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IDA Y VUELTA
Columna
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El testigo de Alicante

Galdós escribió los ‘Episodios’ cuando ya eran material histórico; Aub volcó en su ‘Laberinto’ lo que aún era puro presente

Antonio Muñoz Molina
Max Aub, en su despacho de Radio UNAM, en 1962.
Max Aub, en su despacho de Radio UNAM, en 1962.Ricardo Salazar (Fundación MAX AUB)

Un rasgo de los mejores libros es que al volver a ellos siempre son mejores de lo que uno recordaba: más verdaderos, más sorprendentes, más desmedidos unas veces y otras más lacónicos, más ricos en esos pormenores de observación que son lo primero que se olvida después de la lectura. Es falso que uno recuerde bien los libros. La memoria de lo leído es más frágil todavía que la de lo vivido. La memoria es un reseñista distraído que repite ideas rutinarias y que finge saber mucho más de lo que sabe. Los mejores libros uno vuelve a abrirlos con suficiencia y de pronto le estallan entre las manos. Y la admiración antigua que lo llevó a uno a regresar a ellos se convierte en asombro, en remordimiento por no haber sabido recordar bien.

Yo estaba seguro de mi recuerdo de Campo de los almendros, el volumen final del ciclo El laberinto mágico, que Max Aub empezó en París casi al mismo tiempo que terminaba la guerra española y siguió escribiendo, novela tras novela, durante casi 30 años de su exilio en México. No soy coleccionista de libros antiguos o ediciones valiosas, pero los seis tomos de El laberinto mágico que publicó Alfaguara en los últimos años setenta tienen para mí un valor de testimonios materiales de toda la riqueza y todo el infortunio de la obra de Max Aub. En esos años setenta había, en unas cuantas editoriales, como una fiebre de reconstitución de la cultura democrática española. Antes todavía, a final de los sesenta, Javier Pradera había empezado a publicar a Aub en Alianza, en aquellas ediciones memorables con las portadas de Daniel Gil.

Cuando Alfaguara reunió completo El laberinto mágico en su austera colección gris y morada, fue como si Max Aub recuperara en parte, después de muerto, el lugar que le correspondía en la literatura contemporánea española. Esa alegría Aub no pudo tenerla porque había muerto en 1970, muy desalentado por sus reencuentros bastante fugaces con el país que seguía siendo el suyo, a pesar de que casi no lo reconocía, y de que pocas personas se interesaban por él. Eran años de mucha novedad y mucho aturdimiento, de avances frágiles y retrocesos temibles, de fascinación por los colores fuertes de una modernidad estética tan arrolladora, y muchas veces tan superficial, que no quedaba mucha atención para lo que tuviera que ver con el blanco y negro luctuoso del pasado.

Max Aub decía que él, en realidad, era un hombre de teatro, y que se había hecho novelista porque no le quedaba más remedio, porque solo la novela le permitía el esfuerzo abarcador de la imaginación necesario para dar cuenta de la amplitud y la complejidad de la experiencia de la guerra, desde el interior de las vidas de las personas arrastradas por ella. Cuando se habla de El laberinto mágico se citan siempre los Episodios de Galdós, pero esa comparación es menos iluminadora de lo que parece. En primer lugar, como dice el propio Aub, Galdós escribió los Episodios cuando ya eran material histórico, más o menos asentado por el paso del tiempo. Estaba apasionadamente comprometido con los relatos que contaba, y lo exasperaban casi por igual los abusos y la cerrazón de los poderes absolutistas y eclesiásticos y la inconstancia, la frivolidad, la falta de empuje de muchos de los defensores de la libertad. En las últimas series se fue acercando ya al presente en el que escribía, pero nunca estuvo tan cerca de su propio material como Max Aub. En el primer exilio en París, en el cautiverio, en la huida de Francia, a lo largo de las peripecias al final de las cuales pudo encontrar refugio en México, Aub ya estaba empezando a contar lo que estaba tan fresco en su memoria porque acababa de ocurrir, puro presente todavía.

Galdós ensayó en los Episodios una variedad de técnicas narrativas y de puntos de vista más amplia de lo que puede parecer, pero nunca se apartó demasiado del modelo de la novela popular por entregas. A Max Aub se le nota, según avanza en su escritura, que las cosas que tiene que contar son tan desmedidas, tan descontroladas, que no caben en secuencias narrativas lineales. Su modelo ético y civil es sin duda Galdós, pero ha aprendido mucho de las novelas experimentales de los años veinte y treinta, de Céline, de John Dos Passos, de Alfred Döblin: es decir, en gran medida, de la técnica del montaje, la simultaneidad y el collage que nacieron en la confluencia de la novela y el cine. Campo francés, el cuarto volumen de la serie, es al mismo tiempo un experimento literario atravesado por el cine documental y la radio, y un testimonio implacable contra la frialdad de corazón y la pura crueldad con que fueron recibidos en Francia los republicanos españoles que huían después de la caída de Cataluña.

Ahora releo Campo de los almendros y me doy cuenta de que es más audaz todavía, más innovadora, más desgarrada que Campo francés. La releo porque acaba de publicarla, con una calidad insuperable de diseño, de papel, de tipografía, de puro amor al libro, una editorial modesta de Granada, Cuadernos del Vigía, con un prólogo muy bueno de Gérard Malgat. Con este volumen completan la edición de El laberinto mágico. El empeño de recuperar este ciclo de novelas en unos tiempos tan inhóspitos para la literatura no adherida a la moda revela una determinación que tiene algo que ver con la que mantuvo a Max Aub escribiéndolas, una tras otra, contra viento y marea, contra el exilio, contra el olvido, contra la indiferencia, contra la duración geológica de la dictadura, contra el temor a no encontrar los lectores que las novelas buscaban y merecían.

En la Ciudad de México, a mediados de los sesenta, mientras en España celebraba el régimen sus “25 años de paz”, en la soledad tenaz de su escritorio, acercando mucho al papel las gafas de cristales enormes, Max Aub reconstituyó, como un oratorio trágico, los clamores, los murmullos, los gritos de los 30.000 republicanos que esperaban en el puerto de Alicante barcos extranjeros que los llevaran no sabían a dónde, a la intemperie, bajo la lluvia, escuchando ya las músicas de los desfiles de las tropas que ocupaban la ciudad.

Él, Aub, no estaba en Alicante. Durante años había recogido testimonios de personas que sí estuvieron, entre ellas su amigo el historiador Manuel Tuñón de Lara. En la novela se escuchan esas voces perdidas.

‘Campo de los almendros. El laberinto mágico Vol. VI’. Max Aub. Cuadernos del Vigía, 2019. 752 páginas. 37 euros.

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