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columna
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Xi Jinping, la sucesión es el sistema

No cabe imaginar que los reyes absolutos y los emperadores se sometan a ideas peregrinas como la dirección colegiada, la limitación de mandatos, el relevo generacional o la edad de jubilación

Xi Jinping
Discurso de Xi Jinping durante el Congreso del Partido Comunista de China, este domingo.Ju Peng (AP)
Lluís Bassets

La clave no es quién manda, sino cómo y quién sucede a quien manda. Los fundamentos de cualquier régimen se manifiestan en el momento de la sucesión, cuando hay que sustituir por muerte, enfermedad o renuncia a quien detenta el poder supremo. Donde el poder está dividido y repartido, caso de las democracias, son las urnas las que determinan quién va a mandar a continuación y durante cuánto tiempo. El poder absoluto, en cambio, lleva a la mayor indeterminación, e incluso al caos y a la guerra civil.

El tiempo tasado, los límites de mandatos y la posibilidad de la destitución por las urnas u otros procedimientos más severos no son adecuados para un emperador todopoderoso, que quiere ser tratado como si fuera inmortal. No hay jubilación ni reposo para los seres supremos. Si se organiza la sucesión a la luz pública, se convierte en un atentado al poder absoluto y en una invitación a la deposición prematura, antes de que la muerte, la única regla universal, sea la que decida.

Los reyes absolutos y los emperadores mueren en la cama o por el puñal. No cabe imaginar que se sometan a ideas peregrinas como la dirección colegiada, la limitación de mandatos, el relevo generacional o la edad de jubilación. Ni siquiera las suelen aceptar los figurantes hereditarios sin poderes que simbolizan el poder soberano de Estados perfectamente republicanos en su funcionamiento parlamentario y liberal.

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Al pragmático y astuto Deng Xiaoping, líder de la segunda generación comunista, no se debe tan solo la apertura de China y la economía socialista de mercado, sino algo tan sustancial como la imposición de unos principios de sucesión estables. Fueron una acotación al poder absoluto y al culto a la personalidad, que empezaron a restaurarse en 2018, cuando el XVIII Congreso del Partido Comunista eliminó la limitación de mandatos para Xi Jinping.

Solo dos sucesores de Deng los habían cumplido hasta entonces. Jiang Zemin y Hu Jintao dejaron sus funciones pacíficamente tras dos mandatos al acercarse a los 70 años. Fueron la tercera y la cuarta generación. Con la quinta en el poder desde 2012, ha regresado la autocracia absoluta. La dirección colegiada ha pasado a la historia con alguien que ya se ve a la altura de Mao Zedong y que no piensa en jubilarse al cumplir la edad reglamentaria.

Este XX Congreso le da un tercer mandato a Xi, y consagra así su presidencia vitalicia. No habrá señalamientos del sucesor como en congresos anteriores. A Xi se le señaló en 2007 y fue elegido en 2012. En 2018 ya no se señaló a nadie y si ahora alguien queda marcado lo más probable es que no llegue a la cumbre.

Nadie sabe a partir de ahora cómo será la sucesión. Si no hay un golpe de palacio, el emperador morirá de viejo y pasará del trono al panteón junto a la momia de Mao en la plaza de Tiananmen. Y también le seguirá el correspondiente caos sucesorio.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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