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Huir de Gaza tras resistir mil y una guerras: “No puedo olvidar la destrucción que he visto”

Jamila Rasheed, de 68 años, acaba de llegar a España para vivir con uno de sus hijos. Su vivienda en el campamento palestino de Nuseirat fue destruida en un bombardeo días después de su partida

Guerra entre Israel y Gaza
Jamila Rasheed, en un apartamento cerca del aeropuerto de Madrid el pasado 26 de abril.Samuel Sánchez
Alejandra Agudo

Jamila Rasheed ha vivido un sinfín de guerras en Gaza desde que nació en 1957 en este enclave al que fueron desplazados sus padres en la Nakba (la “catástrofe” para los palestinos, tras la declaración del Estado de Israel y la expulsión de sus tierras) de 1948. Nunca pensó en abandonar su hogar en el campamento de Nuseirat, en el centro de la franja de Gaza, y allí ha permanecido durante un conflicto tras otro sin importar lo que cayera del cielo. Hasta ahora. En contra de su voluntad, aclara la mujer, uno de sus hijos ―con nacionalidad francesa, pero residente en Líbano―, solicitó al Ministerio de Exteriores de Francia que gestionase la salida de sus padres el pasado diciembre.

“No quería irme, mis hijas, mi hijo, mi país y mi corazón siguen allí”. Tras cuatro meses de espera, el pasado 10 de abril, la mujer salió por el paso de Rafah, en el sur de la Franja, y viajó de El Cairo, capital de Egipto, a París, y de allí, hasta Madrid, donde vive otro de sus hijos, Arafat Alhaj, de 40 años. En los próximos días, Alhaj espera la llegada del padre por la misma ruta. “Pensamos que era más seguro que vinieran a Europa. Sabíamos que allí no iban a sobrevivir”, argumenta el hijo. Un informe de la organización Euro-Med Human Rights Monitor alertaba en marzo del “elevado” número de víctimas mayores: alrededor del 7% de los muertos de la guerra son ancianos.

“¿La imaginas peleando por la comida?”, se refiere Alhaj al riesgo que representa acceder a los escasos alimentos que se distribuyen, especialmente para alguien de la edad de su madre, que ya ha cumplido 68 años. “En siete meses no comí huevos, ni carne, ni leche. Compré tomates una vez, y lentejas a nueve euros el kilo”, cuenta Jamila Rasheed. “Lanzar ayuda por el aire es peligroso, pero sobre todo, es humillante. No son animales. Pero es lo que quieren que veamos, gente salvaje peleando por la comida, sin dignidad”, opina Laila Samara, su nuera, socióloga de formación y extrabajadora del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Turquía.

Rasheed da un respingo cada vez que entra por la ventana el sonido atronador de los aviones que despegan o se aproximan a las pistas del aeropuerto de Madrid-Barajas, a menos de un kilómetro del pequeño apartamento que su hijo y nuera tienen alquilado. La mujer mira hacia el cielo para comprobar que no hay peligro. “Estoy muy estresada. Es como una tortura. No puedo olvidar la destrucción que he visto. En cada momento esperábamos la llamada que nos alertase para salir de la casa y correr. Cuando ves a la gente morir, lloras; pero he llorado más desde que he llegado aquí, al recordarlo”.

Una de las imágenes que le ha quedado clavada en la memoria es el bombardeo de la vivienda de una de sus hijas. “Sacamos a mi nieto inconsciente de entre los escombros. No sabemos cómo sobrevivió, fue un milagro”, se emociona. “A mi hija la mandaron a Rafah a refugiarse, luego de vuelta, y ahora está de nuevo en Rafah”. Pero la anunciada incursión terrestre de Israel en esta ciudad, último refugio de más de un millón de palestinos de otras zonas de Gaza, puede cambiar la situación drásticamente en cualquier momento.

“Me sentí muy mal haciendo la maleta. La noche anterior, como sabía que me iba, no pude dormir”, recuerda. Rasheed tiene un visado de turista para tres meses. Las autoridades francesas le dieron también la opción de obtener un permiso más prolongado como solicitante de asilo, pero lo rechazó porque planea regresar.

― “Quiero volver, aunque no me dejen”, dice la mujer.

― “Pero ya no tienes casa”, replica el hijo.

― “Pues me quedaré en la calle”, le responde.

Pocos días después de su llegada a España, Rasheed ha sabido que el edificio en el que residía fue bombardeado y totalmente destruido. En un vídeo que le ha llegado a la familia del lugar después del ataque, ha podido distinguir alguna de sus pertenencias entre los escombros. “Allí todos éramos civiles. Ya no tengo nada. Quisiera haber estado y morir”, solloza.

