Andrés Felipe Solano, el puente entre Bogotá y Seúl
El escritor colombiano presenta la reedición de ‘Corea, apuntes desde la cuerdas floja’ en la feria del libro de Bogotá
“Es sábado y el gobierno de Corea del Norte anunció que va convertir a Seúl en un mar de fuego. Por ahora ese no es un problema, la verdadera tragedia es que esta mañana amanecimos sin café. Ni una cucharada”, escribe Andrés Felipe Solano sobre su país adoptivo en Corea, apuntes desde la cuerda floja. La escasez, relata, lo lleva a tomar el metro hasta un lugar donde se consiguen granos que traen directamente desde Colombia, su país de origen, al otro lado del mundo. Luego de ocho largos años de vivir en Seúl, se ha convertido en un particular cronista en español de una sociedad preparada para que en cualquier momento estalle un conflicto bélico contra sus vecinos del norte. Pero a pesar de sus temores apocalípticos, el fin del mundo nunca llega. Su esposa liquida su paranoia cuando le contesta que, desde que se acuerda, en marzo siempre estalla la guerra.
Solano (Bogotá, 44 años) logró una precoz notoriedad. Fue incluido hace ya más de una década en el listado de los 22 mejores narradores jóvenes de Hispanoamérica de la revista británica Granta. Sus dos primeras novelas, Sálvame Joe Luis (2007) y Los hermanos Cuervo (2012), están ambientadas en la capital colombiana donde creció y vivió por más de 30 años, pero ya se acerca a una década en Seúl, a donde se mudó después de casarse con una coreana en una boda confucionista sobre la que escribió una de tantas crónicas periodísticas que ya ha ido dejando atrás. Todavía le inquieta el vértigo de desprenderse poco a poco de sus raíces. El relato más extenso de su vida migrante, Corea: apuntes desde la cuerda floja, publicado originalmente en Chile por la Universidad Diego Portales, obtuvo en 2016 el premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, ha sido reeditado por Planeta y traducido al coreano. Este sábado presenta una edición revisada en la Feria del Libro de Bogotá, la FILBo, en la que el país invitado es, precisamente, Corea del Sur. En junio, Colombia lo será de la Feria del Libro de Seúl, y Solano volverá a ser protagonista como un inusual conector entre las literaturas de los dos países.
Regresar a ese libro después de tantos años “fue como asomarse a una vida ajena, a pesar de que no me siento totalmente asimilado”, cuenta el autor en el café de una librería en el norte de Bogotá, donde se alista a dar una charla sobre la influencia de la capital colombiana en Los hermanos Cuervo. En un guiño del destino, su padre ahora también cultiva el grano en una finca de la zona cafetera colombiana, donde lo visitó recién aterrizado en esta ocasión para amortiguar el jet-lag. En el marco de la FILBo dará otras charlas sobre autores coreanos; Granta, que acaba de hacer una nueva lista, y la escritura en medio de la pandemia. Vivir en Corea de alguna manera lo distancia del escaparate de las letras latinoamericanas, pero no se lamenta. “Me ha alejado de hacer lo que llaman vida literaria, pero me ha permitido escribir”, valora. Recuerda que, en últimas, “emigrar es alejarse de uno mismo”, una frase que le leyó hace poco al griego Theodor Kallifatides, quien escribe en sueco, en Otra vida por vivir.
Solano ya se ha hecho una vida en Seúl. Siempre ha habitado hogares en el cosmopolita barrio de Itaewon, con vistas a la antigua base militar de Yongsan, en el centro de la capital, una primera referencia del paso del tiempo. Los últimos ocupantes del ejército de Estados Unidos ya están listos para abandonarla de una vez por todas. “Confío en que para el momento en que se convierta en un parque todavía vivamos aquí”, escribe en el prólogo de la nueva edición de Apuntes desde la cuerda floja. “A diferencia de las dos maletas donde guardábamos todas nuestras pertenencias en el invierno de 2013, cuando empecé a escribir este libro recién instalado en Seúl, en el verano de 2021 llenamos un camión grande de una empresa de trasteos. Ya nos habíamos mudado una vez en 2015, siempre por la misma zona”.
La base, en la mitad de Seúl, ocupa un área tan grande como el Central Park de Nueva York. En un nuevo giro, el presidente electo, Yoon Suk-yeol, que se posesiona el 10 de mayo, ha decidido que no va a despachar desde la tradicional Casa Azul, a los pies de una montaña. Se propone trasladar la oficina presidencial al Ministerio de Defensa, que queda en la base de Yongsan. “No sabemos si el parque va a existir o no. Corea se mueve muy rápido, y uno no alcanza a entender qué es lo qué pasa”, explica Solano.
El papel de Colombia en la Guerra de Corea, el único país en América Latina que atendió el llamado de la Organización de Naciones Unidas para apoyar al sur luego de la invasión del Norte en 1950, le había provocado fascinación desde antes de convertirse en migrante. Más de 5.000 soldados colombianos recorrieron más de 15.000 kilómetros entre los puertos de Buenaventura y Pusan, y cuando se firmó el armisticio que puso fin a las hostilidades –el 27 de julio de 1953–, los suramericanos acumulaban 196 muertos y desaparecidos, y más de 400 heridos. El tercer artículo que escribió para la revista Cromos cuando era un periodista novato fue sobre un veterano de la guerra, y retomó esa investigación en su novela Cementerios de neón (2016).
Hoy corrobora que esa participación sigue muy presente en Corea del Sur, bien sea en el museo de la guerra, donde hay una sala con objetos relacionadas con Colombia, o en los cementerios. “Hace un par años acompañé a una gente de la embajada porque iban a poner en un pueblito, justo al lado de la frontera con Corea del Norte, una placa porque muchos soldados colombianos pelearon ahí. Prácticamente impidieron que ese pueblito terminara del otro lado de la frontera”.
La geografía de Seúl ha desplazado en su obra a la de Bogotá. De los seis libros que ha publicado, cuatro han sido escritos allí y tres tienen que ver directamente con Corea. El más reciente es el ensayo Los días de la fiebre (Temas de hoy, 2020), en el que reconstruye la respuesta a la pandemia del coronavirus en el país asiático. Ya en Apuntes desde la cuerda floja había perseguido esa forma de escritura que mezcla elementos de bitácora íntima, impresiones callejeras y reflexiones salpicadas de referencias literarias y cinéfilas. “Nunca aprendí a manejar, siempre he caminado las ciudades, y en esa medida Seúl está en los libros porque la he caminado, me he apropiado de ella”.
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