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Un Congreso del Partido Comunista chino obsesionado con la supremacía tecnológica

El informe del presidente Xi Jinping da continuidad a las políticas económicas ya en marcha, que buscan garantizar la autosuficiencia y la seguridad nacional

Tribuna Alicia García Herrero 25 octubre
Raquel Marín

Después de meses de meticulosa —y también angustiosa— preparación, el presidente Xi Jinping, arropado por los principales dignatarios del Partido Comunista de China (PCCh), inauguraba el vigésimo Congreso del Partido con su informe de evaluación del último quinquenio y las grandes líneas de los próximos cinco años. La dificultad estriba no solo en que este es ya un tercer mandato, lo que no habría sido posible si Xi no hubiera eliminado el límite de dos mandatos que estableció Deng Xiaoping para asegurar la renovación de los cuadros del partido. También el entorno externo es mucho más difícil que hace cinco años, puesto que Estados Unidos y, más recientemente, la Unión Europea y Japón, consideran a China un rival sistémico de manera abierta. Adicionalmente, el periodo de bonanza que al principio acompañó al Gobierno del presidente Xi ya ha quedado atrás, con una ineludible desaceleración estructural de la economía china. Como si esto fuera poco, las restricciones relacionadas con la política de la covid cero que el Gobierno chino ha decidido mantener, junto con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, han puesto a China en un verdadero brete, hasta el punto de que el país va a cerrar con un crecimiento del PIB de menos del 3%, muy similar al nivel de 2020, cuando estalló la pandemia.

En este contexto, parece importante valorar cuáles son las grandes líneas de acción anunciadas por Xi Jinping. La primera es que la política “dinámica” de covid cero sigue vigente, sellada por el éxito en salvar vidas respecto al caos de Occidente. Lógicamente, la palabra “dinámica” debería dar algo de juego pero es preocupante que el presidente no haya desvelado ninguna iniciativa que haga posible la apertura, como puede ser el acelerar la vacunación que lleva estancada desde hace meses, o la importación o producción de vacunas ARNm en China. El hecho que Shanghái acabe de anunciar la construcción de un centro de cuarentena con más de 3.000 camas no es un buen presagio para los que cuentan con que China empiece a convivir con el virus.

Más allá de la política de covid cero, el concepto más importante que Xi Jinping recalcaba en su informe es el de la modernización de China. Modernizar China no es una idea nueva. De hecho, fue un objetivo expresado en informes similares por Mao Tse Tung y Deng Xiaoping pero siempre en momentos complicados de la historia de China. En el caso del presidente Xi, el concepto de modernización tiene una lectura económica: ascender en la escala tecnológica hasta llegar a la autosuficiencia. Esto significa que China continuará utilizando la política industrial para apoyar sectores clave, aunque por cierto ninguna mención se haya hecho a la misma en el discurso de Xi. Dicha política industrial no se va a contentar con ofrecer subsidios a empresas locales, sino que seguirá apoyándose en la adquisición de tecnología en el exterior. Esto debería ser un importante aviso a navegantes para Europa, puesto que sigue siendo el lugar donde la tecnología es más fácil de adquirir, respecto a las enormes barreras a la transferencia de tecnología desde Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, etcétera. Las acciones recientes adoptadas por Washington para intensificar los controles de exportación de semiconductores a China son un revulsivo adicional para que China acelere su transformación tecnológica y elimine los cuellos de botella, siendo los semiconductores avanzados el más evidente de ellos. En otras palabras, la amenaza de contención estadounidense, cada vez más real, se lee como una justificación del tono introspectivo de Xi Jinping sobre la economía china y su ambición por alcanzar una hegemonía tecnológica.

En tercer lugar, el crecimiento económico no ha sido clave en absoluto en el discurso de Xi y cuando se ha mencionado, siempre ha ido acompañado de la palabra “equilibrado”. En particular, mientras Xi Jinping mantiene la ambición de que China llegue a doblar su renta ante de 2035, dentro del plan de modernización conocido como el “sueño de China”. La clave es cómo llegar allí. El crecimiento equilibrado es fundamental, pero la lectura no debe ser el viejo “reequilibrio”, entendido como el consumo como motor de crecimiento más importante, sino más bien gracias al desarrollo tecnológico. Incluso la búsqueda de la “prosperidad común”, concepto que Xi ha estado empujando en el último año, apenas recibe atención en el discurso del presidente porque China, por mucho que le preocupe la desigualdad en el acceso a los recursos, ha dejado claro que no pretende construir un Estado de bienestar del tipo del que tiene Europa para hacer operativa la prosperidad común. Su objetivo, según palabras de Xi, es aumentar el papel del Estado/partido para “regular” la acumulación de riqueza. Esto debería ser una señal de advertencia para las clases pudientes en China y para el sector privado. En este sentido, el equilibrio entre la economía de mercado y la impulsada por el Estado se inclina cada vez más hacia esta última, ya que la expresión “economía de mercado” también está menos presente en el discurso, mientras que el papel de la innovación impulsada por el Estado se destaca de manera prominente.

En general, el informe del presidente Xi que dio inicio al Congreso del Partido Comunista de China no es solo una continuación de las políticas económicas ya en marcha en el país, sino que redobla los esfuerzos por alcanzar la hegemonía tecnológica, que permita la autosuficiencia y garantice la seguridad nacional.

Un corolario importante de este discurso es si estos objetivos tan ambiciosos son factibles con los instrumentos con los que cuenta China. El rápido debilitamiento del yuan a medida que se acercaba el Congreso y la cautelosa reacción del mercado al discurso del presidente Xi son señales de los costes potenciales asociados a una China más introspectiva. Los mercados también esperaban una señal de que la política de covid cero se levantaría, aunque fuera gradualmente, pero no se ha producido, lo que echa más leña al fuego sobre el giro introspectivo que ha dado el país. Aunque todo esto es preocupante, y no augura nada bueno para su economía, no debemos olvidar que China —aun creciendo poco— es un mercado enorme, que el resto del mundo está en una situación muy difícil en este momento, lastrado por la inflación y, en el caso de Europa, además por la guerra y la crisis energética. En ese contexto, los inversores internacionales podrían no reaccionar excesivamente a una China que busca la autosuficiencia, pero es cierto que esta dirección parece estructural al menos mientras el presidente Xi siga en el poder, mientras que la inflación en la Unión Europea quizás sea más temporal, por no hablar de la guerra en Ucrania. Lo que parece claro es que la rivalidad sistémica entre China y Occidente estaba aquí antes del Congreso del PCCh y está para quedarse y que China va a seguir viniendo a Europa, con la cartera llena, a adquirir tecnología. No hay lugar más fácil para hacerlo.


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