La Mallorca de las piscinas
Son el ejemplo de un modelo de desarrollo que ahoga la isla: la sobreexplotación de recursos causada por los negocios turístico e inmobiliario
Es un libro tan revelador como lo sigue siendo La España vacía. Porque también La España de las piscinas visualizó lo que existía y nadie había sabido contar. El ensayo de Jorge Dioni evidenció la correlación entre modelo de urbanismo, cohorte generacional y opción política. Analizaba zonas donde el confort residencial llegó antes que los servicios públicos, toda vez que allí se han instalado familias con ingresos suficientes para pagar seguro médico y enseñanza privada. Al conceptualizar dicho fenómeno permitió comprender mejor la compleja realidad del país. El símbolo de esa España son las piscinas.
A mediados de julio, Manel Riu geolocalizó el fenómeno a escala catalana para el digital Crític. Aparte de algunas poblaciones dedicadas al turismo de masas, como Lloret o Calafell, las tipologías de municipios donde las piscinas se cuentan por centenares son dos: las ciudades donde viven y donde veranean los ricos. Sant Cugat —la localidad más rica de entre las 50 más grandes de Cataluña— tiene 4.867 (5,18 por cada 100 habitantes). En la marinera Begur, en la zona más exclusiva de la Costa Brava, 1.804 (prácticamente una por cada dos habitantes).
Si en Cataluña las piscinas cartografían un mapa de la riqueza, en Mallorca son la demostración de cómo su modelo de desarrollo ahoga la isla: sufre más y más la sobreexplotación de recursos causada por los negocios turístico e inmobiliario.
Tras el paréntesis vacacional por la pandemia, este verano parte de su población ha experimentado “angustia residencial” (la expresión es de Pere Salvà, catedrático de Geografía Humana). Lo cuenta y fotografía la prensa regional. No se trata de un problema de playas saturadas. Es el récord de vuelos y la contaminación expulsada por cruceros, son parkings colapsados y transportes públicos desbordados, la pérdida de posidonia, las madrugadas de desmadre que impiden dormir a los vecinos o calles llenas de basura en las zonas de fiesta. Es la obscenidad de la dejadez.
La siempre pospuesta reestructuración del sector no se ha producido. Ni se la espera. Lo de siempre es un modelo que posibilita el crecimiento del PIB de la región, al tiempo que muchos de sus habitantes cada vez son más pobres: el empresario turístico cobra poco por estancia, pero se forra con el sobreturismo y pagando sueldos bajos. Lo nuevo, y son datos de este verano, es la forma de alojamiento alternativa. Más de la mitad de los visitantes ya no duermen en hoteles, sino que alquilan casas o pisos, lo que ha disparatado un mercado inmobiliario que gana por el lujo y sabe que nada es más atractivo para el otro turista, el de campo y el de Palma, que la suma de playa y piscina.
La tensión entre esta dinámica económica y la angustia social tiene su traslación literaria en ficciones de escritores mallorquines en las que flujos turísticos se cruzan con imaginarios y vivencias traumáticas —como estudia el profesor Guillem Colom, de la Universidad de Glasgow—. Pero, además, este verano ha confluido con la cotidianidad de lo que venía advirtiéndose desde hacía décadas. Olas de calor, incendios, sequía. Una realidad que en Mallorca se solapa al consumo estratosférico de energía (lo vio la vicepresidenta Teresa Ribera en Menorca), productos químicos, territorio y agua. Porque no paran de construirse piscinas.
Hace cuatro años, se dio a conocer un estudio que cifraba la construcción de piscinas en Baleares entre 2006 y 2015 —1.600 cada año— y cuantificaba el consumo de agua que suponía tan solo su evaporación —un 4,9% del total en zonas urbanas—. Hace pocos días, la asociación mallorquina Terraferida dio nuevos datos sobre la construcción de piscinas. A través de fotos aéreas han podido cuantificar 5.271 nuevas entre 2015 y 2021 (a la semana, 17). ¡Qué importa que en algunos pueblos hayan prohibido llenar piscinas con agua potable ante la prealerta por sequía! Al devorar sus reservas hídricas, es decir, al asfixiarla sin articular una alternativa, la isla se transforma en una urbanización y va consolidándose, lo que sentenció el publicista Juan Pablo Caja: “Mallorca ya no existe”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.