Galdós, político y republicano
Una manifestación de estudiantes machacada por las fuerzas del orden cristalizó en su realismo y la urgente necesidad de cambiar el mundo en que vivía
A los tres años de llegar a Madrid, Benito Pérez Galdós fue testigo de algo que le cambió la vida: la Noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865. Las fuerzas del orden machacaron una manifestación de estudiantes de la Universidad Central, donde se había matriculado el escritor. El general Narváez dio orden de aplastarlos y Galdós lo atestiguó y lo contó en La Nación. Apoyaban a Emilio Castelar, defenestrado por ser crítico con la reina Isabel. Las consecuencias de aquella escabechina desgastaron el filo del espadón que tan famoso hizo al general Narváez, trajeron tres años después la revolución de 1868 y catapultaron como figura legendaria a Castelar. Pero también dieron cuerda para que Galdós escribiera algunos de sus Episodios Nacionales y se decantara su conciencia política hacia el republicanismo de izquierdas.
Fue un trauma que le trajo consecuencias: un acusado sentido del realismo y la urgente necesidad de cambiar el mundo en que vivía. La conciencia y compromiso de autor las fue encarrilando primero como cronista, después como novelista y años más tarde como político en activo, muy devoto del proyecto frustrado que lideró en su día Prim, a quien también dedicó una entrega de los Episodios.
Ya en 1886, Galdós fue elegido diputado como candidato del Partido Liberal de Sagasta y por la circunscripción de Guayama, en Puerto Rico, adonde nunca viajó. Aquel ambiente era una mina para sus novelas, pero también para su formación: “¡Lo que allí se aprende! ¡Qué escuela!”, le confesó a su amigo, el escritor Narciso Oller. Eran los tiempos de Castelar o Pi y Margall. Otra cosa para un ensayo cuya función más activa quiso continuar Galdós más adelante.
Fue a principios del siglo XX cuando el autor se acerca a la Unión Republicana que impulsa el viejo Salmerón. Andaban en esos tiempos de refundación buscando su identidad entre la moderación de Melquiades Álvarez y la extravagancia populista de Lerroux, apodado el rey del paralelo. Algunos pensaron que una figura de consenso entre esos sectores podía unirlos y rentabilizar resultados en un tirón electoral. ¿Quién? Galdós…
El maestro compartía puntos clave del ideario: educación alejada de las sotanas, secularización y modernización. Laicismo, democracia, cultura y cuestión social, fueron los puntos cardinales de su ideario y no faltaban como eje de sus discursos. Pero debía dar un paso al frente con consecuencias personales, asegura Francisco Cánovas en su biografía y volvió a las urnas con posiciones más radicales que las mantenía en tiempos de su amigo Sagasta.
Galdós era ya un republicano con todas las letras, próximo a los círculos de Pablo Iglesias, fundador del PSOE o figuras como Gumersindo de Azcárate y su colega el escritor Blasco Ibáñez. Formó parte de la Conjunción Republicano Socialista, de la que lideró una candidatura que obtuvo un 10% de los votos el 8 de mayo de 1910. Galdós consiguió en Madrid 42.247 sufragios, seguido de Iglesias, con 40.696. Fue entonces cuando anunció el declive del sentimiento monárquico en el país, algo que veinte años después desembocaría en la II República.
Su obsesión en ese tiempo fue unir a las fuerzas de izquierda. Los cronistas destacaban en él un fervor veinteañero pese a no hacer alardes de retórica lastrado por su timidez, pero sí discursos claros, directos y agudos. En aquel año, Galdós seguía sus planes con los Episodios Nacionales y le tocó abordar precisamente La
Primera república. Sus éxitos teatrales siempre polémicos seguían manteniéndole en la cumbre aunque estaba por llegar un intenso declive. Las facultades físicas comenzaban a decaer asediado por la ceguera y entre continuar en política o encomendar sus últimas fuerzas a la literatura, eligió lo que debía. Pero en su paso constructivo por la actividad pública contribuyó a perfilar una idea de país basada en el progreso, las libertades, la educación, el laicismo y la cultura que hoy siguen vigentes y necesitarían de líderes como él para fortalecer sus siempre frágiles y amenazadas raíces en un país de rapiña.
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