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Discapacidad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Carta a mi hijo con discapacidad: el estrés, esa especie invasora

Para combatir la sobrecarga crónica hay que conocer sus consecuencias: la paralización física y mental. Para luchar contra ellas, lo ideal es el deporte o buscar momentos para relajarse, pero esto no servirá de nada si no se combina con una actitud positiva

Carta a mi hijo con discapacidad
Álvaro Villanueva reconoce que los primeros meses de la enfermedad de Alvarete culpaba a todos.

Querido Alvarete,

A veces me sentía abrumado, me faltaba el aire y la calma. Las preocupaciones no tenían piedad conmigo, parecía como si se organizaran y me atacaran todas a la vez. Cuando venían a por mí, trataba de esquivarlas cerrando los ojos, pero en ese momento me saltaba a la cabeza la imagen de cientos de folios cayendo. Eran tantos y estaban tan juntos que no era capaz de distinguir qué ponía en cada uno de ellos, me agobiaba la sensación, por lo que no me quedaba más remedio que volver a abrirlos y ver cómo ahí seguían todas mis preocupaciones, impidiéndome huir a Nunca Jamás.

Porque ese era el lugar al que anhelaba escapar. Quería volar, como Peter Pan, para poder seguir la estrella del norte hasta el país de Nunca Jamás. Una vez allí, viviría saltando y brincando de árbol en árbol, volando de felicidad y, sobre todo, sin preocupaciones. Pero como no sabía volar, no me quedaba más remedio que lanzarme, temblando, al mar de la vida, esperando ser capaz de chapotear de boya en boya, aterrado por todos los tiburones que creía que me acechaban.

El sufrimiento es parte inherente a la condición humana, tanto por nuestra condición finita como por el mal uso que hacemos de nuestra libertad, por lo que es absurdo pretender estar libres de él. Además, se acrecienta cuando la vida te golpea fuerte, ya que parece que llevara haciéndolo desde el principio, transmitiéndote la sensación de que todo a tu alrededor es una potencial amenaza.

Tenemos que aprender a manejar el sufrimiento, a convivir con él y, sobre todo, a que no nos incapacite. Tengo claro que, como tantas otras cosas, la solución pasa por el amor, pero también tengo claro que el amor es la primera causa de sufrimiento: quien mucho ama, mucho sufre. Por eso, debemos inclinarnos hacia el poder del amor, dejando de lado sus limitaciones, convirtiéndolo en ese combustible que te impulsa y que te mantiene firme, incluso cuando todo parece invitarte a rendirte. No es fácil, pero es sencillo si sabes cómo… amando sin medida.

Y luego está el hijo mayor del sufrimiento: el estrés, que es un mal endémico de la época en que vivimos. Compatibilizar ser padre con la vida laboral, con tus médicos, con tus terapias y pretender llegar a todo es la fórmula perfecta para que asome el estrés. Me han dado muchísimos consejos para atacarlo: pensar en positivo, hacer deporte, tratar de descansar… Todos ellos son buenos y necesarios, aunque complicados de llevar a cabo en determinadas circunstancias, pero a mí lo que mejor me funciona es ponerme en marcha. Tengo clarísimo que el movimiento, en todas sus versiones, cura y la inacción enferma.

El estrés, como si se tratara de una especie invasora, se autoprotege quitándonos la iniciativa y paralizándonos. De esta manera se autorregenera, volviéndose más y más fuerte e impidiéndonos luchar contra él. Un ejemplo claro es cuando posponemos tareas sencillas, dejándolas para más tarde hasta acumularse, y cómo con el tiempo van provocando estrés, a medida que somos conscientes de todo lo que nos queda por hacer.

Por tanto, para poder combatir eficientemente el estrés crónico, hay que conocer sus consecuencias, la paralización física y mental, y luchar contra ellas. Para ello hago deporte, intento buscar momentos para relajarme, pero todo esto no me serviría de nada si no lo combinara con una actitud activa, atacando los problemas, enfrentándome a ellos, en definitiva, moviéndome. En mi opinión, no generan estrés los problemas de por sí, genera estrés no actuar frente a ellos.

Ahora, cuando cierro los ojos y veo todas esas hojas caer, respiro hondo y empiezo a separarlas de una en una, afrontando cada uno de los problemas de manera individual, sin pensar en los otros, actuando contra los que puedo y asumiendo los demás. Al sentir que estoy haciendo lo que puedo, no me libero de los problemas, pero sí del estrés que generan. Porque, al menos en mi caso, el estrés va ligado a la culpa de sentir que no estoy haciendo todo lo que debo. Cuanto más paralizado he estado, más estrés he tenido. Los primeros meses de tu enfermedad, donde culpaba a todos y maldecía mi mala suerte, fueron los más duros porque, en lugar de luchar, bajé los brazos y me rendí, y el estrés me devoraba porque sabía lo que tenía que hacer y no hacía.

Alvarete, de 17 años, padece una enfermedad rara.
Alvarete, de 17 años, padece una enfermedad rara.

Ahora, el problema sigue, incluso se ha acrecentado al hacerte mayor, pero me siento menos estresado, porque no paro de hacer cosas para cambiar la situación y tengo la conciencia tranquila. Sigo sin poder volar, pero he aprendido otra manera de elevarme: a través de tus ojos, de tus sonrisas y de tus abrazos. Alvarete, me has enseñado otra forma de ver y entender el mundo, has convertido mi vida en una aventura, haciéndome ver que el verdadero vuelo es el del corazón, que se eleva hacia el amor incondicional.

Juntos nos hemos enfrentado a desafíos, a los que nunca pensé que tuviera que enfrentarme. Muchos de ellos me han golpeado, derrumbándome con una fuerza que me invitaba a rendirme, pero siempre he encontrado un motivo para levantarme: tú. Te has convertido en mi maestro, enseñándome que no existen fuerzas más poderosas que la compasión y el amor.

La vida nos ha zarandeado fuertemente, así es, y con tanto movimiento se nos cayeron algunas cosas, pero hemos podido recoger la mayoría y, a su vez, encontrar alguna nueva. La vida nos ha quitado, pero nos ha dado la oportunidad de aprender su verdadero sentido, que reside en el amor, y este es su mayor regalo.

Así que, en lugar de soñar con huir a Nunca Jamás, elijo quedarme aquí, en el Ahora y Siempre, contigo. Junto a ti, cada momento es especial y cada día una oportunidad para aprender. Me costó verlo, pero estaba destinado a hacerlo: Alvarete, tú eres mi estrella del norte, brillando con una luz que no se apaga y que te atrapa, invitándote a seguirla. Contigo aprendí a volar, como siempre soñé de niño, perdiendo el miedo a equivocarme, y alcancé la máxima felicidad al darme cuenta de que en esta vida solo el que se entrega a los demás vive plenamente.

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