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Todas las máscaras de Marine Le Pen

La líder del Reagrupamiento Nacional ha conseguido vender una imagen de mujer afable y defensora del pueblo contra “la casta” pese a la dureza de su programa político de extrema derecha

Le Pen
Marine Le Pen, el jueves, en un acto de campaña en Arras, en el norte de Francia.THOMAS SAMSON (AFP)
Silvia Ayuso

Hay quienes se sienten predestinados para liderar un partido, o hasta un país. Y luego están los que ni siquiera tuvieron que plantearse esos designios, porque lo vivieron desde la cuna. Marine Le Pen (Neuilly-sur-Seine, 53 años) que este domingo intentará por tercera vez conquistar la presidencia francesa, se crio en el Frente Nacional. Porque ser una Le Pen no es solamente pertenecer a una familia. Es ser carne de un partido indisociable de su familia y que, en las últimas décadas, ha obligado a Francia a mirarse en el espejo más extremo, el de las exacerbaciones nacionalistas e identitarias, el del odio al de fuera (al inmigrante, al musulmán) como el origen de todos los problemas, el de una nación fracturada y de clases irreconciliables.

El mayor mérito de Marine Le Pen es que el reflejo que da ese turbio espejo sea, una década después de asumir las riendas de un partido que provocaba un rechazo desde todos los sectores sociales y políticos del país, el de una mujer afable, sonriente, familiar (¡amante de los gatos!), cercana al “pueblo” y a sus preocupaciones (pese a que creció en una de las zonas más ricas de París y hasta su propio padre la llamaba la pequeña burguesa) y, para cada vez más franceses, “presidenciable”. Una extrema derecha, en fin, que ya no da miedo.

Pero, ¿quién es Marine Le Pen? ¿Es esa dirigente curtida en la política más dura y extrema desde la cuna, la política que hace temblar a los migrantes con un programa que podría verlos expulsados del país o relegados a la cola de la sociedad? ¿O es esa trabajadora infatigable, esa mujer afable, madre de tres hijos que casi ha criado sola tras sus dos divorcios (con miembros del FN, hoy Reagrupamiento Nacional) y que ahora comparte casa con otra mujer, una amiga de la infancia, afirman ambas, y su media docena de gatos?

Steeve Briois es vicepresidente del Reagrupamiento Nacional y alcalde de Hénin Beaumont, la localidad en el norteño departamento de Pas-de-Calais que se ha convertido en el feudo de Le Pen y que ella representa como diputada en la Asamblea Nacional. “En Francia, durante años, Marine ha sido injustamente demonizada. Los franceses no conocen a la verdadera Marine Le Pen, no saben que es una mujer de corazón y que de verdad tiene empatía por los franceses, y no saben que es valiente, que tiene ambiciones por el país, no para ella. Tiene ganas de luchar por el país y sobre todo por los franceses”, asegura a EL PAÍS. David Rachline, alcalde de RN de la sureña Fréjus y en su momento el senador más joven de Francia, destaca la “dulzura y honestidad” de su jefa. Claro que Rachline, como Briois o el portavoz Sebastien Chenu (ambos gais), son figuras clave de esa nueva imagen del RN que busca proyectar Le Pen, un partido que ha querido rejuvenecerse y desembarazarse de etiquetas como la de homófobo o antisemita que lastraron su avance durante décadas.

Esa nueva cara no es más que una farsa, según sus oponentes. Le Pen “es la candidata de un clan, la heredera de una aventura familiar, la enésima Le Pen que se presenta ante los franceses en una campaña. No es realmente la candidatura del pueblo”, alertó su rival en las urnas, el presidente saliente Emmanuel Macron, en su última entrevista televisada antes de la votación de este domingo.

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Lo fascinante de Le Pen, que cuenta con biografías enteras (no autorizadas) dedicadas a intentar desenmascarar su verdadera personalidad, es que puede ser todo lo que se dice de ella al mismo tiempo, señala Raphaël Llorca, experto en extrema derecha de la fundación Jean-Jaurès.

