Del origen obrero de los años sesenta al tiburón inmobiliario y al okupa: la crisis de la vivienda en una casa de Vallecas
Los habitantes de una modesta construcción en la zona de Palomeras resumen el cambio que vive el mercado inmobiliario más allá de la M-30


En Historia de una escalera, Antonio Buero Vallejo retrata un país y una sociedad a través una vecindad en un barrio pobre de Madrid. A lo largo de tres generaciones, la obra describe una España sin más futuro que el vecino de enfrente y en donde en cada casa intercambian y se repiten los errores y las frustraciones que han hundido una y otra vez a la siguiente generación. La obra, estrenada en 1949, marcó el comienzo de una nueva etapa del teatro de posguerra conocido como el teatro de la “frustración social”. Sin necesidad de cambiar de etiqueta, una sencilla casa situada en el número 9 de la calle Pedro Escudero de Vallecas resumen el camino que ha seguido la vivienda en Madrid más allá de la M-30 y el estado de ánimo de sus vecinos.
Se trata de una construcción de dos alturas y tres ventanas, un patio y techo a dos aguas en el distrito de Puente de Vallecas. Una como tantas otras del barrio de Palomeras Bajas, construidas en los años sesenta. Sin embargo, desde hace algunos años la vivienda comenzó a transformarse tan rápido como el barrio y, donde antes había un taller mecánico y dos viviendas, ahora hay tres apartamentos y nueve habitaciones por la que se pagan 750 euros mensuales por habitación. En la calle donde antes había negocios familiares, ahora hay un fondo inmobiliario, empleos precarios y emigrantes esperando sus papeles. Para remate, desde hace una semana, la casa también tiene su okupa.
Atrapada entre las calles Arroyo del Olivar y la avenida de la Albufera, la antigua carretera de Valencia, Pedro Escudero número 9 se construyó en 1964. Por aquel entonces, Palomeras Bajas estaba formado principalmente por casas, huertas y calles sin asfaltar. La electricidad y el metro acaban de llegar al barrio, pero el agua y los grifos en casa aún tardarían en llegar.

En el bajo comenzó a funcionar un taller mecánico y, en la casa vecina, una imprenta. “Era un barrio obrero. Todos éramos obreros”, recuerda Luis González, el mecánico que gestionó el taller durante los últimos 36 años. Desde 1984 hasta 2020, pagó el alquiler al dueño que vivía encima hasta que, con la llegada de la pandemia, echó definitivamente el cierre. Unos años antes lo había hecho la imprenta, mientras el barrio iba cambiando de rostro. Se abrían locutorios, surgían negocios de comida latina y los bares, que antes tenían torreznos, ofrecían ahora tequeños.
Madrid empezaba a salir de la pandemia cuando el sur de la ciudad se convirtió en un chollo para los especuladores. Con el centro saturado, en distritos como Vallecas los precios de la vivienda comenzaron a subir. Uno de estos cazadores de gangas fue el hispano argentino Carlos Scafati, quien, al frente de su inmobiliaria llamada 9 de diciembre de 2018, adquirió la casa y comenzó con las reformas. El primer paso fue convertir el taller en una vivienda. Puso una pared en la entrada, adaptó las ventanas y pintó la fachada. En pocos meses, donde antes se cambiaban bujías, ahora había una vivienda lista para ser alquilada.
En el primer piso, la vivienda unifamiliar se convirtió en cinco habitaciones donde cocina y baños son compartidos. Y la fachada, que tenía dos ventanas, son ahora tres puertas que dan acceso a un balcón que se oferta en varias plataformas como el principal atractivo de unas “habitaciones dobles” a 750 euros mensuales. También al patio se le saca jugo. La vieja caseta son ahora cuatro habitaciones más. Vista desde fuera la construcción, solo el bordillo rebajado de la acera y las fotos de Google Maps recuerdan que ahí había un taller.
Actualmente, la vivienda se alquila a perfiles variados: un trabajador de Glovo, un emigrante sin papeles, un dependiente… Las habitaciones se ofrecen para un alquiler temporal, una de las principales vías de los propietarios para evitar la ley estatal de alquileres y la Ley de Vivienda, y exprimir al máximo la rentabilidad de los pisos. Este tipo de contratos bordean la legalidad, pero es la fórmula que más interesa a quien no tiene la documentación en regla. “Hay vida más allá de la M-30″, dice un enorme cartel de Idealista en el norte de Madrid. Según este portal, en Vallecas alquilar un piso de 70 metros cuadrados costaba hace 10 años 630 euros y ahora ronda los 1.000.
El resultado es que donde había negocios familiares y dos viviendas, ahora hay un enjambre de habitaciones que pueden dejar hasta 10.000 euros mensuales y que Scafati, que empezó teniendo la oficina en San Blas, acaba de mudarse a una elegante oficina frente al cine Barceló, en la zona de San Bernardo.
En paralelo, la evolución de la zona retrata la crisis de la vivienda y la destrucción del pequeño comercio. En 2022, el primer año de normalidad tras la pandemia, cerraron cinco locales cada día y más de 1.800 se convirtieron en pisos. El año pasado, el Ayuntamiento tramitó medio centenar de expedientes para transformar locales en vivienda, una cifra ridícula que contrasta con lo que se ve en la calle. En el catastro, el número 9 de la calle Pedro Escudero sigue siendo una casa familiar con un patio y un local comercial.
Por si a la escalera de Pedro Escudero le faltara algún actor por aparecer, esta semana apareció un okupa. El local llevaba casi un año vacío cuando Aitor, desempleado y viviendo con su madre y cuatro hermanos más en Vallecas, decidió meterse ahí respaldado por la PAH, la plataforma antidesahucios de Vallecas, la asociación más reivindicativa y radical en sus exigencias sobre vivienda que ha logrado frenar muchos desalojos gracias a su red de apoyo. “Ni gente sin casa ni casas sin gente”, dice Aitor para reivindicar la ocupación de viviendas vacías, unas 260.000 en la Comunidad de Madrid, según el informe Situación de la vivienda vacía en España realizado por el Servicio de Estudios Tinsa.
Dos días después de que Aitor ocupara el lugar, dos hombres llegaron hasta su ventana. Se presentaron, extendieron la mano a través de la reja para saludarlo y, cuando lo tenían agarrado, lo encajaron contra el hierro. “O sales o te mato”, le dijo el más alto. “La próxima venimos con machetes”. Este viernes volvieron a la carga, pero esta vez no eran ellos, sino una empresa seria de desocupación, DIO Express, que ofrece en su web recuperar una vivienda en 24 horas y dice recibir casi 200 llamadas preguntando por sus servicios. Esta vez eran seis hombres de aspecto poco amistoso que le exigieron nuevamente salir de la casa. “¿Qué casa?”, respondió Aitor desde el otro lado de la puerta, refiriéndose al viejo taller. En el teatro de la frustración de Pedro Escudero número 9, el okupa es el último en llegar a la escalera de las irregularidades.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
