Camarera
Cuánta hipocresía con la clase trabajadora. Cuánta condescendencia con la derecha de siempre
Sonido directo. Restaurante de Badalona con ambiente USA: “¿Otro café, cielo?” “Claro, Mery Jane, en casa nunca tomo una segunda taza” “¿Sabes?, pese a lo que ponga en la plaquita de la blusa, me llamo Guara”. “Oh, vaya, lo lamento, Mery Jane”. 600 euros mensuales. Taberna cordobesa: “Tres flamenquines, dos rabos de toro, trigueros, marchaaaaaaaando” “¡Oído cocina, William José!”. 1200 euros al mes en temporada alta, horario flexible. Café de Madrid: “Café con leche, corto de café, en taza; café americano en vaso y con hielo; cortadito con leche de soja; descafeinado de máquina con chispazo de coñac… ¡A joder, café pa todos!” Viva la Pepa, y un recuerdo —siempre hay que hacer memoria y raer el prestigio de la turboactualidad— para aquel ministro Cañete, sus callos y sus declaraciones: “La mano de obra inmigrante no es cualificada. Ya no hay camareros como los de antes”. También culpaba a la inmigración del colapso de las urgencias (EL PAÍS, 8 de febrero de 2008). Cuando hoy se señala el prurito del PP para pactar con Vox, olvidamos de dónde salió Vox y no reparamos en que, ante posibles cordones sanitarios, el socialcomunismo siempre será más peligroso. El pacto entre PP y Vox es natural. Lo dice el 60% de los votantes del PP: comparten sistema digestivo e incluso ese corazón necesario para bajar los impuestos significativamente al poder económico e irrisoriamente a la clase trabajadora. Por ejemplo, a camareros y camareras a quienes se echa en falta en un país de servicios con térmicas y astilleros más muertos que el de la novela de Onetti —en esta columna también citamos a grandes maestros de la literatura—.
Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de la camarería ante la llegada de festividades en las que hay que chuparse jornadas de más de 12 horas, cobrar salarios raquíticos y demostrar cualificación. Además, en el sector se dan conductas xenófobas que añoran a ese camarero blanquito con pajarita que sabía que querías un doble nada más ver cómo apoyabas el muslo en el taburete. Hoy los salarios para personas sin experiencia están entre los 800 y 900 euros; en una famosa cadena de hamburgueserías el sueldo promedio es de 600 euros dentro de una horquilla entre 433 y 900. En el oficio hay clases —gente que gana bien— en función de la experiencia, la formación, a veces no tanto del glamur del local. Pero prevalecen: cobros en negro, propinillas sustitutorias, jornadas estiradas como chicle, horarios incompatibles con la conciliación, el despotismo de una parroquia que mezcla servicio con servilismo, enfermedades laborales de las que se habla poco, temporalidad e inestabilidad. “Se necesita camarero/a”. Un guapo —es importantísima la belleza en estos curros—, un guapo chico inmigrante atiende solo una terraza de veinte mesas en una céntrica plaza de Madrid. Atiende por cuadrículas y orden de llegada. Tarda. La clientela se impacienta y recuerda a aquellos vertiginosos camareros que al recoger la propina cantaban: “¡Booooote!”. Cuánta hipocresía con la clase trabajadora. Cuánta condescendencia con la derecha de siempre. Cuánta maldad al confundir una discutible falta de diligencia con el origen geográfico de las personas obviando las pésimas condiciones laborales. Los comentarios de Cañete están vivos: se actualizan y radicalizan en el ideario de Vox.
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