“Esa imagen de Le Pen como una mujer trabajadora, a la que le gustan los gatos, es verdad. No sirve de nada perder el tiempo intentando demostrar que son falsos esos elementos”, señala en conversación telefónica. Dicho lo cual, puntualiza: “Sin ser falsos, esos elementos están puestos al servicio de una estrategia más global que busca borrar y disimular la etiqueta de extrema derecha. No creo que sean dos ideas contradictorias, sino que lo uno está al servicio de lo otro”, agrega el autor de Las máscaras de la extrema derecha, que analiza la estrategia de desdiabolización de Le Pen para mostrarse más presidenciable.

Un proceso acelerado durante el quinquenio de Macron, pero que comenzó en cuanto Marine Le Pen tomó las riendas del Frente Nacional, en 2011. El toque definitivo lo dio en 2018, cuando cambió a Reagrupamiento Nacional el nombre del partido que había heredado de su padre y fundador, Jean-Marie Le Pen. De él ya se había deshecho en 2015, al expulsarlo de la formación, tras el enésimo comentario filonazi de más. Desde entonces, incluso ha borrado en la propaganda electoral el apellido maldito —otro gran lastre— presentándose a los votantes, sencillamente, como Marine. Aunque ni siquiera sea su nombre verdadero.

Marine Le Pen saluda a un hombre en un acto de campaña, el pasado viernes.
Marine Le Pen saluda a un hombre en un acto de campaña, el pasado viernes.DENIS CHARLET (AFP)

Marion Anne Perrine nació el 5 de agosto de 1968 en Neuilly-sur-Seine, una de las zonas más ricas de París, como la tercera y última hija de Jean-Marie Le Pen y Pierrette Lalanne. Cuatro años y dos meses más tarde, su padre ocupaba la presidencia del Frente Nacional, fundado junto con veteranos de la guerra de Argelia, nostálgicos del régimen de Vichy o católicos tradicionalistas, entre otros.

Que la política no es un camino fácil, sobre todo si se camina por los extremos, lo descubrió Marine cuando era aún Marion o Marinou, como llamaban en casa a la pequeña del clan. En la madrugada del 2 de noviembre de 1976, una bomba destruyó el apartamento en el acomodado distrito 15 de París, donde vivían los Le Pen. Para Marine fue el despertar, a tan temprana edad, sobre lo que significaba ser una Le Pen. “A partir de esa noche, ya no lo puedo ignorar. Entro de lleno en la política, y por su faceta más violenta, la más cruel, la más brutal”, relataba en 2006 en su autobiografía À contre flots (A contracorriente).

“Pequeña burguesa”

Lo que cuenta con menos detalle, o más maquillado, fue la puerta a una vida de “pequeña burguesa” que le abrió esa misma noche de horror: los Le Pen se instalaron en la mansión que les cedió un empresario amigo de la familia en Saint-Cloud, otra de las localidades más ricas de la periferia parisina donde, según cuenta el periodista Renaud Dély en la biografía no autorizada La verdadera Marine Le Pen, una burguesa progre entre los fachas, “creció en el lujo, entre champán y fiestas, gastando las suelas en las pistas de baile de los locales de moda”. Ahí sigue residiendo hasta hoy Le Pen padre, convenientemente alejado —o acallado— de la política y de las redes sociales a la que es tan aficionado, al menos hasta que acabe el proceso electoral en el que su hija se lo juega todo.

