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Cocinas de emergencia en la guerra de Gaza: el reto de alimentar cada día a 90.000 desplazados

La organización Rebuilding Alliance mantiene instalaciones donde se preparan comidas calientes en la Franja que cambian de ubicación dependiendo de la seguridad y de las amenazas israelíes

Guerra entre Israel y Gaza
Un grupo de palestinos cocina junto a bloques de viviendas destruidos en Jan Yunis, en el sur de la franja de Gaza, el 30 de mayo de 2024.Ramadan Abed (REUTERS)
Luis de Vega

¿Cómo dar de comer a cientos de miles de personas que huyen con lo puesto de las tropas israelíes en Gaza? La figura del conocido como chef de barrio es fundamental para poder hacerse cargo de lo que se conocen como puntos de cocina móviles o improvisados. Se ponen en funcionamiento gracias a la colaboración ciudadana en zonas de acampada, viviendas particulares, patios, jardines o pequeños negocios. El objetivo, ante la necesidad fundamental y urgente que supone la alimentación, es conseguir la mayor proximidad a una población que lleva meses golpeada por la guerra, malnutrida, sin apenas recursos y con muchas dificultades para acudir a por comida a zonas alejadas de los lugares donde dejan caer sus escasos bártulos y montan su tenderete para sobrevivir.

El avance de las tropas israelíes en Rafah, en el sur de Gaza, y el consiguiente desplazamiento de un millón de gazatíes hacia otros territorios ha dificultado en gran medida las operaciones, denuncia durante una entrevista telefónica Rafeek el Madhoun, responsable en la Franja de la ONG estadounidense Rebuilding Alliance. Ante un mayor número de desplazados, la organización ha tenido que recolocar sus equipos en zonas más seguras, buscar nuevos almacenes y pisar el acelerador para conseguir doblar el número de raciones y llegar hasta las actuales 90.000 comidas calientes cada día.

Hasta pocos días antes de la entrada de tanques israelíes en Rafah, la organización había logrado mantener abiertos 15 puntos de atención en el oeste de la ciudad meridional (este diario no ha podido confirmar si la situación permanecía estable tras la incursión en el centro urbano). “Las bombas caían muy cerca de nuestras cocinas”, explica por videoconferencia Mohamed Hamooda, nutricionista y uno de los jefes de cocina de esa ONG en Rafah. Uno de los objetivos principales es no poner en peligro a la población local ni a los voluntarios y trabajadores, por lo que, dentro de lo posible, se instalan en lugares que consideran a salvo.

“Acudimos a una nueva zona de acampada y comprobamos de qué cazuelas y utensilios disponen. Entonces nosotros les facilitamos los alimentos para cocinar y son las propias familias junto a esos chefs de barrio los que se ponen manos a la obra”, explica el responsable de Rebuilding Alliance. “Con ocho ollas grandes se pueden preparar 5.000 raciones de arroz”, añade.

Para ello, la ONG recibe la comida del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU. Pero la llegada por tierra de los militares a Rafah ha disparado “el miedo y el estrés” entre sus equipos, señala el supervisor, lo que les ha hecho recordar el bombardeo israelí que mató en Deir al Balah el pasado 1 de abril a siete integrantes de la ONG World Central Kitchen (WCK), fundada por el chef español José Andrés, con la que colaboran sobre el terreno. “Aquel ataque nos dejó a todos devastados”, reconoce.

Reparto de comida en Jan Yunis, en abril.
Reparto de comida en Jan Yunis, en abril. Anadolu (Anadolu via Getty Images)
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El Madhoun lamenta que apenas hay carne o pollo y que las verduras se han disparado de precio hasta alcanzar, como las patatas, los 27 séqueles (unos 6,5 euros) el kilo. “Son alimentos básicos, especialmente para los niños”, lamenta al no poder apenas tener acceso a ellos. Por eso, lo que esencialmente reciben estos días de la ONU y acaban preparando en los menús son lentejas, pasta, arroz, aceite vegetal, tomate concentrado y poco más.

Al menos hasta antes de la entrada de los tanques israelíes hasta el centro, Rafeek el Madhoun viajaba cada día viaja a Rafah desde Deir al Balah, en el centro del enclave, para supervisar esas cocinas de emergencia. Las 90.000 comidas que preparan suponen el doble que antes de la ofensiva israelí en Rafah de la última semana. “Hemos dado la orden a nuestros equipos de que redoblen el esfuerzo y aumenten nuestra capacidad de preparar comidas calientes en el oeste y norte de Rafah, en la ciudad de Jan Yunis, así como en Al Mawasi”, explica El Madhoun, refiriéndose en este último caso a la gran zona de acampada a la que Israel trata de mover de manera forzosa a los gazatíes con órdenes contrarias a la legislación internacional.

El día que se realizó esta entrevista, el 10 de mayo, la ONG tenía pensado abrir dos o tres nuevos puntos para poder cocinar. El flujo de personas que asciende desde el sur, añade, llega hasta Deir al Balah. Allí acababan de poner en marcha una cocina en una zona de acampada con familias recién instaladas en los alrededores del hospital de los Mártires de Al Aqsa. Su objetivo es conseguir que la población siga comiendo a la vez que se desplaza y se instala en esos nuevos asentamientos.

Los precios para huir a zonas que se consideran más seguras se han disparado por la falta de vehículos y de combustible, explica desde Rafah a través de mensajes de teléfono Osama, un periodista local de 31 años. Afirma que es necesario pagar 300 séqueles (unos 75 euros) por una plaza en transporte colectivo abigarrado de personas y 1.000 en coche.

“Cada día tenemos que pagar más por el transporte”, coincide El Madhoun al describir que la logística se ha complicado por culpa del cierre impuesto por Israel de los dos pasos fronterizos, el que llega desde territorio israelí, Kerem Shalom, y el de Egipto, junto a Rafah, únicas vías de suministro desde el exterior. Eso supone un reto porque la ONG siempre trata de abrir sus puntos de cocina en zonas seguras y que los habitantes no tengan que desplazarse, pero los recursos de los que disponen por el cierre fronterizo son cada vez menores y el reto se complica cada vez más, admite.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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