América Latina también es Brasil
En vísperas de las elecciones presidenciales más dramáticas y peligrosas desde la dictadura, las fuerzas democráticas empiezan a vislumbrar una atención mayor al papel de su país en la región
No, el título de esta columna no está equivocado. No es que quise decir que “Brasil es también América Latina”, algo que a no pocos brasileños les resulta aún extraño. Ellos se ven como un continente aparte, un imperio. Pero sí es cierto que Brasil arrastra un déficit geopolítico al no considerarse del todo como parte del continente, también lo sería el que América Latina no se sintiera también brasileña.
Justamente, en este momento de movimientos sísmicos a nivel mundial en que las fronteras del mundo están amenazadas con la guerra de Ucrania, resulta más urgente que nunca que el mapa de América Latina no prescinda de Brasil. Prueben si no a dibujarlo sin él y verán cómo resulta hasta estéticamente mutilado.
Si es verdad que Brasil pierde parte de su identidad y de su vitalidad económica y cultural separado del resto del continente, lo es también al revés, aunque les separe la lengua. Brasil es, por ejemplo, un gigante dentro de América del Sur. Supone un 47% de su territorio, con 8.547.403 kilómetros cuadrados y el 50% de su población. Es el tercero en extensión del territorio de las Américas y el quinto del mundo y una de las potencias económicas del planeta.
Brasil tiene fronteras con 11 de los países de América Latina. Sus riquezas naturales, la presencia de capital brasileño en América Latina y el papel geopolítico que juega en el tablero internacional han pasado a ser objeto de estudio por analistas y políticos. Brasil es el quinto país en el mundo en relaciones comerciales con la Unión Europea, responsable por el 37% de dicho comercio con la región latinoamericana y con el 43% del portafolio de las inversiones.
Por sus condiciones geográficas y culturales el destino de Brasil está irrevocablemente enlazado a todo el continente. Como escribió el lúcido político brasileño Franco Montoro, “para América Latina la opción es clara: integración o atraso”. Y hoy en plena revolución digital, en un escenario incierto y hasta tenebroso para la economía globalizada se impone retomar una agenda de integración en América Latina.
Hoy el peligro de la destrucción del medio ambiente resulta hasta más grave si cabe para el mundo que la guerra. Y con la crisis de los combustibles, es mayor la urgencia para poner los ojos en las energías renovables. De ahí la importancia del patrimonio natural de Brasil con la inmensa extensión de la Amazonia, hoy amenazada gravemente por un Gobierno que hace todo lo posible por convertirla en un desierto. La ha destruido ya en 13.235 kilómetros cuadrados, la cifra más alta en los últimos 15 años. Salvar ese patrimonio debe ser hoy tarea de todo el continente, que no puede sentirse ajeno a esa catástrofe medioambiental.
Es importante para el mundo en este momento en el que se lucha por la defensa del planeta recordar que la destrucción de la Amazonia es un verdadero genocidio de la naturaleza que equivale a una guerra universal. Basta sólo recordar algunas cifras para no perder la memoria. Hoy la Amazonia supone el mayor caudal de agua del mundo. Descarga 219.000 metros cúbicos de agua por segundo, según el WWF. Contiene el 20% del agua potable del planeta, según Amazon Watch. Acoge 16.000 especies naturales, 390 millones de árboles y 40.000 especies de plantas. La Amazonia es la mitad de todas las selvas tropicales que sobreviven aún en el mundo. Y Brasil cuenta hoy con la mayor colección de frutas exóticas del planeta y es el mayor productor de cítricos del mundo. Y de todo ese capital natural debe sentirse responsable no sólo Brasil, sino toda América Latina.
En vísperas de las elecciones presidenciales que se presentan como las más dramáticas y peligrosas desde la dictadura (1964-1985) las fuerzas democráticas empiezan a vislumbrar una atención mayor al papel de Brasil dentro de América Latina. Están desempolvado así uno de los pilares de su Constitución, donde se dice que el país “buscará la integración económica, política, social y cultural de los pueblos de América Latina, en vistas a formar una comunidad latinoamericana de naciones”.
Quién lo está viendo más claro es el expresidente Lula da Silva, que se presenta aún en los sondeos como el ganador de las elecciones y que acaba de anunciar que uno de los puntos de su programa será el estudiar la posibilidad de una moneda única no sólo para América del Sur si no para toda América Latina. Ello, según el exsindicalista, llevaría a contar con una seguridad monetaria en la línea del dólar o del euro y contribuiría a crear una mayor estabilidad económica.
Lo cierto es que, quizás por primera vez, los políticos más iluminados de Brasil empiezan a entender que el destino del país en el mundo no podrá seguir prescindiendo de la unión y colaboración con todo el continente al que pertenece. Ello podría significar al mismo tiempo abrir un nuevo diálogo de colaboración más amplia y estrecha de toda América Latina, algo que le daría un peso mayor frente al resto de las potencias mundiales.
Si es verdad que la unión hace la fuerza, hoy en un mundo de divisiones y del despertar infernal de la posibilidad de una nueva guerra mundial, nada mejor que unir fuerzas. Y es ese el destino del continente latinoamericano, que no debe olvidarse y debe sentirse responsable de que Brasil es también suyo.
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