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TRIBUNA
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Volvamos al mercantilismo y a los bloques comerciales

Occidente debería abandonar la globalización porque no ha sido buena económicamente para sus clases medias y ayudó al ascenso de China, pero tiene que explicar ese giro ideológico al resto del mundo

Globalización
Instalaciones de carga del puerto de Shanghái.

Recientemente, asistí a la presentación del libro de Rana Foroohar en Nueva York. Foroohar ha publicado un nuevo e importante libro, Homecoming, que disecciona la globalización tal como la conocemos y mira hacia el futuro. No he leído el libro y ni siquiera le he pedido a Foroohar un ejemplar gratuito: la razón es que sé cómo les cuesta a los autores escribir bonitas dedicatorias en medio de una presentación, y no me apetecía imponérselo a Foroohar. Además, creo que puedo permitirme comprar el libro. Pero he leído sus artículos en el Financial Times, y me dijeron en el acto que tenía un importante artículo en él. Así que compré el FT. Este es el artículo de Foroohar.

El punto de vista de Foroohar no es nuevo, pero está contado con una claridad inusual y llega en el momento adecuado. Occidente debe abandonar la globalización. En lugar de ella, Occidente debe volver a los bloques comerciales, en este caso creados entre las naciones que comparten ciertos valores políticos e intereses geopolíticos. Debería utilizar el friendshoring, el nuevo término inventado por Chrystia Freeland, la vice primera ministra canadiense, cuya reciente charla en la Brookings Institution de Washington cita Rana Foroohar.

Hay dos razones por las que Occidente debería abandonar la globalización. La primera es que no ha sido buena, económicamente, para sus clases medias. El “gráfico del elefante”, elaborado originalmente por Christoph Lakner y por mí, lo explica en pocas palabras: el periodo de alta globalización entre 1988 y 2008 fue bueno para las clases medias asiáticas y para el 1% más rico del mundo, pero no para las clases medias occidentales. En segundo lugar, desde el punto de vista geopolítico, la globalización ayudó al ascenso de China, que ya es, pero lo será aún más en el futuro, el principal competidor militar y político de Estados Unidos. China representa hoy el 21% del PIB mundial frente al 16% de Estados Unidos, mientras que en 1988 los porcentajes eran respectivamente del 3,6% y el 20%.

Ahora bien, estos dos argumentos por los que la globalización debería ser desechada en favor de los bloques regionales tienen mucho sentido desde el punto de vista de los intereses políticos de los gobiernos occidentales. La idea fue, para gran disgusto de los liberales estadounidenses, planteada por primera vez por Donald Trump. Ahora, los liberales, en este aspecto como en varios otros, están felices de seguir los pasos de Trump.

El problema es cómo explicar este giro al resto del mundo. La narrativa occidental se ha construido desde 1945 precisamente sobre el punto de vista opuesto: el comercio abierto ayuda a todos los países y conduce a la coexistencia pacífica. Aunque no es necesario suscribir la visión Montesquieu-Bloch-Doyle del comercio como motor de la paz, los argumentos económicos a favor del comercio abierto siempre fueron sólidos. China, India, Indonesia, Vietnam y Bangladés los hicieron aún más fuertes.

Ahora, el Occidente que fue el principal campeón ideológico del libre comercio se ha agriado porque ya no funciona a su favor. Pero que funcione o no es, desde una perspectiva global, irrelevante: la idea del comercio abierto no se basaba en los beneficios particulares de una parte —como el mercantilismo—, sino en los beneficios mutuos para la mayoría. Nunca se pensó que los beneficios involucraran a absolutamente todo el mundo, pero la idea era que las partes perdedoras fueran compensadas internamente, o al menos que no se permitiera que sus pérdidas particulares desbarataran todo el proceso.

Ahora se nos dice que tenemos que volver a la mesa de debate. Pero no se nos permite llamar a estos retrocesos por su verdadero nombre. Su verdadero nombre es bloques comerciales. Ya han existido antes: se llamaron preferencias imperiales del Reino Unido, zona de coprosperidad de Japón, zona centroeuropea de Grosse Deutschland, Consejo Soviético de Asistencia Económica Mutua... También respondían a los intereses geopolíticos de los países que las introdujeron. Durante 80 años se les consideró ideológicamente retrógrados, parte de las políticas cuasi autárquicas de “empobrecer al vecino”. Ahora, debemos creer que el friendshoring es algo diferente. No lo es. No es más que mercantilismo con un nuevo nombre y bloques comerciales con un disfraz diferente.

Hay un problema adicional. Occidente estaba “a cargo” de la ideología económica dominante. Esa ideología impregnaba todas las organizaciones internacionales. Si Occidente apuesta ahora por el friendshoring, ¿cómo va a explicar el FMI a Egipto, Paraguay, Malí e Indonesia que deben seguir con el comercio abierto? Si a la globalización se le atribuye (con razón) el aumento de los ingresos en Asia y la mayor reducción de la pobreza mundial de todos los tiempos, ¿vamos a dar ahora marcha atrás en las políticas sobre la pobreza mundial y a argumentar que los bloques comerciales regionales deben convertirse en la base económica de la que partir? ¿Quién va a decir esto al FMI, al Banco Mundial y a la OMC?

Si Occidente abandona la globalización, es totalmente comprensible desde la perspectiva mercantilista de la grandeza nacional. Colbert lo aprobaría. Pero no hay que engañarse creyendo que al resto del mundo se le puede dar la vuelta a la tortilla y no se dará cuenta de la importancia del cambio ideológico que ello supone. Y que no se preguntará si el impulso inicial que abogaba por la apertura económica no se basaba en preocupaciones geopolíticas que ahora se encuentran en desuso.

Simplemente, no se puede mantener la validez universal de una ideología que no se sigue.

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