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Los ancianos, las víctimas invisibles de la guerra de Gaza

Un informe destaca el “elevado” número de personas mayores fallecidas, un 7% del total de muertos, en relación con su escaso peso en una población palestina joven

Un hombre mayor con su familia en una tienda de campaña en Rafah, en el sur de Gaza, el pasado 26 de enero.
Un hombre mayor con su familia en una tienda de campaña en Rafah, en el sur de Gaza, el pasado 26 de enero.Abed Zagout (Anadolu via Getty Images)

No hubo piedad para Naifa al Sawada. Tenía 92 años y una demencia senil en estado terminal cuando los soldados israelíes obligaron a punta de pistola a sus hijos a marcharse y dejarla sola en su casa del barrio Al Rimal, en Ciudad de Gaza, relata desde Toronto (Canadá) su nieto, Ayman Ayyad. “Su mente se había ido hacía tiempo”, explica el hombre. La anciana ya no podía comer, ni beber, ni moverse sin ayuda, pero de nada valieron las súplicas de sus familiares a los militares para que les permitieran llevársela con ellos. La mujer murió en su piso en algún momento entre el 21 de marzo y el 1 de abril. Esa es la única certeza que tiene su familia, que desconoce cómo falleció exactamente. Tras buscarla sin descanso todo ese tiempo por los hospitales, uno de sus hijos halló en su apartamento lo “poco que quedó de ella en este mundo”, dice su nieto: unas pocas vértebras carbonizadas, fragmentos de huesos que están seguros son de ella, sepultados por los escombros y las cenizas. Los israelíes “le habían prendido fuego al edificio. Estuvo sola durante diez días”, musita su nieto. En su voz, hay algo que va más allá de la desolación.

La infancia de la anciana, nacida en 1932, había transcurrido en la ciudad palestina de Bir as Sabi, que Israel rebautizó luego como Beersheva, a unos 110 kilómetros al sur de Tel Aviv. La Franja de Gaza como tal no existía. Sí la urbe homónima en el mandato británico de Palestina. Ya casada, siendo aún una adolescente, se había mudado con su marido a Ciudad de Gaza cuando, en 1948, toda su familia tuvo que huir de Bir as Sabi por la Nakba (catástrofe), la expulsión o huida de sus tierras de 750.000 palestinos ante el avance y las matanzas de las milicias sionistas. Más de 1,7 millones de los 2,2 millones de gazatíes son refugiados a causa de ese éxodo indisociable de la creación de Israel.

Guerra de Gaza Nakba
La anciana palestina Naifa Al Sawada, en una imagen tomada en Gaza, cedida por su familia.

Gaza es una tierra de jóvenes. Solo el 4,7% de su población tiene más de 60 años, según la oficina central estadística de Palestina. Con tantos adolescentes y niños heridos, mutilados o en las listas de los más de 34.000 fallecidos por la ofensiva militar israelí del Ministerio de Sanidad gazatí, las muertes de ancianos han pasado casi inadvertidas.

Un informe de la organización Euro-med Human Rights Monitor alertaba en marzo del “elevado” número de víctimas mayores, sobre todo en relación con su escaso peso en la población: alrededor del 7% de los muertos de la guerra eran ancianos. Algunas de esas víctimas perecieron en bombardeos, por disparos de francotiradores o por ejecuciones extrajudiciales. Una de ellas se refleja en un vídeo de los propios autores divulgado por Al Jazeera. En él, un soldado israelí se jacta de haber matado a un anciano sordo en Gaza.

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Otros ancianos han muerto por inanición, desnutrición, deshidratación y “atención médica inadecuada”, precisa Euro-med Monitor. La salud de los ancianos es más vulnerable. En Gaza, aún más. Según datos oficiales palestinos, más del 70% de los mayores del enclave tiene al menos una enfermedad crónica. Antes de la guerra, la ONG Juzoor calculaba que el 45% se acostaba con hambre al menos una noche a la semana.

Como Al Sawada, muchos mayores han perecido en la zona más peligrosa de Gaza: el norte. En las fosas comunes descubiertas recientemente tras la retirada del ejército del hospital Kamal Adwan, había ancianos. Un gran número “ni siquiera llegaron” a ese u otros hospitales, asegura Euro-med Monitor. Los mataron o murieron en sus casas y muchas de esas muertes no están registradas. Son las “bajas ocultas” de la guerra, subraya la ONG HelpAge.

Morir sola

Los últimos días de Naifa Al Sawada transcurrieron en medio de bombardeos, disparos de tanques y de francotiradores israelíes, durante el segundo asalto al cercano hospital Al Shifa, a mediados de marzo. A las dos de la madrugada del día 21, los soldados volaron las puertas de su casa.

“Empezamos a gritar: Somos civiles, mujeres y niños”, cuenta desde la meridional Rafah, Amal (que pide no dar su nombre real), nuera de la anciana. “A los hombres los desnudaron y se los llevaron maniatados. A las mujeres nos retuvieron a punta de pistola y luego nos ordenaron que nos marcháramos al sur. Le rogué al soldado: ‘Mi suegra es muy mayor, no puede comer, ni beber. Déjeme que me la lleve en su silla de ruedas. No puedo dejarla sola”.

Amal siguió suplicando “durante 20 minutos”. El militar se negó. “Empezó a gritar. Me apuntó con su arma. ‘Si no te vas, te mato’, me dijo”, recuerda.

