Abandonados a su suerte
Nadie supo contar como Max Aub los mil matices de la derrota de los que defendieron la República frente a Franco y sus aliados
Seis meses ya de la invasión rusa de Ucrania y no se vislumbra el final de la guerra. Desde lejos, la situación produce un miedo difuso de que todo pueda complicarse todavía más. Otra cosa es cómo se está viviendo la guerra desde dentro. Todo depende del punto de vista. Desde fuera, cuanto se analiza está tocado por la distancia: qué pasa en el terreno militar, cómo se comporta la economía, las decisiones políticas de los distintos gobiernos que pueden tener algo que ver, etcétera. Seguro que los que están en Ucrania tienen otras preocupaciones mucho más dramáticas, urgentes, su horizonte más inmediato tiene que ver probablemente solo con la supervivencia y con saber de la suerte de los suyos para poderles echar un cable. Y de lo que les pasa hay muy poca información (unos cuantos destellos), no es fácil entrar en las cabezas y los corazones de quienes se han visto empujados a padecer una guerra por los planes de un autócrata como Vladímir Putin. La suerte de quienes viven en Ucrania le da igual, como le importa también un rábano lo que pueda ocurrirles a los rusos que tienen que obedecer sus consignas de destrucción. Por eso es necesario no olvidar ni un solo instante que las vidas de cuantos están ahí importan.
Dice uno de los personajes de Max Aub que “en los documentos nunca hay hijos de puta. Y Dios sabe que son incontables”. Luego sostiene que “los únicos documentos fehacientes” son las novelas porque, frente a quienes creen que son cosas inventadas, “por lo menos tienen como base una cosa real: la imaginación”. Fue esa herramienta la que utilizó con maestría Max Aub, que falleció hace 50 años, para conocer las entrañas de lo que ocurrió en otra guerra, la que desencadenaron en España unos cuantos militares con el afán de imponer sus designios a través la violencia y el terror.
“Todo son blasfemias, maldiciones, ternos, pestes, abominaciones, reniegos”, escribe Max Aub. Está hablando de lo que ocurría en Alicante a finales de marzo de 1939. Lo cuenta en Campo de los almendros, la sexta parte de El laberinto mágico, donde desmenuza lo que les pasó a quienes vivieron aquellos terribles años. La derrota de la República era ya total, e incluso acababa de producirse el abominable trago del golpe del coronel Casado que se impuso al Gobierno legítimo, el de Negrín, el día 5 de ese mismo mes. Todavía se atrevió Casado a proclamar en un discurso por la radio el día 28 en Valencia que Franco se portaría bien con quienes no tenían crímenes de sangre y que permitiría la evacuación (y ya saben que no fue así). Luego cogió un barco y se fue.
Quedaron ahí, a la intemperie en el Mediterráneo, decenas de miles de personas que habían defendido la República; los había con ideas muy diferentes y acaso lucharon contra los franquistas por proyectos distintos. Algunos ni siquiera creían que podían haber perdido esa guerra en la que lo entregaron todo. “No saben, ni saben qué hacer”, escribe Max Aub. “Perdidos. Han perdido, están perdidos”. “No muertos, sino rematados, subastados, a tanto la libra, a tanto el kilo de republicanos…”, dice después. Así terminó esa maldita guerra, con quienes la padecieron abandonados a su suerte. A su mala suerte. Max Aub usa su imaginación para contar lo que les pasaba por dentro, lo que pensaban, lo que les partía el alma. Los mil matices de una derrota ponen los pelos de punta.
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