El regalo de Cruz-Diez a Bogotá: un anillo de 408.000 colores
El fallecido maestro de la escuela cinética diseñó el ‘Anillo de inducción cromática’ que acaba de inaugurar la Universidad Jorge Tadeo Lozano en la capital colombiana
Es un sofisticado artilugio. Las tonalidades amarillas o violetas que se perciben desde distintos ángulos no existen en las pequeñas baldosas verdes, rojas, azules o negras de ese colorido aro, un mural de piso. Los efectos ópticos –o “acontecimientos cromáticos”– fueron el sello distintivo en la obra del venezolano Carlos Cruz-Diez (Caracas, 1923-París, 2019), y se manifiestan una vez más en Anillo de inducción cromática, el monumental regalo póstumo del maestro del arte cinético que se inauguró la semana pasada en la plazoleta de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en el corazón de Bogotá. El efecto de caminar sobre ese mosaico de 408.000 piezas, hechas en la misma fábrica francesa que produjo las de su emblemática obra del aeropuerto de Maiquetía, es deslumbrante.
Cada pequeña pieza de vidrio de dos centímetros es “perfecta”, explica del otro lado del teléfono su hijo mayor, Carlos Cruz-Diez, uno de los guardianes de su legado. “Son los mismos mosaicos que usamos en el aeropuerto Simón Bolívar”, la terminal de Maiquetía que sirve a Caracas, confirma. Provienen de la antiquísima fábrica de la ciudad de Briare, en Francia, y corresponden a las fórmulas exactas de los colores que originalmente pintó su padre. Cada cuadrado es cocido a 1200 grados con toneladas de presión, y el color está en toda la masa, de manera que se conserva intacto a pesar del paso de los años. En Bogotá, se armaron como si se tratara de un rompecabezas.
“Todo fue en coordinación con el atelier del maestro Carlos Cruz-Diez en París”, relata el actual rector de la universidad, Carlos Sánchez Gaitán, parado desde la propia plazoleta, con el aro a su espalda. La historia del flamante Anillo –que usa el concepto de inducción cromática creado por Cruz-Díez en 1963– es larga. El artista visitó la universidad desde los años noventa. La donación de la obra se formalizó en mayo de 2014, con detallados planos finales. El proyecto se incluyó en 2017 en el programa de cooperación Francia-Colombia, pues Cruz-Diez se afincó en París en los sesenta, y las piezas numeradas llegaron a Bogotá. “La idea en su momento fue que cuando los estudiantes regresaran de la pandemia tuviéramos la escultura como una bienvenida”, relata el rector entusiasmado. La precisión era clave para el esperado momento en que, física y metafóricamente, se cerraba el círculo. Todo coincidía.
La obra, que estará acompañada de exposiciones y un programa académico sobre Cruz-Diez, también es una muestra de la relación fraterna entre el pueblo venezolano y el colombiano, apunta Sánchez Gaitán. Los puntos de conexión entre Caracas y Bogotá se multiplican. De la mano de la migración entre dos países hermanos que comparten más de 2.200 kilómetros de una porosa frontera, la actividad cultural venezolana se hace cada vez más palpable en Colombia, donde ya se han asentado cerca de dos millones de ciudadanos del país vecino. El arte tiende sus puentes.
El colorido Anillo en medio de la plazoleta, un espacio público de 4.368 metros cuadrados que incluye un edificio ganador del premio nacional de arquitectura, también corona –nunca mejor dicho– un notable proceso de renovación urbana de 30 años. Se encuentra en el centro de la capital colombiana, en las faldas de los cerros orientales y a poco más de un kilómetro del ascenso a Monserrate –que en alguna tarde soleada pueden recordar a El Ávila, el cerro tutelar de Caracas–.
Desde la primera exposición colectiva que incluyo a Cruz-Diez en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MamBo), en 1963, empieza el vínculo con Colombia, recuerda su hijo. Para evidenciar esos lazos de cariño, relata la amistad que mantuvo con los artistas colombianos Edgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar. Habla desde Panamá, donde queda uno de los talleres de Cruz-Diez, antes de regresar a París tras su paso por Bogotá. También hay otros talleres en Caracas y Miami, con una gestión que involucra a sus hijos y nietos. Muchas de las obras de Cruz-Diez ocupan espacios públicos en ciudades de distintos continentes. “Los artistas callejeros dicen que mi papá es el pionero del street-art”, con una experiencia participativa y no solo contemplativa, apunta el hijo. Sus primeras intervenciones urbanas en Caracas se remontan a 1975, y desde entonces hizo también muchas en pasos peatonales –incluida una en Barranquilla, en 1984–.
Considerado el último pensador cromático, Cruz-Diez falleció en 2019 en París, a los 95 años. Encabezó –junto al también venezolano Jesús Soto– la llamada escuela cinética, un legado que se conserva en colecciones permanentes en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa), la Tate Modern de Londres, el Centre Pompidou en París o el Museum of Fine Arts de Houston. Su carrera incluyó obras como Ambientación de color aditivo, que cubre el piso del aeropuerto internacional de Maiquetía, o Induction chromatique à double fréquence, que abarca una enorme superficie en el estadio de béisbol de los Marlins, en Miami, Florida, entre muchas otras que suelen cambiar según la dirección de la luz o el punto de vista del espectador. Los proyectos de Bogotá, Maiquetía o Miami coinciden en hacer una lectura diferente del espacio, le dan una nueva vida, “con un fenómeno de color que se genera”, señala Cruz-Diez hijo. Son un deleite y una ilusión.
“La obra de mi padre es universal, pertenece a todas las personas de cualquier nacionalidad que la disfruten”, no tiene un contenido político, explica Cruz-Diez, hoy septuagenario, quien ha trabajado desde que tenía 21 años en los talleres familiares y es un ejecutor de los muchos proyectos que quedaron dibujados. “Yo no puedo inventar, el artista ya no está”, aclara. Lo que él quería era que la gente se adueñara de sus creaciones. “Es cierto que el aeropuerto se convirtió en un símbolo de la diáspora, que ojalá sea un símbolo del regreso”, concede. Si la obra de Maiquetía ha sido escenario de despedidas, la de Bogotá debe convertirse en uno de encuentros.
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