El joven Berlanga cumple 100 años
La identificación por parte de multitud de espectadores con situaciones, personajes y ambientes de la filmografía del director demuestra que su obra sigue viva
Imaginen una secuencia en la que unos obispos de sonrisa beatífica, unos militares con el uniforme lleno de medallas y unos alcaldes pícaros y espabilados intentan colarse en una cola de la vacunación contra el coronavirus. A muchos aficionados al cine esta escena, grotesca pero real, entre la tragedia y la comedia, les recordaría de inmediato alguna película de Luis García Berlanga. Desgraciadamente el maestro murió en 2010 a los 89 años y rodó su último filme y testamento cinematográfico, París-Tombuctu, a finales del siglo pasado. Pero esta identificación por parte de multitud de espectadores con situaciones, personajes y ambientes de la filmografía berlanguiana vendría a demostrar que la obra del cineasta valenciano sigue viva ahora que se cumple el centenario de su nacimiento. Al igual que otros grandes artistas, Berlanga logró trascender las fronteras del espacio y del tiempo en varios de sus largometrajes de tal modo que consiguió convertir anécdotas en categorías, temas locales en parábolas universales. ¿Acaso El verdugo no va más allá de aquel concreto 1963 en que la dictadura franquista fusiló al comunista Julián Grimau y ajustició con garrote vil a los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado para alcanzar la excelencia de un alegato contra la pena de muerte en cualquier época y lugar? ¿No es cierto que Plácido no sólo critica la falsa caridad y la doble moral del nacionalcatolicismo, sino que aborda en el fondo la incomunicación humana? ¿Podemos dudar de que La escopeta nacional retrata las peripecias de una cacería a la que acuden jerarcas del franquismo, aristócratas arruinados y burgueses en busca de fortuna, pero en realidad nos está mostrando las entretelas del poder, de cualquier poder, siempre salpicadas de corruptelas y egoísmo? ¿No fue premonitoria una película como Todos a la cárcel, rodada en 1993, de las posteriores oleadas de corrupción política y económica?
Tres hilos conductores definieron la trayectoria de Luis García Berlanga como director de cine: su apuesta por la comedia, su crítica de los poderosos y su compasión por esos perdedores que desfilan por todas sus películas encarnados por magníficos actores y actrices como José Luis López Vázquez, Pepe Isbert, Elvira Quintillá, Amparo Soler Leal, Luis Escobar o José Sacristán, entre tantos otros de la troupe berlanguiana. Desde sus comienzos como cineasta, desde Bienvenido míster Marshall, Berlanga opta por el humor para reflejar su visión del mundo, para fustigar vicios y costumbres sociales. Resulta innegable que el director valenciano bebió de las influencias del cine clásico norteamericano, de los genios de la comedia, de Charles Chaplin y Buster Keaton a Billy Wilder, cuya película El apartamento era su obra maestra favorita. También se nutrió del neorrealismo italiano. Ahora bien, Berlanga entronca sobre todo con la tradición del sainete español y así su admiración por dramaturgos como Carlos Arniches o Eduard Escalante tuvo una decisiva influencia en su obra, sin olvidar su amistad con esa extraordinaria generación de escritores agrupados en torno a La Codorniz como Miguel Mihura, Edgar Neville o por supuesto Rafael Azcona, con el que firmaría 10 guiones de otros tantos largometrajes. Género en ocasiones menospreciado o considerado de segunda división, Berlanga aprovechó su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1989 para proclamar su reivindicación de la comedia. “Desde la tarta en la cara”, afirmó el primer cineasta que entraba en esa institución, “el resbalón del personaje antipático o el caos desmedido controlado en lo grotesco, la carcajada nos servirá siempre para la constatación, aunque sea de forma cruel, de nuestra miserabilización cotidiana, de las limitaciones que nos corresponden como simples mortales cargados de defectos y abonados al error”.
Podemos afirmar que el cine de Luis García Berlanga, que tuvo por descontado sus altibajos y contradicciones, ha envejecido bien y prueba de ello la encontramos en la entusiasta acogida a las exposiciones, coloquios y ciclos que instituciones culturales de todo tipo están dedicando al maestro en todo el país. No cabe duda de que Berlanga fue uno de los mejores cronistas del siglo XX español y por ello las nuevas generaciones deberían acudir a su cine si pretenden comprender no tanto los grandes acontecimientos, sino la vida cotidiana de sus padres y madres, de sus abuelos y abuelas. Algunos seguidores de Berlanga en el cine español sostienen que la obra del director valenciano habría de ser materia obligatoria en el Bachillerato y no andan desencaminados. Su mirada irreverente y gamberra, su humor corrosivo y su indudable talento para reflejar la condición humana mantienen hoy la frescura de la juventud, el asombro de aquel niño que creció observando a los clientes del Postre Martí, la pastelería de su familia materna. Que el término berlanguiano haya sido incluido recientemente en el diccionario de la Real Academia Española significa un paso hacia la inmortalidad de este cineasta. Pero más importante todavía es que millones de españoles sigan reconociéndose en los personajes de sus películas.
Miguel Ángel Villena es periodista y autor de Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente (Tusquets), biografía del cineasta con la que ganó en enero el Premio Comillas.
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