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Gaza se muere de sed

Los ciudadanos de la Franja solo tienen tres litros de agua al día, porque Israel bloquea el suministro y la energía para mantener en funcionamiento las instalaciones de abastecimiento y distribución

Gazatíes acudían el viernes a un punto de suministro de agua dentro de un campamento para refugiados de la ONU en Jan Yunis, franja de Gaza.
Gazatíes acudían el viernes a un punto de suministro de agua dentro de un campamento para refugiados de la ONU en Jan Yunis, franja de Gaza.MAHMUD HAMS (AFP)
Patricia R. Blanco

El agua está a punto de agotarse en Gaza. El bloqueo total impuesto por Israel tras el ataque de Hamás el 7 de octubre ha interrumpido la llegada del agua potable que se distribuía a través de una tubería desde territorio israelí, pero también la entrada de electricidad y combustible, lo que imposibilita mantener en funcionamiento las tres plantas desalinizadoras de la Franja, las bombas para extraer agua de los pozos o el transporte a través de camiones cisterna. Además de la interrupción de suministros, los bombardeos israelíes “han alcanzado numerosas instalaciones, tanto de abastecimiento de agua, como de almacenamiento y alcantarillado” e impiden la circulación de los camiones cisterna que todavía tienen carburante para circular, afirma Pilar Orduña, responsable de acción humanitaria de Oxfam Intermón. El resultado es que apenas quedan recursos en una región que ya padecía una gran escasez de agua y déficits de saneamiento, denuncia.

“Mi misión mañana es, básicamente, conseguir agua”, lamenta Sami, palestino miembro del personal de Unicef en Gaza, en un audio distribuido por este fondo de Naciones Unidas. El hombre, que ha tenido que abandonar su casa en el norte de la Franja junto a su mujer y sus cinco hijos, se refugia de los ataques aéreos de las fuerzas armadas israelíes en un espacio de 70 metros cuadrados donde conviven 17 personas. “Niños y adultos, todos juntos y sin agua corriente… Hoy he tenido que ir a recoger agua en cubos, agua que básicamente sirve para el baño, porque no podemos usarla para nada más. Hemos estado bebiendo de las botellas que teníamos, pero ya se nos están acabando”, lamenta. También Rania (nombre ficticio), una cooperante de Amnistía Internacional refugiada en Rafah, afirma en declaraciones distribuidas por esta organización que su “lucha es encontrar agua”. “Es muy difícil hallarla y muy cara”, subraya.

Antes del conflicto, los palestinos ya se enfrentaban a una grave escasez de agua y contaban con un sistema de suministro muy deficiente. Según un análisis de necesidades multisectoriales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2022, el 82% de los habitantes de Gaza recibían agua a través de la distribución de camiones cisterna privados; un 13% se abastecía de grifos públicos; solo el 4% tenía agua corriente en su hogar y el 1% necesitaba consumir agua embotellada. Las tres plantas desalinizadoras, que ya no están operativas, producían 21 millones de litros de agua potable al día, según la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos.

Guerra Israel Gaza
Gazatíes rellenaban bidones de agua el martes en Jan Yunis, franja de Gaza. HAITHAM IMAD (EFE)

Pero ahora, “el agua potable prácticamente se ha agotado”, denuncia Oxfam. Y el acuerdo alcanzado entre Israel y Estados Unidos para permitir la entrada de alimentos, agua o medicinas desde Egipto será “insuficiente” para cubrir las necesidades de consumo de la población, concuerdan las organizaciones. Según los cálculos del Clúster de Agua y la Energía de la ONU, solo hay ahora “tres litros de agua al día disponibles por persona en Gaza”. “Una ducha de cinco minutos lleva un gasto de agua de alrededor de 100 litros”, apunta Orduña.

En esta situación de escasez, los dueños de plantas de desalinización o purificación de agua, que en su mayor parte funcionan con energía solar, “son los mayores proveedores”, continúa. Pero el “precio se ha quintuplicado”, según ratifican cooperantes de Oxfam en Gaza.

La principal prioridad

La dificultad de adquirir agua ha empujado a mucha gente, según las distintas ONG consultadas, a extraer agua de pozos agrícolas, siempre que tengan combustible o energía suficiente para activar las bombas. Sin embargo, el 81% del agua extraída del acuífero de Gaza no cumple con los estándares mínimos de calidad exigidos por la OMS. La Oficina Central Palestina de Estadísticas eleva este porcentaje al 97%. Unicef ha denunciado que hay personas que se han visto obligadas a beber agua del mar.

Por ello, y pese a la escasez de todos los bienes de primera necesidad, el cometido más acuciante en el enclave palestino es encontrar agua. “Hemos llegado a un punto en el que es nuestra principal prioridad”, explica Guillemette Thomas, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Palestina, una afirmación que comparten todas las organizaciones consultadas. “Se calcula que el 60% de los habitantes de Gaza, más de un millón de personas, viven a la intemperie, sin acceso a agua ni atención sanitaria”.

Dos hombres rellenaban el viernes los depósitos de agua de una vivienda en Rafah, en el sur de la Franja.
Dos hombres rellenaban el viernes los depósitos de agua de una vivienda en Rafah, en el sur de la Franja. SAID KHATIB (AFP)

El problema no solo afecta al consumo. “Las cinco plantas de tratamiento de aguas residuales de Gaza se han visto obligadas a cerrar”, detalla Orduña. La consecuencia es que “se vierten aguas residuales sin tratar al mar” y que en algunas calles se están empezando a “acumular los residuos sólidos”, lo que incrementa el riesgo de que se produzcan brotes de enfermedades infecciosas potencialmente mortales como el cólera o la diarrea, que puede ser especialmente grave en el caso de los niños más pequeños. Thomas comparte el mismo diagnóstico: “Además de los heridos graves, corremos el riesgo de asistir a una oleada de enfermedades relacionadas con las malas condiciones de vida”, como la diarrea, las infecciones respiratorias y cutáneas y la deshidratación.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

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