz.
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, el pasado lunes en el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz.Román Ríos (EFE)

Me reconozco de manera inevitable como un hombre sesentón. En Artes de ser maduro, Gil de Biedma nos enseñó que envejecer tiene su gracia, igual que aprender a bailar cuando uno es joven. Con la torpeza y las limitaciones de la edad, uno procura acomodarse a la música que suena en las puertas del destino. Yo nací, perdonadme, en un país de voz aflautada y órdenes agresivas en las que un dictador nos llamaba españoles y luego contaba historias oficiales que se parecían poco a la verdadera realidad nacional. La apuesta por la democracia supuso una búsqueda de la España real a lo largo y a lo ancho de sus rincones, matices, ilusiones y olvidos. Haber vivido ayuda a valorar la dimensión histórica de la existencia.

Pérez Galdós tenía mi misma edad, 64 años, cuando en 1907 publicó una carta en El País de entonces para anunciar su paso a la representación política institucional. Cansado de que la palabra patriotismo fuese un arma agresiva, vieja y enmohecida, quiso darle un corazón cívico en contacto con la realidad del pueblo. La política democrática es eso, la apuesta por una vida institucional que responda a las verdades sociales del país que representa. Por eso me ha preocupado desde hace tiempo la voluntad de regresión de una derecha española que, en defensa de unos sectores privilegiados y sin voluntad de convivencia, procura un camino de vuelta: una España oficial ajena a los matices y extensiones de la España real.

La propuesta de facilitar que gobiernen las listas más votadas sin posibilidad de pactos supone no sólo una decisión anticonstitucional, sino también un esfuerzo por dejar fuera de las instituciones al 70% de la ciudadanía. Se trata de un rumbo peligroso. Aceptar las tensiones es la única manera de evitar que las falsas normalidades estallen un día sin control y nos hagan saltar a todos por los aires.

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