Cuando abucheas a tu propia heroína ‘indepe’
Forcadell fue abroncada el sábado porque, fiel a ERC, propugna replantear los ritmos y modos de la estrategia hacia la separación, o mejor, porque la experiencia la ha convertido al realismo
Cuando abucheas a quien era tu propia heroína es que estás sensorialmente acabado. Y cuando los pitidos y gritos son colectivos, a centenares de bocas, es que tu proyecto colectivo ha caído en una irremisible miseria moral. En esa esterilidad de la que nada puede nacer.
Eso sucedió el sábado en un festival unitario indepe para celebrar los cinco años del fiasco del 1-O secesionista. Los de Junts abroncaron a la entonces presidenta del Parlament, Carme Forcadell. La silbaron, le interrumpieron el habla, la censuraron. Sólo porque, fiel a Esquerra, propugna replantear los ritmos y modos de la estrategia hacia la separación, o mejor, porque la experiencia la ha convertido a un realismo.
De nada le valió ante el fundamentalismo su histórico-patética apelación a Artur Mas —”president, posi les urnes”— que tanto había celebrado la peña... y no las ponía. De nada haber propiciado las leyes ilegales de septiembre de 2017, que golpearon el Estatut y la Constitución sin conseguir ni cinc cèntims. De nada tampoco su pesaroso trienio en la cárcel, mientras la que más sonreía ante su abucheo, su sucesora al frente del Parlament (pero esta, destituida por presunta corrupción), Laura Borràs, se dedicaba a trocear contratos ilegales para sus amiguetes narcos o a patrocinar a su mayordomo Francesc de Dalmases, especialista en amenazar y brutalizar a periodistas (mujeres, claro), viril carrerón para qué galán.
La historia del periclitante procés es una secuencia de sonoros vacíos labrada a fuerza de “héroes desgraciados” convertidos en ocasiones en “traidores lúcidos”, como escribió con agudeza el protomártir al que ahora sucede Forcadell, Santi Vila (De héroes y traidores, Península, 2018). Salvo que seas implacable, es difícil no sentir empatía por los juguetes rotos. Hacia los no muy listos que, por voluntariosos, se desploman entre risas sarcásticas de inquisidoras corruptas. Incluso aunque su gestión pública no amerite más que crítica. El día en que el liberalismo de las luces vuelva a imperar en Cataluña como cultura hegemónica, y no el autoritarismo endogámico y autárquico de la ancestral patria supremacista, habremos pasado página. Pantalla, que dicen.
Quizá no esté lejos. De la miseria moral exuda la deslealtad. Y parece que el poder real actual en la exfamilia indepe no está dispuesto a tolerar más zancadillas desleales. Así sea.
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