No siempre fue así. Aunque se hizo miembro del FN nada más cumplir la mayoría de edad y empezó a trabajar en el partido poco después de licenciarse en derecho, Marine no iba a ser la heredera política de Le Pen. La delfín designada era su hermana mayor, Marie-Caroline. Pero en 1998, en el momento en que el FN estuvo al borde de la escisión, Marie-Caroline y su marido, Philippe Olivier (hoy mano derecha de Marine), apostaron por el rival de Le Pen padre, Bruno Mégret, abriendo una herida familiar que tardaría años en sanar. No sería la última ni tampoco fue la primera: años antes, en 1984 y en pleno divorcio de Jean-Marie, la matriarca Pierrette se había vengado de su exmarido posando desnuda para la revista Playboy, lo que llevó a que su hija Marine no le dirigiera la palabra durante 15 años. Tras la traición de su hija mayor, Jean-Marie designó entonces como su heredera política a la menor del clan. Para entonces, Marine, que acababa de dar a luz a Jehanne, la primera de sus tres hijos —los gemelos Louis y Mathilde nacieron apenas 11 meses más tarde— con su primer marido, Franck Chauffroy, ya daba sus primeros pasos políticos como consejera regional.

Marine Le Pen, junto a su padre, Jean-Marie Le Pen, en un acto de campaña de las elecciones de 2012.
Marine Le Pen, junto a su padre, Jean-Marie Le Pen, en un acto de campaña de las elecciones de 2012.Frederic Nebinger (Getty Images)

El salto a la esfera nacional lo dio en 2002, cuando su padre logró por primera vez clasificar al FN a la segunda vuelta presidencial. La noche de la votación final, el FN no sabe a quién enviar al plató de televisión a hacer balance de lo que acabaría siendo una aplastante derrota ante Jacques Chirac (que se llevó el 82% de los votos). “Que vaya Marine”, dice el padre. Una joven de pelo largo y rubio, físicamente muy parecida al patriarca Le Pen— “es un clon de su padre”, decía su madre Pierrette, no solo por el parecido físico— y de voz fuerte y dura sale a dar la cara. “Pero, ¿quién es esta?”, se preguntaba otro invitado de la emisión y hasta hoy también protagonista de primera línea de la política francesa: el entonces senador socialista Jean-Luc Mélenchon.

Esa noche nació —o al menos descubrió su verdadero ser— un animal político que desde entonces no ha parado de escalar puestos en el FN y en la política francesa: desde eurodiputada en 2004 y 2009 a una primera candidatura al Elíseo en 2012. Diez años más tarde, está más cerca que nunca de conseguirlo. Pese a ello, su liderazgo no ha sido incontestado ni ha estado exento de luchas internas y hasta traiciones familiares, algo quizás ineludible en una familia política como es el clan Le Pen.

“¡Parricidio!”, exclamó Le Pen padre cuando su hija lo excluyó del partido en 2015. “Es brutal, violento”, reaccionó Le Pen hija siete años después, cuando fue ella la traicionada por su sobrina —y peligrosa rival política— Marion Maréchal, que se unió en febrero a las filas de quien durante un momento de la campaña amenazó el liderazgo por la derecha de Marine Le Pen, el más ultra aún (al menos en las formas) Éric Zemmour. Maréchal, que también se quitó el apellido Le Pen, ya la había traicionado una primera vez tras la derrota de 2017, al abandonar la política y criticar a su tía. “La traición es una costumbre en la política”, suele repetir Le Pen no sin cierto regodeo, pese a que en los últimos tiempos ha vuelto a apoyar públicamente a su hija. ¿Seguirá haciéndolo si vuelve a fracasar este domingo? ¿Tirará ella la toalla en ese caso?

Aunque lo digan a media voz, no pocos en el RN se preparan para un futuro sin un Le Pen al frente. Lo que no quiere decir, subraya Briois, que la carrera política de Marine esté acabada, como tantos han proclamado en tantas ocasiones. “Claro que continuará la batalla política. No va a parar. La política es un virus que uno contrae. Ser cantante, pintor, es una verdadera pasión. La pasión de Marine Le Pen es defender a otros por la vía de la política. Es algo que seguirá haciendo, sean cuales sean las circunstancias y los resultados”, asegura su mano (muy) derecha. La verdad solo la conoce, una vez más, la propia Marine Le Pen.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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