El descontento, el dedo y la luna
Si se quiere discutir sobre las causas profundas del descontento y su amenaza a la estabilidad de nuestras democracias merecería la pena girar el debate hacia las políticas públicas
Se acaba el “efecto bandera”. Tras el subidón de apoyo al principio de la pandemia, en cada vez más países las opiniones públicas dan la espalda a sus gobernantes. Es cierto que Mark Rutte ha crecido las legislativas de Países Bajos y Antonio Costa resiste en Portugal, pero Macron ya acusa el desgaste en los sondeos, los verdes se acercan a la CDU en Alemania y a saber qué Gobierno quedará en Italia tras el tecnócrata Draghi.
¿Quién capitalizará el descontento que nos deja esta crisis? De entrada, muchos han apostado por la derecha populista radical. El automatismo por el que la crisis sanitaria lleva a la económica y, esta, a la política, es tentador porque lo hemos vivido desde 2008. Sin embargo, parece que la UE ha aprendido del error al no asfixiar a sus países miembros recurriendo a ajustes presupuestarios, al menos a corto plazo. Por fin se hace una lectura desde la economía política; si se ahoga a los partidos europeístas que sostienen el proyecto desde el Gobierno, se engordará a los que lo quieren destruir desde la oposición.
Cuando se discute cómo confrontar a los partidos de extrema derecha suele tener mucho peso el debate sobre fake news, comunicación política o si conviene entrar a replicar o verificar sus postulados. No negaré que lo discursivo tenga cierta relevancia, pero cada vez está más claro que lo estructural tienen un peso en sí mismo. En un artículo académico reciente Vlandas y Halikiopoulou muestran cómo las políticas de bienestar tienen gran capacidad de mitigar el voto a los partidos extremistas. Sus análisis señalan que unas políticas sociales bien dirigidas ayudan a reducir el apoyo a la derecha radical entre los ciudadanos que sienten mayor deprivación material, especialmente parados, empleados temporales o trabajadores de menos ingresos.
La crisis de la covid-19, de enorme coste humano y social, ya está dejando una importante cicatriz de desigualdad, especialmente en el sur de Europa. Esto va a ser un reto gestionarlo porque, al igual que pasa con la curva de contagios, es fácil que se dispare, pero hacerla retroceder es lento y costoso. De hecho, que nadie piense que los Next Generation servirán para esquivar esta bala. Las políticas sociales y de garantía de rentas son, aun con el margen fiscal de la UE, esencialmente nacionales.
Por lo tanto, si se quiere discutir sobre las causas profundas del descontento y su amenaza a la estabilidad de nuestras democracias merecería la pena girar el debate hacia las políticas públicas. No vaya a ser que pase como con la polarización, que sólo hablamos de ella cuando ya está entre nosotros para quejarnos de lo violento del discurso sin ahondar en sus motores estructurales.
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