La mujer había acostado a la anciana: “La tapé y le di la poca comida que teníamos. Se quedó recostada sobre el lado derecho”.

Imágenes cedidas por la familia del apartamento y del edificio donde se hallaron los restos de Naifa al Sawada.
Imágenes cedidas por la familia del apartamento y del edificio donde se hallaron los restos de Naifa al Sawada.

Sus hijos trataron de volver a entrar en el apartamento, pero los “francotiradores disparaban a todo lo que se movía”, explica por teléfono desde Gaza Warda, el nombre también falso de una hija de la anciana. La familia empezó entonces una búsqueda frenética. Preguntaron a gente que decía haber visto a los soldados llevándose a su madre; pidieron ayuda a la Media Luna Roja, recorrieron los hospitales. Incluso recurrieron a una ONG israelí y a la periodista del diario Haaretz Amira Hass, que preguntó por la anciana al ejército israelí. Su respuesta fue que no sabían nada. Warda acudió a la morgue del hospital Bautista de Gaza. Allí vio “cientos de cadáveres mutilados, descompuestos o carbonizados”. Su madre no estaba entre ellos.

El ejército israelí se retiró del hospital Al Shifa el 1 de abril. Ese mismo día, la familia entró en el edificio de la anciana. No la encontraron. El 8 de abril, uno de los hijos regresó al apartamento para buscar otra vez. Cubiertos por cenizas y escombros, halló sus huesos. Estaban recostados sobre el lado derecho. “Nunca sabremos cómo murió. ¿De hambre? ¿Deshidratada? Quemaron el edificio... Así de atroz fue su muerte”, lamenta su nieto.

Atrapados

No muy lejos de ese inmueble, Sami Mushtaha, de 85 años, no para de llorar. Por teléfono, explica cómo un misil israelí le arrancó las piernas y mató a tres de sus nietos, de entre 14 y 18 años.

“Estaba sentado en el patio y le pedí a mi nuera un café. Entró en la casa y mis nietos la siguieron. De repente, todo tembló. Algo golpeó mi pierna. Los vecinos vinieron corriendo y me sacaron de debajo de los escombros. Uno de ellos me llevó en hombros al hospital. Yo preguntaba: ‘¿Dónde están mis nietos?”.

Los médicos le amputaron una pierna. Dos semanas después, la otra. Cuando iba a salir del hospital de Al Shifa, tuvieron que amputarle aún más arriba la primera extremidad. Ahora está atrapado con su mujer y uno de sus hijos en Ciudad de Gaza. En silla de ruedas, no puede obedecer la orden israelí de evacuación.

Sami Mushtaha, de 85 años, en una imagen cedida por su familia. Al anciano le amputaron ambas piernas después de resultar herido en el bombardeo de su casa en Gaza. Ese ataque mató a tres de sus nietos, de entre 14 y 18 años.
Sami Mushtaha, de 85 años, en una imagen cedida por su familia. Al anciano le amputaron ambas piernas después de resultar herido en el bombardeo de su casa en Gaza. Ese ataque mató a tres de sus nietos, de entre 14 y 18 años.

Numerosos ancianos gazatíes dependían ya antes del conflicto de sillas de ruedas o andadores para desplazarse. Un consultor de Christian Aid explica por correo electrónico que su suegro de 85 años está desplazado en Rafah, junto con otros tres ancianos de la familia. El hombre sufrió hace tiempo un derrame cerebral y está en silla de ruedas. La práctica destrucción del sistema sanitario gazatí ha forzado a este y otros ancianos a tratar de conseguir la medicación que precisan por su cuenta.

“Los mayores tienen a menudo poca movilidad. No pueden huir ni recorrer kilómetros buscando medicinas, comida o agua”, precisa desde Ramala (Cisjordania) el doctor Umaiyeh Khammash, fundador de Juzoor. Esta ONG asiste a más de 3.000 mayores en 50 refugios en el norte de Gaza. Muchos “están sin familiares”. Un gran número, deplora el médico, padece “graves problemas de depresión”.

Ibrahim, de 80 años, murió el 17 de febrero, relata por teléfono su hija Hend. “Mi padre empezó su vida con la Nakba y la terminó en esta guerra”. Este “padre afectuoso” había nacido en Karatya, en el actual territorio de Israel. A los cuatro años, fue uno de esos niños arrojados descalzos a los caminos que muestran las fotografías de la Nakba. Creció en el campo de refugiados gazatí de Al Shati.

Hace cuatro años, se había quedado ciego. El “anciano orgulloso que se negaba a que le ayudaran” tuvo que escapar con su familia de Ciudad de Gaza y “afrontar un entorno extraño”. Empezó a “aislarse, dejó de hablar y se negó a tomar su medicación. Nos decía que lo lleváramos a donde los israelíes pudieran pegarle un tiro. No pudo soportar tanto horror. Intentamos que le ayudaran en el hospital, pero estaban desbordados por los heridos [más de 77.000, según las autoridades de la Franja]”, lamenta Hend.

Ibrahim “nunca olvidó la sed que padeció durante la Nakba”, explica su hija. Esos recuerdos de los que el poeta Mahmud Darwish decía que daban “miedo a los invasores” le acompañaron siempre. Está enterrado en Rafah, en la tierra de Palestina, como era su deseo. Y eso es uno de los “pocos consuelos” que le quedan a Hend.

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