La guerra separa de sus familias a 17.000 niños en Gaza
Muchos se han extraviado durante los desplazamientos forzosos y, en el caos imperante de la Franja, nadie ha conseguido localizar a sus padres. Otros son huérfanos
Algunos se presentan solos y heridos en el hospital. Otros son auxiliados por desconocidos que se dan cuenta de que un niño vaga a su lado siguiendo a la multitud. Cuatro meses y medio de guerra en Gaza han dejado a unos 17.000 menores separados de sus familias, según los datos de Unicef, la agencia de Naciones Unidas para la Infancia. Una parte de ellos son huérfanos, lo sepan o no; otros se extraviaron. Es solo una estimación porque, en el caos reinante en la Franja, resulta imposible determinar su número exacto. Suponen un 1% de los 1,7 millones de desplazados, concentrados principalmente en la región de Rafah, que el ejército israelí no concluirá la guerra sin invadir, según insisten a diario sus dirigentes. “Como todos los datos que tienen que ver con Gaza hoy, es proporcionalmente muy superior al de cualquier otro conflicto en la era moderna”, señala por videoconferencia desde la ciudad del sur de la Franja Hamish Young, coordinador sénior de emergencia de Unicef.
“Muchos no saben si sus padres están vivos o no”, explica por teléfono Ruth Conde, enfermera pediátrica española que regresó el pasado enero del sur de Gaza tras un mes como voluntaria en distintos centros sanitarios con la ONG Médicos sin Fronteras. En algunos bombardeos a viviendas en zonas densamente pobladas, ha llegado a morir hasta una veintena de miembros del mismo clan familiar. En Palestina ―y en el mundo árabe en general― la red familiar es amplia, y resulta una práctica habitual ir añadiendo plantas al mismo inmueble para que los hijos varones se independicen tras casarse.
Una parte de estos niños no acompañados llegan al hospital heridos y por su propio pie, señala Conde. “Ellos mismos son los que te dicen que están solos”. Existe un acrónimo en inglés para definirlos, WCNSF: wounded child, no surviving family (niño herido, sin familia superviviente). A otros los traen desconocidos que ya lo pasan mal para alimentar a sus propios hijos. “Llegan de manos de gente que dice: ‘Nos lo hemos encontrado cuando íbamos de Jan Yunis a Rafah y lo hemos integrado”, rememora Conde. “Tienen tales niveles de ansiedad que hemos visto conductas autolesivas y hasta ideación suicida”. Ya antes de la guerra, Unicef calculaba que medio millón necesitaban apoyo en salud mental. Ahora, sitúa en un millón los niños traumatizados, tras 136 días de guerra con casi 30.000 palestinos muertos en medio de una crisis humanitaria y una destrucción sin precedentes desde la II Guerra Mundial.
“Cuando se huye para salvar la vida”, explica Young, “es muy fácil que unos padres pierdan un hijo, sobre todo si son de poca edad o están cuidando de varios a la vez. A veces tienen que llevar al mismo tiempo un bebé en brazos e ir arrastrando a varios niños de la mano. Es muy, muy fácil que resulten separados en esas circunstancias”. Si se suma esta facilidad de separarse, la escala de los desplazamientos forzados que ha registrado Gaza y los datos de situaciones similares en otros puntos del planeta, el coordinador de emergencias considera “lo más probable” que sea “la principal razón” por la que tantos menores no están hoy acompañados por sus familias. Entre octubre y noviembre, en torno a un millón de personas escapó del norte al sur por orden del ejército de Israel. A principios de diciembre, tras una semana de alto el fuego, Israel comenzó a centrar sus bombardeos en el sur y acabó invadiendo Jan Yunis, la principal ciudad de la zona, lo que ha generado otros éxodos en menor escala. En ocasiones, se trata de las mismas personas, en busca de un lugar seguro que no existe.
Vulnerables
Los casos más vulnerables son aquellos a los que nadie consigue encontrar una conexión familiar, explica Young, que pone como ejemplo una niña de cuatro años a la que ha visitado en varias ocasiones. “Vagaba sin compañía en medio de una zona de combate […]. La llevamos al hospital. Tenía algunas heridas y estaba tremendamente traumatizada. Durante un tiempo ni siquiera podía hablar. Ahora está bien cuidada y protegida, tanto físicamente como en apoyo psicosocial, pero solamente dice su nombre, sin el apellido. No puede contar lo que le ha pasado, de dónde viene, ni quiénes son sus padres”, relata.
Al dar cuenta de la estimación de menores separados de la familia, en una rueda de prensa en Ginebra a principios de mes, el responsable de defensa de derechos y comunicaciones de Unicef en Palestina, Jonathan Crickx, mencionó otros dos casos que acababa de conocer de primera mano: “Vi dos niños muy pequeños, de seis y cuatro años, en un centro donde se alberga y cuida a menores no acompañados. Son primos y sus familias respectivas enteras fueron matadas en la primera mitad de diciembre. La niña de cuatro años en particular está todavía muy en shock. Conocí a esos niños en Rafah. Tememos que la situación de los que han perdido a sus padres sea mucho peor en el norte y centro de Gaza”. Al norte, donde se registran más casos de desnutrición grave, no llega la ayuda humanitaria. En el sur, se concentra la labor de las organizaciones internacionales y ONG, por lo que existe un proceso de registro y un protocolo para abordarlos.
Por una parte, están los refugios organizados, como los de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), donde los cuidan trabajadores comunitarios y, en ocasiones, sociales o sanitarios. En los menos organizados, todo funciona de forma más orgánica y sin registros, precisa Young. La gente indaga para intentar conectarlos con miembros de su clan familiar. En Gaza, los vínculos sociales son estrechos y los vecinos suelen conocer el patronímico de cada persona o de los notables de la zona. Pero todo es más complicado en el multitudinario caos de Rafah, donde cientos de miles de personas están en refugios oficiales, otras tantas en tiendas de campaña y un número indeterminado, acogidos por familiares, por solidaridad o pagando un alquiler en apartamentos o habitaciones.
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