Brexit, año cinco: el 55% de los británicos lamenta la salida de la UE mientras el Gobierno se acerca con cautela a Bruselas
Keir Starmer, que asistirá este lunes a una cumbre europea, busca con sigilo una mayor cooperación con Bruselas para resucitar la economía del Reino Unido
Cinco años después de su entrada en vigor, un 55% de los británicos considera hoy que el Brexit fue un mal negocio para el Reino Unido, según la encuesta realizada por YouGov hace apenas 10 días. Ese mismo 55% desearía volver a la UE. Incluso entre los que fervorosamente votaron a favor de la salida, uno de cada seis ya se arrepiente. Y la verdadera tragedia está en los jóvenes de entre 18 y 24 años, que no pudieron participar en el referéndum de 2016: tres de cada cuatro de ellos, un 75%, creen que la decisión fue un error que ha cerrado puertas a su futuro.
Las fechas del Brexit son tramposas, y demuestran que el divorcio más doloroso de la reciente historia de Europa es en realidad una herida que nunca se termina de cerrar. El 31 de enero de 2020, el Reino Unido abandonó la UE. Pero quedaba por delante un año de transición en el que nada cambió a efectos prácticos, mientras se negociaba un nuevo tratado de comercio. Después llegó la pandemia, cuyas nefastas consecuencias económicas sirvieron para camuflar las derivadas de la ruptura con Bruselas.
Hoy, con esa niebla totalmente despejada, comienzan a vislumbrarse los resultados: económicos —malos, pero no trágicos—; políticos —con un país aislado en momentos de incertidumbre—; y sociales —las cifras de inmigración, el gran detonante del Brexit, no han dejado de crecer—.
“El impacto negativo sobre las relaciones comerciales no ha sido tan grave como aventuraban algunas predicciones”, explica Jonathan Portes, profesor de Economía y Políticas Públicas del King’s College de Londres. Junto a otros 40 académicos, agrupados por el centro de pensamiento UK in a Changing Europe, ha participado en la elaboración de The Brexit Files (Los Expedientes del Brexit), el informe más completo realizado sobre la histórica decisión que el Reino Unido tomó tras un referéndum en el que el sí venció por un estrechísimo margen: del 51,9% frente al 48,1%. “Todavía no existe certeza absoluta en este sentido, y sigue habiendo disputa, pero si observamos los datos que ya existen, queda claro que hubo consecuencias negativas en el comercio exterior, centradas sobre todo en el intercambio de bienes, no tanto en el de servicios. Pero se sitúan en la franja más baja de todo lo anticipado por aquellos análisis”, matiza Portes.
En los últimos meses, la economía del Reino Unido se ha estancado completamente. Se ha extendido el pesimismo entre el empresariado, que ha comenzado a despedir trabajadores, y la promesa de crecimiento del nuevo Gobierno laborista de Keir Starmer está seriamente en entredicho. Parte de ese escenario sombrío se debe al Brexit.
El primer ministro prometió a los británicos que trabajaría en mejorar las maltrechas relaciones con la UE heredadas de 14 años de gobiernos conservadores, pero más allá de las buenas palabras, —Starmer prometió un “reinicio”, el término inglés era reset— sus movimientos han sido tibios y han provocado frustración en Bruselas.
Starmer será este próximo lunes el primer jefe de Gobierno británico en participar en una reunión informal del Consejo Europeo desde que el Brexit entró en vigor. Hablará con sus colegas de la futura cooperación en seguridad y defensa. Y está prevista para la primavera una reunión para revisar las relaciones entre Londres y Bruselas. Pero hasta ahora, hay más gestos que decisiones concretas.
“Si realmente deseas que haya crecimiento económico en el país, es sumamente importante replantearse la relación con tu socio comercial mayor y más cercano”, advierte Sarah Hall, profesora de Geografía de la Universidad de Cambridge y vicedirectora de UK in a Changing Europe. “Al menos a primera vista, da la sensación de que ese puente aún no se ha cruzado. La geografía es muy importante cuando de las relaciones comerciales se trata”.
El fantasma de la inmigración
El gran motor que impulsó el Brexit, por muy incómodo que resulte todavía para los políticos británicos, fue la xenofobia. Aquel eslogan que rezaba “Take Back Control” (Recuperemos el Control) se refería sobre todo al control de las fronteras. De hecho, una vez que el Reino Unido dejó de aplicar la libertad de movimiento de personas de la UE, el Gobierno conservador cambió sus leyes migratorias para endurecerlas aún más.
De nuevo, la pandemia lo camufló todo. Muchos salieron del Reino Unido. Nadie entró durante esa crisis sanitaria. Hasta que volvieron a abrirse las fronteras y llegó la sorpresa. Hasta junio de 2023, según cifras de la Oficina Nacional de Estadística, más de 900.000 personas entraron en el Reino Unido. Un año después, a pesar de la aplicación de normas migratorias más severas, la cifra siguió siendo de 728.000 recién llegados. En su inmensa mayoría, de países no comunitarios, para ocupar en muchos casos los trabajos de hostelería, sanidad o dependencia que realizaban antes ciudadanos de la UE.
“Si lo que valoras es vivir en una sociedad multicultural y multiétnica, el Brexit ha supuesto un gran impulso hacia ese objetivo”, ironiza John Curtice, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Strathclyde. “Porque ha cambiado la fisionomía de esa inmigración, que ha pasado de ser fundamentalmente blanca de origen europeo a mucho más diversa. Sospecho que los que votaron a favor de la salida de la UE no considerarán necesariamente este resultado como una consecuencia favorable del Brexit”, señala el académico.
La relación con los vecinos del otro lado del canal de la Mancha será un asunto permanente en la política del Reino Unido, por mucho que los políticos de uno y otro lado intenten enterrarlo bajo la alfombra. Y por eso, sugieren muchos expertos, cualquier intento de reparar los destrozos del Brexit se hará de un modo sutil y oculto, hasta que cualquier cambio se asuma con inevitable. “Por todo lo visto hasta ahora, creo que este Gobierno se va acercando de puntillas a la UE, pero evitando la discusión pública de sus maniobras. No habrá debate, no vamos a politizar de nuevo el asunto. Y aunque para muchos resulte una actitud frustrante, puede que sea en estos momentos lo más razonable”, apunta Anand Menon, profesor de Política Europea del King´s College de Londres, y director de Uk in a Changing Europe.
Quizá, una vez más, los principales partidos británicos no son capaces de tomar la temperatura a su país. Hasta ahora, el consenso general apuntaba que una mayoría de británicos (64%, según la encuesta de YouGov) deseaba estrechar las relaciones con la UE, pero sin desenterrar el fantasma de un nuevo referéndum. La misma encuesta, sin embargo, señala que ya es un 55% el que quiere desandar completamente lo andado y entrar de nuevo en el club comunitario. Y por eso el partido que siempre ha sabido utilizar mejor en su provecho los cambios de humor del electorado, el Liberal-Demócrata, ha aprovechado la irrupción de Donald Trump en Estados Unidos y su amenaza de una guerra comercial para romper ya uno los tabúes en torno al Brexit y reclamar abiertamente que el Reino Unido se vuelva a incorporar al espacio aduanero de la UE. Más fácil de decir que de hacer, pero una señal de que algo se mueve en el debate público del Reino Unido cinco años después de aquella decisión.
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