El auge de los ‘libros para’: ¿por qué la literatura infantil debería ir más allá de la búsqueda de aprendizajes?
Los expertos reconocen el bum de estos relatos, cuyo fin es mejorar la crianza o la vida de un hijo, aunque critican la profesionalización de la paternidad y maternidad y que se ha perdido el objetivo de divertir y fomentar la creatividad del niño
Álbumes ilustrados para identificar y gestionar las emociones, para tener una mejor autoestima, para dejar el pañal o aprender a lavarse los dientes. Libros para aceptar la llegada de un hermano pequeño a la familia, para gestionar las peleas con ese hermano, para empoderarse como niña, para gestionar la muerte de un ser querido. Álbumes para vencer los miedos, para aprender a dormir solo, para no ser racista, para saber cómo se debe actuar ante el acoso escolar, para entender que tienes que ponerte crema solar.
Los libros para se han convertido en un bum dentro del sector editorial infantil que camina en paralelo al auge de los libros de autoayuda para el público adulto. Son casi un género en sí mismos, libros que van más allá de la tradicional moraleja y que recurren a la ficción y a las técnicas narrativas propias de esta con el único fin de trasladar un aprendizaje concreto. Un aprendizaje que, por otra parte, demandan cada vez más madres y padres: ¿Me recomienda un libro para explicar a mi hijo la muerte de una mascota? ¿Uno para que aprenda a gestionar las rabietas?
“Obviar la faceta educativa de la literatura infantil sería absurdo porque forma parte de su esencia desde sus orígenes. No podemos olvidar que se trata de libros escritos por adultos para niños y niñas en los que la intención educativa siempre ha estado ahí de una u otra forma”, afirma Sonia Hermida, mediadora e investigadora en el ámbito de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Ella reconoce, no obstante, que esta tendencia se ha incrementado en la última década: “Entre los más de 10.000 libros que se editaron en España el año pasado en el ámbito infantil y juvenil hay demasiados libros para”.
Su opinión la comparte Román Belmonte, docente y autor del blog Donde viven los monstruos, referente en el ámbito de la LIJ. Él considera que la literatura infantil siempre ha sido un arma de las sociedades adultas para educar a las futuras generaciones: “Es una pena que los padres hagamos esto, pero siempre ha sido así con el libro infantil”, añade Belmonte, que encuentra una causa de este bum en la profesionalización del ejercicio de la maternidad y la paternidad: “Desde que la crianza ha alcanzado la categoría de show mediático y la hipermaternidad es la quintaesencia de la felicidad, la industria del libro infantil también se ha volcado en crear productos que alimenten esa necesidad de ser madres y padres profesionales y entregados que ansían ver cómo sus hijos alcanzan el culmen de la perfección suprema”.
“Lo de hoy es bastante escandaloso y nos devuelve al siglo XVIII y a aquel Instruir deleitando. Pero la cosa es que estamos en el siglo XXI”, se suma contundente Ana Garralón, profesora, traductora y crítica literaria especialista en literatura infantil. La autora del blog Ana Tarambana encuentra dos explicaciones a esta fiebre de los libros para. Por un lado, la poca formación lectora de muchos madres y padres: “Los adultos lectores no usamos los libros de esa manera”. Por otro, la sensación de cierta renuncia de los progenitores a hacerse cargo directamente de la educación de sus hijos: “Si se necesita un libro para explicar cómo lavarse los dientes, ¿cuál es entonces el rol de padres y madres?”.
Para Sonia Hermida a estos factores se suma una tendencia global que, en su opinión, afecta a toda la sociedad occidental: la búsqueda incesante en manuales y guías de recetas y soluciones inmediatas ante cualquier dificultad. “La sociedad actual demanda respuestas, pero no siempre queremos hacernos las preguntas ni buscamos el tiempo necesario para hacérnoslas”, reflexiona la mediadora, que lanza una pregunta al aire: “¿Cómo ayudamos más a una niña: proponiéndole títulos que le den espacio para interpretar, que abran caminos para que desarrolle su pensamiento crítico, que la hagan sentir, soñar, imaginar; o con títulos que supuestamente solucionan todas las dudas, preguntas o conflictos que va a vivir a lo largo de su vida?”.
La respuesta la aportan investigaciones recientes. Hermida cita como ejemplo el estudio liderado por Rosa Tabernero Sala y Laura Tagüeña Segovia, profesoras de la Universidad de Zaragoza, que concluyó que son precisamente los libros menos explícitos, los que acuden a la metáfora y se alejan de la fórmula del libro para, los que consiguen que los lectores se reconozcan con más facilidad en el relato. “La experiencia transaccional de la que hablaba la profesora e investigadora Louise Rosenblatt, que nos permite colocarnos en el lugar de los protagonistas de esas historias, se trunca por completo cuando los libros que ofrecemos se construyen en torno a una forzada intención de aprendizaje y huyen de la metáfora o la simplifican a la mínima expresión. Conseguir que los niños y las niñas vivan una experiencia literaria que les haga disfrutar, que les incluya, que les deje espacio para construir su propio significado, es imprescindible”, argumenta.
Qué se están perdiendo niños y niñas con tanto libro para
Para Sonia Hermida, el problema fundamental de estos libros para es que la calidad literaria “queda siempre en un segundo plano”. Lo mismo ocurre con los lectores. “No pueden imaginar o pensar por sí mismos en relatos así, porque todo se les da masticado y digerido”, argumenta. También considera que al limitar la experiencia literaria a este tipo de títulos se les niega a los niños el acceso a la literatura de calidad: “Si su dieta lectora se nutre exclusivamente de relatos maniqueos y burdamente simples les estamos negando el acceso a todos esos relatos, poemas e historias que nos ayudan a dotar de sentido el mundo que nos rodea, por lo que les resultará más difícil acceder a relatos más complejos y enriquecedores a medida que vayan creciendo. Además, esto incrementa la posibilidad de que la literatura deje de interesarles, puesto que no les ofrece nada nuevo, provocador, nada que alimente su curiosidad ni que les haga disfrutar”.
“Si los cebamos con libros para coartamos su libertad, sus elecciones, sus experiencias, la posibilidad de reírse a carcajada limpia o de llorar porque se acuerdan de un momento especial. Capar, censurar e imponer no son opciones plausibles en un libro de calidad, ni mucho menos en unos buenos padres”, añade por su parte Román Belmonte, para quien un buen libro infantil (y también adulto) es aquel que no da pautas para ser, estar o parecer, sino aquel que actúa como espejo de las múltiples facetas humanas, ofrece muchas capas discursivas y se adapta a cualquier lector. También aquel título que abre puertas a un diálogo “del que puede participar todo el mundo y del que pueden surgir las ideas más variopintas”.
Hermida considera que este tipo de libros que dicen a sus lectores qué tienen que hacer o sentir priva a los niños de una de las mejores herramientas para desarrollar el pensamiento crítico: “Estamos impidiendo que piensen por sí mismos, que pongan en duda aquella información que reciben y que sean capaces de llegar a sus propias conclusiones. Estamos criando a niños y niñas que creerán a pies juntillas cualquier fake new y que no levantarán su voz ante las injusticias porque asumirán que las cosas tienen que ser así”.
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