_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Salud e ideología

La “ideologización” usada como insulto por la ultraderecha es una estrategia para desactivar luchas

Concentración este domingo en Madrid en apoyo de la huelga de médicos y pediatras de Atención Primaria.
Concentración este domingo en Madrid en apoyo de la huelga de médicos y pediatras de Atención Primaria.Fernando Villar (EFE)
Marta Sanz

La salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. La salud y su definición, según la OMS, son ideológicas y, además, forman parte de esos valores tan asumidos por nuestra cultura, que ya no se entienden como ideología, sino como sentido común. En otros momentos, las aspiraciones sociales y políticas de sentido común no estaban centradas en la salud —o se basaban en otro concepto de salud— y derivaban en empeños místicos, esteticismos de la enfermedad o exaltaciones del placer: mortificación de la carne; románticos atracones de vinagre; vive deprisa, muere joven y ten un bonito cadáver; el lado salvaje de Lou Reed… Hoy necesitamos reivindicar ideológicamente la salud porque, desde el neoliberalismo, se convierte en un asunto de desigualdad, asimetría e interés económico. Y porque eso que llamamos sentido común siempre implica un posicionamiento ideológico ante la realidad. La “ideologización”, usada como insulto por una ultraderecha aséptica de ideología —¡ja!—, es una estrategia para desactivar luchas: una manifestación y una huelga en defensa de la salud se desvincula de ella y solo es martillo del sindicalismo a fin de acabar con el Gobierno de Madrid —nunca estuvo mal matar dos pájaros de un tiro—; o una ley de memoria democrática se transforma en estilete para, con gran perversidad por parte del rojerío, reinterpretar como trauma histórico lo que tan solo es una pelea de abuelos. La ideología socialcomunista merece ese nombre terrible —lo ideológico se identifica con la maldad del Fumador en Expediente X—, mientras que la privatización de la sanidad no se considera una acción ideológica, sino una medida natural. También ciertas formas de restañar las heridas de una guerra se legitiman frente a otras: considerar que los dos bandos fueron iguales, olvidar 40 años de represión, negarles a las familias de las víctimas el derecho de enterrar a sus muertos, parecen fórmulas de normalización “democrática” frente a la obcecación de quienes luchan por la memoria, la justicia y la reparación moral y patrimonial. La ideología es mala tal como se deduce de estas palabras del presidente del Colegio de Veterinarios de Córdoba: “Para la ley de bienestar animal no se ha contado con los veterinarios porque es una ley ideológica”. No contar con la profesión veterinaria para la redacción de una ley que afecta a los animales puede ser un error, pero descalificar una ley por ser “ideológica” o pensar que la “gestión” está exenta de ideología es malintencionadamente naíf. Como lo es que la propia izquierda, afectada por estas demonizaciones de la palabra que lo son del pensamiento, tilde de no ideológica una manifestación o una huelga en defensa de la sanidad pública. Es ideológica. Se defienden los valores y servicios que, desde el neoliberalismo, se dinamitan: salud como derecho universal, derechos de trabajadores y trabajadoras de la salud, la no identificación de la salud con la edificación de hospitales vacíos que benefician a las constructoras. Recordemos el concepto de salud —saludablemente ideológico— de la OMS y cómo el socialcomunismo siempre lo ha defendido. Quizá así una jueza no retiraría cautelarmente el sello conmemorativo de un PCE sin el que la democracia en este país sería impensable ni un partido de ultraderecha, con tintes fascistas y franquistas, contaría con 52 escaños en el Congreso.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_