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Galdós y Cervantes

El escritor decimonónico siguió una estela cervantina presente en muchas corrientes literarias que alcanzan a nuestro tiempo

Miguel de Cervantes en una pintura atribuida a Juan de Jáuregui
Miguel de Cervantes en una pintura atribuida a Juan de Jáuregui
Jesús Ruiz Mantilla

Incluso hoy, en el presente, la influencia universal de Cervantes se multiplica y no deja de regar la literatura de infinidad de lenguas. Al escritor checo Milan Kundera, cada vez que acaba una novela, la única obsesión que le ronda la cabeza queda patente ante una pregunta: si es o no digna de la desprestigiada herencia de Cervantes…

Desprestigiada, dice. Consciente quizás del maltrato que el genio creador español de la novela moderna sufrió al final y durante buena parte de su vida, cuando la pertinaz ruina rondaba la puerta de su casa. A Benito Pérez Galdós le ha pasado lo mismo –murió casi con lo puesto- aunque no son pocos los escritores que nos preguntamos al terminar una novela si será digna de la desprestigiada herencia de ambos autores.

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El pintor estadounidense también toma como referencia a obras de otros artistas, que reinterpreta aplicando su depurada técnica. En la imagen 'Saturno devorando a su hijo' (1819), obra del pintor español Francisco de Goya.
Y España le arrebató el Nobel a Galdós
Dibujo de Juan Comba publicado en 'La ilustración Española y Americana' sobre la inauguración de la actual sede de la RAE el 1 de abril de 1894.
A Galdós no lo querían en la Real Academia

El autor del siglo XIX y XX reivindicaba como padre a Cervantes. Ya desde muy joven concreta sus intenciones literarias en su artículo Observaciones sobre la novela contemporánea en España. Quiere desarrollar una narrativa de costumbres, renovadora, “en la línea del maestro Cervantes”, tal como recoge Yolanda Arencibia en su última biografía, publicada por Tusquets.

De esto, Galdós no se desvía hasta el final de su vida. Sigue reivindicándolo obstinadamente en su discurso de entrada en la Real Academia, titulado La sociedad presente como materia novelable. Ahí concluye sus palabras con el adiós de don Quijote al mundo caballeresco como faro de su intuición y su capacidad de observación: “El ingenio humano vive en todos los ambientes, y lo mismo da sus flores en los pórticos alegres de flamante arquitectura que en las tristes y desoladas ruinas”.

No hizo otra cosa Galdós a lo largo de su carrera que crear personajes en todas las situaciones y escalas de la vida. Retratar un mapa social callejeando sin descanso. Bien en palacios y casonas o en vertederos habitados por sus desheredados, no dejó de plasmar la carne y la sangre de su mundo. También el espíritu y para eso recurría obsesivamente al Quijote, transmutándolo y travistiéndolo a menudo en mujer, como ocurre con Isadora Rufete, en La desheredada, o con Nina en Misericordia. Alonsos Quijanos y Sanchos femeninos, aparte de otros descendientes masculinos extraídos de la genética cervantina, como también lo son el cura Nazarín –digno precedente de la Teología de la Liberación o los curas rojos del final del franquismo y la Transición- o el don Lope de Tristana.

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Es algo que ha analizado María Zambrano como muy pocos desde el aliento filosófico. En La España de Galdós (Alianza) su visión de la presencia del Quijote en las páginas galdosianas es tan sugerente como certera. La autora equipara la propia suerte de su país a la esencia quijotesca, como si su propia historia respondiera más a las reglas de la ficción que a la pura realidad: “Su suerte, ¿cuál? ¿No será esta de pertenecer a un mundo en que la historia se ha convertido en novela? Como si ella, España, hubiera corrido la suerte de Don Quijote y la historia se le hubiera convertido en novela. El mundo de Galdós es consecuencia de que Don Quijote no haya podido ser otra cosa en el mundo –en la historia- que personaje de novela”.

Y así es, como ella dice, viene a suceder en nuestro país algo extraño: que la novelería misma tenga siempre carácter quijotesco y la irrealidad también. Eso explica cada semana que cada vez que leemos un periódico sufrimos un síndrome constante que no sabe distinguir la perpetua confusión entre realidad y ficción. Cervantes y Galdós son cómplices en esto a la hora de trazar sus historias. Y así es como han trascendido al mundo como clásicos estudiados y leídos. Ambos conforman una mirada abierta fuera de sus fronteras, que repelía el ombliguismo ibérico: Cervantes imbuido del espíritu humanista europeo de su tiempo explicó como nadie su realidad nacional. Galdós, fijándose en las corrientes coetáneas universales modernizó la manera de contar historias en España con un influjo que aun, en el presente, cuesta superar.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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