_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El acento andaluz. Orgullo y prejuicio

Todas nuestras variedades lingüísticas son igualmente competentes y satisfactorias para responder a las necesidades de sus hablantes

Una bandera de Andalucía.
Una bandera de Andalucía.
Lola Pons Rodríguez

Es una verdad mundialmente reconocida que lo que logramos por celo propio nos hace sentir orgullosos de nuestro esfuerzo y que, al contrario, lo que nos viene dado por naturaleza no debería provocarnos orgullo sino, en todo caso, la sensación de ser afortunados (¿alguien podría jactarse de tener bazo “a mucha honra”?). Sin embargo, hoy, Día de Andalucía, se leerán y se verán como legítimas frases identitarias al estilo “orgulloso de mi acento andaluz”, que suponen sacar pecho por algo que se consigue por crianza o por nacimiento, avatares consustanciales al destino azaroso de la geografía personal.

Uno habla en la variedad de su entorno. Todas las lenguas se realizan en forma de variedades, y todas esas variedades o dialectos tienen un perfil propio, a veces muy acusado (en la pronunciación, el vocabulario, las estructuras...) y otras menos rompedor con respecto a otras variedades vecinas o a la más general. El andaluz tiene uno de esos perfiles reconocibles; es una importantísima forma de hablar el español: lo es por la cantidad de sus hablantes y por sus raíces históricas, las mismas que en el XVI fundan la primera base del español americano. Estas son grandes razones para estudiarlo y respetarlo, pero en modo alguno lo facultan como un acento especial dentro de los dialectos del español. El andaluz es un acento más: nada más y nada menos que un acento más del español.

Obviamente, los acentos no son ajenos a las personas que los hablan y al sitio que estas ocupan en la sociedad. Justo la primera vez que escribí en las páginas de Opinión de este periódico fue para intervenir en uno de esos cíclicos ataques a la forma de hablar de los andaluces que realizan quienes pretenden atacar en realidad a la persona que habla, agarrándose a su locución. Estas acometidas se han fundado en la tierra errónea del prejuicio, construido en realidad sobre razones socioeconómicas, nunca sobre hechos genuinamente lingüísticos o avalados por los científicos.

Cuando se acude al acento para invalidar la capacidad de alguien o cuando se hace mofa de la pronunciación andaluza reservándola para representar a un personaje irrelevante o un contenido baladí, se está construyendo un prejuicio pero también se está justificando otro mito: el del orgullo como escudo, que es la respuesta social de muchos hablantes contra el desprecio ajeno. Y ese escudo se ha llegado a revestir políticamente: se ha defendido que el uso del andaluz es exigible y justificado por vía identitaria; imaginen que no solo causara orgullo tener bazo, sino que fuera un signo de ideología progresista o conservadora. O se ha postulado incluso la superioridad del andaluz (por motivos tan acientíficos como ser más expresivo, más evolucionado, más florido...) para defender su capacidad y prestigio frente a otras variedades. Todas nuestras variedades son igualmente competentes y satisfactorias para responder a las necesidades lingüísticas de sus hablantes. Expresivos o aburridos como losas son los hablantes en concreto, no sus acentos.

Cuando alguien celebra que yo en público hable de la forma en que hablo, la andaluza, me siento sorprendida. No me jacto. No me avergüenzo. Y todo esto no quita para que en un día como el de hoy celebre la fortuna y la oportunidad que tuve de ser, sin esfuerzo alguno, andaluza y libre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_