América Latina, del cambio a las transiciones
La región, que arranca 2023 con la toma de posesión de Lula, encara un año en el que se celebran tres elecciones presidenciales mientras aún colean las tensiones políticas de 2022
Tres acontecimientos que nada tienen que ver entre sí marcan el fin de año y el comienzo de 2023 en América Latina. Los tres remiten al pasado reciente, pero a la vez se enmarcan en tiempos distintos y la región, tras una etapa de cambios, se asoma a una fase de transición. En primer lugar, Luiz Inácio Lula da Silva toma posesión este domingo como presidente de Brasil después de derrotar en las urnas al ultraderechista Jair Bolsonaro. Gobernó durante ocho años, estuvo preso por corrupción y ahora el líder del Partido de los Trabajadores vuelve al poder al frente de una coalición amplia con el reto de la reconstrucción de un país herido por el mandatario saliente y con la ambición de dejar su verdadera huella política.
En segundo lugar, en Venezuela, el epicentro de las convulsiones de Latinoamérica en la última década, la oposición acaba de poner fin a la llamada “presidencia interina” de Juan Guaidó en busca de una nueva estrategia para enfrentar a Nicolás Maduro. Además de las graves tensiones internas, la decisión se da en medio de una negociación con el chavismo —promovida por Noruega con el apoyo de México— para acordar unas elecciones con garantías en 2024. Y por último, en Bolivia el oficialismo está tratando de cerrar un ciclo con el castigo de Luis Fernando Camacho, actual gobernador del departamento de Santa Cruz e instigador de las protestas que desembocaron en el derrocamiento de Evo Morales en 2019, que acaba de ser detenido.
Salvo el nuevo mandato de Lula, estas operaciones no están exentas de riesgos. La oposición venezolana afronta una profunda crisis y en Bolivia los seguidores de Camacho, un líder regionalista ultracatólico, amenazan con una movilización permanente. Sin embargo, todas sugieren un tránsito en los equilibrios políticos regionales. Los últimos doce meses se han caracterizado por cambios, en algunos casos sin precedentes, y también por convulsiones.
El hito más significativo que deja 2022 en América Latina es la victoria de Gustavo Petro en Colombia, que por primera vez en la historia ha llevado a la izquierda al poder en el país andino. El presidente, antiguo guerrillero del M-19, logró fraguar una alianza plural de gobierno, puso en marcha unas negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional y está determinado a perseguir el desarme de todos los grupos armados. Este año será un banco de pruebas para el ambicioso plan de la llamada paz total y, en un sentido más amplio, medirá las condiciones propicias al cambio y el margen del Gobierno para construir los cimientos de su proyecto.
Algo parecido ocurre en Chile. Gabriel Boric ganó las elecciones a finales de 2021, pero tomó posesión en marzo de 2022. Los primeros meses de su mandato estuvieron acompañados por el debate sobre la propuesta de renovación de la Constitución que, finalmente, quedó en agua de borrajas el pasado 4 de septiembre. Los chilenos rechazaron rotundamente el nuevo texto, que hubiera sustituido una Ley Fundamental que se remonta a la dictadura de Augusto Pinochet. Pero el mandatario progresista volvió a abrir el melón y promovió un nuevo proceso constituyente. Hace tres semanas, las fuerzas políticas y sociales llegaron a un acuerdo. En abril los votantes elegirán un consejo encargado de redactar la nueva Constitución, que deberá ratificarse a través un referéndum previsto para finales de noviembre de 2023.
Esa será una de las citas con las urnas más importante del año. La otra, crucial para los equilibrios de todo el subcontinente, se da en Argentina. Las presidenciales llegan precedidas de un clima de enorme polarización y de una condena por corrupción contra la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. El fallo dicta seis años de cárcel e inhabilitación perpetua, pero todavía no es firme, por lo que la política más popular —y también más cuestionada por sus adversarios— del país no ha quedado formalmente excluida de la carrera electoral. Sin embargo, tras la decisión de la justicia se declaró víctima de “proscripción”. La también expresidenta sufrió un atentado el pasado septiembre que no acabó en magnicidio porque la pistola del atacante se encasquilló. Lo sucedido llevó al límite la confrontación política mientras Argentina atraviesa una profunda crisis económica solo aliviada en los últimos días por el triunfo en el Mundial de Qatar.
En 2023 también habrá elecciones en el vecino Paraguay, donde el candidato oficialista del Partido Colorado, Santiago Peña, se enfrenta a Efraín Alegre, del Partido Liberal Radical Auténtico. Y en Centroamérica, los guatemaltecos llegan a las elecciones de junio tras una etapa de profundo desgaste institucional bajo el mandato de Alejandro Giammattei, que hizo de su mandato un nuevo ariete contra la prensa y la independencia de poderes.
México no celebra presidenciales este año, pero es quizás el país en el que la campaña de 2024 se vive con mayor intensidad. Ante la ausencia de liderazgos en las filas opositoras, todos los focos se centran en la sucesión del presidente, Andrés Manuel López Obrador. La disputa, que ha acelerado las tensiones internas en el movimiento oficialista, Morena, se resolverá a través de unas encuestas que arrancan tras la elección de los gobernadores del Estado de México y Coahuila. La jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, se perfilan como favoritos para unas elecciones que volverán a inaugurar un ciclo.
Donde, al menos por el momento, no habrá elecciones, es en Perú. El país andino fue, en las últimas semanas, escenario de la principal convulsión política del año. El intento fallido de autogolpe de Pedro Castillo volvió a abrir la caja de Pandora. La destitución y posterior detención del maestro rural, acusado de rebelión y conspiración, desató una ola de protestas que ha dejado casi treinta muertos. La nueva presidenta, Dina Boluarte, y el Congreso evitaron no obstante adelantar las elecciones a 2023 y las fijaron para abril de 2024. Está por ver, en cualquier caso, que el nuevo Gobierno logre resistir la presión social en un clima de máxima tensión que solo ha remitido coincidiendo con las festividades.
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