Final de curso
Deberíamos pensar un poco más en todo lo que ha salido bien pese al estado de permanente incertidumbre en el que hemos vivido
A muchos les incomoda hablar de éxitos. Reconocerlo, sobre todo si es ajeno, les desmotiva. Pero la campaña de vacunación merece un reconocimiento. La impresión general alrededor de la crisis sanitaria está marcada por la improvisación y el caos de las primeras semanas. El crimen que sucedió en las residencias de ancianos, sin embargo, ha quedado oculto porque con las personas mayores sucede que una parte enorme de la sociedad los considera ya amortizados, en un rasgo de crueldad brutal de nuestra era. El cumplimiento de las medidas de protección ha sido seguido de manera cabal por la mayoría de los ciudadanos, aunque no lo parezca. Sucede un poco con lo peor de la política nacional, que adquiere un altavoz tan llamativo en los medios, necesitados de drama, que apaga cualquier eco de inteligencia y equilibrio, como si no existiera. Cuando termine la observación nacional sobre estos fenómenos, quizá también los medios de comunicación podrían echar la vista atrás hacia el modo en que contribuyen a lo más indeseable. No está de más reflexionar en todos los ámbitos sobre el poder que concedemos a ciertas actitudes tan solo por el hecho de darles una presencia que no merecen. El mayor peligro de los medios de comunicación es la inercia, el dejarse llevar que elimina del orden de prioridades aquello en lo que uno cree, en lo que uno confía, en lo que uno encuentra solidez y decencia. Cada responsable de un espacio, y los medios no son más que eso, podría plantearse de tanto en tanto a quién presta su tribuna para no ser cómplice necesario de los peores males que acechan a nuestro país.
En esa sensación equivocada de que la ciudadanía no ha estado a la altura de las restricciones hay un error de base. Para empezar, esas restricciones no han sido tanto políticas como de orden sanitario, por más que haya habido autoridades y hasta algún juez empeñado en hacer juego y ganar. Pero aún más importante sería prestar atención a lo que ha pasado en los centros educativos durante este curso 2020-2021. El comportamiento de profesores y alumnos ha sido ejemplar, digno de alabanza casi de manera unánime. El funcionamiento, en muchos momentos agónico y lleno de obstáculos, se ha llevado adelante con bastante dignidad. Muchos alumnos se encuentran ahora en el tramo final, algunos de ellos incluso con el examen de acceso a la universidad o la finalización de sus estudios superiores. Todos ellos momentos únicos en una biografía y que, sin embargo, van a ser ejecutados con discreción, distancia y enorme contención. Deberíamos pensar un poco más en todo lo que ha salido bien pese al estado de permanente incertidumbre en el que hemos vivido.
Es una pena que hayamos tenido que prestar oído a tantos disparates pronunciados por personas de relevancia mediática. Hubiera sido mejor escuchar ese rumor esforzado y silencioso de quienes han cumplido, de quienes han arrastrado frustraciones mucho más grandes que las que han exhibido los exhibicionistas de turno que viven en un mundo llamado vanidad personal. El círculo educativo ha encarado con dignidad y paciencia la mitad del curso pasado y el curso completo de este año. Ahora que la vacunación masiva es ya un éxito sin precedentes en la historia, a la espera de que se amplíe al mundo no rico, reconozcamos que los muy deficientes de este curso, me temo, han estado fuera de las aulas.
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