Nuseirat está siendo atacado intensamente en los últimos días y Rasheed está preocupada porque el hijo varón que aún vive allí está durmiendo a la intemperie; todos los refugios y las casas de sus parientes están abarrotados. Y las cuatro hijas y sus más de 20 nietos, aunque tienen alojamiento con sus familias políticas, están también en peligro. Rasheed sabe en carne propia que, como dice la ONU, hoy “no hay lugar seguro en Gaza”.

Jamila Rasheed, junto a su hijo, Arafat, y su nuera, Laila, en un apartamento cerca del aeropuerto, el pasado viernes 26 de abril, en Madrid.
Jamila Rasheed, junto a su hijo, Arafat, y su nuera, Laila, en un apartamento cerca del aeropuerto, el pasado viernes 26 de abril, en Madrid. Samuel Sánchez

“Mientras estaba allí, no tenía electricidad ni conexión para estar al día de lo que sucedía. Durante dos meses, no pudimos hablar con ella, no podíamos escuchar su voz”, explica la nuera. “Incluso entre nosotros, dentro, no nos podíamos comunicar”, apunta Rasheed. Ahora está 24 horas pegada al teléfono, en los grupos de redes sociales y mensajería en los que los palestinos comparten información, y siguiendo las noticias en los medios internacionales. “Estamos preocupados por las enfermedades de nuestros sobrinos. No hay agua potable”, admite Samara, su nuera.

La ONU alertó ya en octubre del riesgo de muerte que enfrentan los gazatíes, especialmente los niños, por falta de agua o dolencias relacionadas con la insalubridad de los recursos hídricos. El Ministerio de Sanidad de Gaza, dependiente de Hamás, advirtió el 26 de abril de que ha perdido toda capacidad para analizar y clorar el agua potable de la Franja, por lo que todos los habitantes del enclave “están poniendo su vida en peligro” con solo beber.

Carente de casi todo, durante el día, Rasheed estaba muy ocupada en sobrevivir. Sin gas, electricidad, ni horno, ni nevera, dedicaba la mayor parte de la jornada a buscar leña, alimentos y cocinar. De vez en cuando, hacía cola en comercios con generadores para cargar el teléfono. “Los ingenieros, los doctores… Todo el mundo está en la misma situación, sin distinción. Todas las familias están rotas”. Tres primas de su marido murieron junto a todos sus parientes en los primeros días de guerra. “Somos civiles. No es que crea que nadie se merezca que le maten, pero hablo de la gente que conozco que no son de Hamás ni otros grupos”, insiste. “Ahora no solo luchamos contra Israel, sino contra Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido, que le dan armas para matarnos”, afirma entre aspavientos y lágrimas en los ojos. “Es nuestro derecho existir y resistir. Es nuestro país”, defiende.

Al haber salido por intermediación de Francia, la familia de Rasheed no ha tenido que desembolsar los entre 5.000 y 10.000 dólares (entre 4.600 y 9.300 euros) que pagan los gazatíes como “gastos de coordinación” para que las autoridades egipcias les permitan traspasar la frontera. Lo saben porque, como la vía diplomática con París se demoraba, los hijos de Rasheed sopesaron pedir dinero prestado para pagar “el soborno”, explica la nuera. Entre 80.000 y 100.000 palestinos han abandonado Gaza desde el 7 de octubre, según las autoridades egipcias.

El Cairo ha reiterado que no quiere que los gazatíes se establezcan en Egipto, por lo que les otorgan visados temporales de dos o tres días, para que abandonen el país cuanto antes hasta su destino final. Samara le explica a su suegra que, para entrar de vuelta a la Franja como ella desea, el coste es de 3.000 dólares. “No tengo dinero, ¿por qué pagaría y a quién por volver a mi casa?”, se pregunta ella.

Francia ha facilitado la salida de 260 francopalestinos y familiares entre el 1 de noviembre de 2023 y el pasado 6 de abril. Desde el 7 de octubre, día en el que Hamás atacó territorio israelí, hasta finales de abril, España ha facilitado la salida de Gaza a 187 hispanopalestinos, según datos del Ministerio de Exteriores. En el primer trimestre de este año, 88 palestinos han solicitado asilo en el país, según datos de Interior. En todo 2023 fueron 184.

Para Rasheed, regresar a Gaza, como ella desea, no parece una posibilidad real hoy. Pero la familia no ha decidido qué harán la mujer y su esposo cuando expire su visado, o más bien, dónde pedirán asilo. Los hijos de Rasheed fuera de Gaza están dispersos entre Madrid, Líbano y Turquía. “Quizá se queden aquí, quizá se muden a un país más cercano. Quizá la situación haya cambiado”, elucubra ella.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM
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