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Columna
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Más allá de una legislatura

Evitar la próxima pandemia es posible, pero requiere una visión política a largo plazo

Javier Sampedro
Una científica en un laboratorio.
Una científica en un laboratorio.Michal Jarmoluk (Pixabay ).

Una deficiencia estructural de los sistemas democráticos es que un Gobierno elegido para cuatro años muy raramente logra pensar más allá de ese plazo. Sabe que su reelección depende de lo que haga ahora mismo, no de los planes futuros que acuerde, y haría falta un sentido de Estado y de servicio público que deslumbra por su ausencia en la clase política. Digo que es una deficiencia estructural porque no hay un solo principio jurídico-legal que estimule, no digamos ya garantice, una responsabilidad del Gobierno de turno sobre los efectos a largo plazo de sus políticas. Cualquier error de prospectiva queda tan impune como las predicciones de la bruja Lola.

Hay un montón de cuestiones, sin embargo, que requieren esa mirada a largo plazo, o al menos más allá de una legislatura. Ya lo fueron el siglo pasado los tratados de no proliferación nuclear, como lo será en este siglo un acuerdo para restringir el uso de la inteligencia artificial y la robótica para usos militares. El problema de frenar y paliar el cambio climático es sencillamente irresoluble sin un liderazgo inteligente que piense a largo plazo aun cuando no obtenga ningún rédito político por ello. Y ahora tenemos también el asuntillo de la pandemia, donde los gobernantes están tan ofuscados con estimular la economía y salvar el verano que han postergado la raíz del problema: de dónde nos ha venido este desastre y cómo podemos evitar que se repita, aunque sea más allá de una legislatura.

La “gran ciencia” (big science en inglés) estuvo reservada a la física de partículas en la segunda mitad del siglo XX, por la simple razón de que esa disciplina académica había ganado la Segunda Guerra Mundial, redondeando un poco. El chorro de dinero que los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca inyectaron ahí permitió que Estados Unidos mantuviera la supremacía nuclear, y de paso descubrir el modelo estándar de la física subatómica, es decir, las leyes matemáticas que rigen nuestro mundo. La biología empezó a ser big science en los años noventa con la genómica, que culminó en 2001 con la publicación del genoma humano, y que ha sido desde entonces el motor de la aceleración vertiginosa de las ciencias de la vida.

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La misma ambición de big science se puede aplicar a la detección precoz de las próximas pandemias. El mejor ejemplo es el Observatorio Inmunológico Global (GIO), concebido por la ecóloga Jessica Metcalf, de Princeton, y el epidemiólogo Michael Mina, de Harvard. Han hecho los números, y hay 1.500 especies de virus que pertenecen a familias conocidas que infectan tanto a animales como a humanos, y lo peor son las desconocidas, que seguramente pueden hacer lo mismo, y que tal vez sumen un par de millones.

El GIO calcula en 4.000 millones de dólares el coste de descubrir unos cuantos millones de virus. Las pérdidas por la covid se medirán en billones. El coste puede reducirse mucho si el programa se reduce a los países y situaciones de mayor riesgo. Aparte de los detalles, el mensaje central es que la ciencia dispone de los medios para detectar la próxima pandemia. Lo que falta es visión política más allá de una legislatura.

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