Encaramarse a un abedul en los bosques de Siberia para poder estudiar ‘online’
Con las clases en remoto por la pandemia y una conexión a Internet pésima en su aldea, Alexéi se ha hecho famoso por subirse a un árbol de 10 metros a temperaturas bajo cero a descargarse las lecciones
Alexéi Dudoladov se encarama a un abedul de 10 metros de altura para mantenerse al día con las clases. Desde que cerraron los centros educativos en la región siberiana de Omsk por la pandemia de coronavirus y pasaron al aprendizaje telemático, señala que es la forma que ha encontrado el joven de 21 años, estudiante de ingeniería mecánica naval, de descargarse los contenidos y, cuando puede, seguir unos minutos de las lecciones por Zoom. En su aldea, Stankevichi, de 50 habitantes, la conexión a Internet es pésima, apenas va el 2G; y por rachas. “El mejor sitio, sin duda, es en la copa del abedul”, cuenta Dudoladov por teléfono. Aunque seguramente con desplazarse en dirección a la antena lograría el mismo efecto que subiéndose al árbol, de esta forma ha conseguido llamar la atención y denunciar la mala calidad de las redes con su acción.
El joven empezó a cobrar fama este verano con su canal de TikTok ‘Omskiy Kolkhoznikon (Granjero de Omsk), en el que entonces compartía con sus casi 150.000 seguidores vídeos de la vida en la granja de sus padres y charlas desde la cima del árbol. Así, buscando un sitio donde poder subir el contenido a TikTok y a Instagram, encontró su árbol, de unos 10 metros de altura. Cuando acabó el verano se fue a Omsk (a 200 kilómetros), donde estudia en el Instituto de Transporte Acuático. Hasta que hace unas semanas cerraron las aulas siberianas y de algunas otras regiones por el incremento de casos de covid-19 y regresó a la aldea.
“En mi pueblo no hay cable y mucho menos fibra; solo se puede usar el Internet móvil, y solo 2G. Pero la cobertura es malísima. No se pueden descargar vídeos y la señal no da para seguir una clase por Zoom”, cuenta Dudoladov. De fondo se escuchan los gruñidos y mugidos de los cerdos y vacas de la granja. “Traté de explicar en la facultad que para bajar el material o conseguir unos cuantos minutos de clase tengo que subirme a un árbol, pero no me creyeron; debieron pensar que me las quería saltar”, remarca. Tiene tres hermanos, los profesores del mayor, que estudia ingeniería agrónoma, han sido más comprensivos y solo debe enviar trabajos por correo electrónico; las clases del mediano no se han suspendido y el más pequeño aún no va a la escuela.
Dudoladov no se conformó y contactó a las autoridades locales y regionales. Al principio le dijeron que se fuese al arcén de la autovía, que allí la conexión era mejor. Después, que se comprase un amplificador de la señal para ponerlo en el tejado de su casa. “Un aparato así cuesta unos 8.000 rublos (unos 88 euros al cambio). No tenemos ese dinero disponible”, dice. El salario mínimo oficial de Rusia es de unos 12.000 rublos (132 euros) al mes.
Cansado de perderse clases y trepar al abedul cada vez que puede, y más con temperaturas de unos 10 grados bajo cero en las que, además, la batería de su móvil se evapora rápidamente, el estudiante decidió hacer un llamamiento a las autoridades a través de Internet. Tras hacerse viral su vídeo, que ya tiene unos 2,5 millones de visionados en TikTok y 60.000 en Instagram, el chico del abedul ha logrado arrancar al gobernador de Omsk, Alexander Burkov, la promesa de que resolverá el problema. Cuándo y cómo todavía es una incógnita.
Pero la llamativa historia de Dudoladov y la pandemia de coronavirus, como en otros países, también ha puesto sobre la mesa el problema de muchos niños y jóvenes para seguir las clases online en Rusia. El acceso a la Red ha mejorado notablemente en los últimos años: el 78% de la población mayor de 12 años accede a Internet una vez al mes en las zonas urbanas. Sin embargo, la brecha digital es todavía grande entre las grandes ciudades y las zonas rurales (donde el acceso es al menos 10 puntos menor, de media) y menos pobladas; también en las más pobres. La conexión de Moscú dista mucho de la de la aldea siberiana de Dudoladov, de regiones más empobrecidas, como Ingusetia, o remotas, como Yamalia-Nenetsia, que llega al mar de Kara. Además, no todas las familias rusas tienen medios para comprar un ordenador o una tableta, un problema que causó grandes protestas en Osetia del Norte esta primavera, cuando se decretó el cierre de las escuelas por la pandemia.
El caso del chico del abedul ha encendido un gran debate y la presidenta del Consejo de la Federación, Valentina Matvienko, ha instado a elaborar un programa de digitalización específico para las provincias. También el Ministerio de Educación y Ciencia ha salido al paso y ha ordenado a los rectores que tengan en cuenta las circunstancias de sus estudiantes. De momento, Dudoladov ha conseguido que su facultad le diseñe un plan personalizado, pero no está del todo satisfecho: “Qué pasa con el resto de estudiantes de otros pueblos. ¿Tendrán que seguir saliendo a la carretera o trepando al tejado de sus casas o a los árboles?”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.