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Angélica Joya, psicóloga: “Las madres y los padres nadamos en un mar de información con un centímetro de profundidad”

‘Educar sin desesperar’ es una guía que nace de la propia experiencia de la autora y en la que la psicóloga aboga por la calma y el respeto mutuo como bases de una educación sin gritos, chantajes ni amenazas

Angélica Joya, la psicóloga clínica y autora de 'Educar sin desesperar'.
Angélica Joya, la psicóloga clínica y autora de 'Educar sin desesperar'.Antonio Navarro

Al contrario de lo que suele suceder con muchos libros de parenting, que parecen haber sido escritos por seres superiores e infalibles, la psicóloga clínica Angélica Joya (Barrancabermeja, Colombia, 39 años) reconoce que Educar sin desesperar (Planeta) surge en gran medida de los aprendizajes que ha obtenido de sus errores, tanto en su faceta de madre como de psicóloga. “Nadie es perfecto. ¡Y menos mal, porque tener un padre perfecto es una losa para sus hijos!”, afirma al otro lado del teléfono.

Esa honestidad se refleja en las páginas de esta guía que nace de su propia experiencia y en la que la experta aboga por la calma y el respeto mutuo como bases de una educación sin gritos, chantajes ni amenazas.

PREGUNTA. En el índice del libro sobresalen frases como “no me escucha cuando hablo”, “pasa de todo”, “solo reacciona a amenazas y gritos”, “no sabe perder”, “llora por todo”.... que forman parte de cualquier conversación de parque.

RESPUESTA. Las distintas crianzas se parecen mucho más de lo que uno se imagina. No hay que olvidar que la sociedad también educa y que influye tanto a los padres como a los hijos. Por eso, solo el hecho de estar en un grupo, de tener esas conversaciones de parque y ver que los hijos y sus comportamientos son parecidos y que no lo estás haciendo tan mal, da tranquilidad y consuela. Es terapéutico, porque hoy en día los padres y madres educan muy solos. Antes había muchas más figuras de referencia adultas para atender a los niños. Eso permitía vivir la experiencia de la maternidad y la paternidad sin tanta presión.

P. No sé si tanta información a la que están expuestos los padres y madres también acentúa esa presión.

R. La información nos puede ayudar siempre y cuando tengamos la conciencia crítica y la capacidad para saber qué nos aporta a nosotros y a nuestros hijos. También te diré que muchas veces tenemos la sensación de que tenemos mucha información, pero mi opinión es que nadamos en un mar de información con un centímetro de profundidad. Al final lo importante es que tú te escuches a ti mismo y que escuches a tus hijos, que dejes de buscar las respuestas en Instagram y las busques en ti y en tu hijo.

P. Educar sin gritos, chantajes y amenazas, ¿es posible?

R. Sí, sí lo es. Lo que pasa es que hay que reaprender a hacerlo, porque aprendemos a ser padres en un momento de la vida en el que no somos conscientes de que estamos aprendiendo a serlo, que es cuando somos niños.

P. De ahí que tengamos que reconfigurar también nuestra idea de autoridad.

R. Yo, personalmente, tuve que hacer ese duelo. Cuando yo era pequeña y estaba viendo la tele, en cuanto mi padre llegaba a casa el mando pasaba a ser suyo. Muchos crecimos anhelando ser mayores para tener el control del mando de la tele. Sin embargo, nos hicimos mayores y nuestras parejas o nuestros hijos nos robaron el mando. Nunca nos tocó a nosotros. Es normal que, a veces, tengamos ese dolor ahí, ese duelo del control, esa tendencia a querer controlar cómo son las cosas en casa, cómo son nuestros hijos. Cuando consigues superar ese duelo por la autoridad y pasas al concepto de influencia te ahorras muchos momentos de desesperación que solo son luchas de poder, esa necesidad de que el otro haga lo que tú quieres, cuando tú quieres y como tú quieres. Es cierto que muchas veces es más rápido y aparentemente más efectivo pegar un grito y que el niño haga lo que queremos del mismo susto, pero a largo plazo la influencia es más rentable.

P. “Si solo pudieras hacer una cosa al día para alentar a tus hijos, te diría que te callaras todo lo malo”, escribe.

R. Me gusta utilizar la metáfora del pastor y del ingeniero. El ingeniero es el padre que quiere tener todo el control sobre sus hijos, que los quiere diseñar a su manera y que, si algo falla, intenta rápidamente arreglarlo. El pastor, por el contrario, es aquel que dice: “Yo tengo más experiencia, sé más o menos qué podría necesitar, pero lo máximo que puedo hacer es llevarle a los prados, que es donde está la hierba. A partir de ahí, tengo que confiar en las ovejas”. Por desgracia tiene mucha más implantación la teoría del ingeniero, ese pensar que nuestra labor es estar todo el rato corrigiendo esas cosas que podrían salir mal, que pudieran hacer que esa máquina que es nuestro hijo se desvíe del camino, se tuerza o salga mal. Nos cuesta callarnos cosas que tendríamos que callarnos. Las críticas no hacen crecer. La gente crece a pesar de las críticas, pero no por ellas.

P. “Un hijo es como tener algo siempre al fuego”. ¿Esta frase del guionista Xacobe Casas explica cómo reaccionamos a muchas de las cosas que nos pasan en el día a día en la relación con nuestros hijos?

R. Sí, creo que vivimos con esa sensación de incendio permanente. Por un lado, esa idea es bonita en el sentido de que ser padres es un trabajo para toda la vida que nos obliga a permanecer siempre disponibles. Al final, si tienes una olla al fuego, no puedes olvidarte de ella. Pero esto muchas veces da lugar a la figura de padre o madre bombero. Pensamos que todo lo que pasa en casa es un incendio y entonces reaccionamos siempre para apagarlo cuanto antes. Y la mayoría de las veces lo que nos sale en estos momentos de urgencia no suele ser algo productivo, sino todo lo contrario, acabamos actuando de forma desmedida y reforzando conductas que no queremos por miedo a parecer que somos permisivos o pasotas.

P. Lo contrario, entiendo, es la consciencia de la que habla en el libro.

R. Para mí la consciencia es la capacidad de saber que todos tenemos unas gafas a través de las que vemos e interpretamos el mundo y que, por tanto, nunca vamos a tener una mirada 100% objetiva de lo que ocurre a nuestro alrededor. Al asumir esto ganamos una mirada diferente, una lente más que nos permite saber que hay más cosas detrás de las conductas. De esta forma, cuando veo un comportamiento de mi hijo con potencial para activarme el automático de la irritación, si yo tiro de consciencia puedo parar y pensar qué hay detrás de ese comportamiento, buscar explicaciones, interpretar más allá de mis gafas. Eso cambia la emoción. Automáticamente, el enfado se esfuma.

P. ¿Esto es un antídoto contra la eterna culpa de madres y padres?

R. La consciencia es un multiplicador de la paciencia que te permite que ni siquiera tengas que recurrir a la gestión emocional. La consciencia lo que hace es ir un paso más atrás: saber que lo que a mí me genera la emoción es la interpretación que yo hago de un hecho. Si gracias a la consciencia de 10 cosas de tus hijos que antes te irritaban y te hacían perder los nervios, ahora solo lo hacen seis, ya estás ganando mucho.

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