La emergencia sanitaria y el auge de la xenofobia dejan a miles de rohingyas a la deriva en el golfo de Bengala
Malasia y Tailandia cierran sus puertos a los migrantes de la etnia mientras Bangladés los envía a una isla desierta
La guardia costera de Bangladés rescató el pasado viernes a unos 280 refugiados que llevaban semanas a la deriva en el golfo de Bengala. Se trata de al menos el tercer barco que auxilia el país en un mes, evidenciando la crisis humaa que sufre la región marítima, por la que cada semana cientos de rohingyas —minoría musulmana perseguida en Myanmar— intentan alcanzar las costas de Tailandia y Malasia en busca de una vida mejor.
“Sabemos que hay al menos otro barco más que está ahora mismo estancado en aguas internacionales”, afirma por teléfono Chris Lewa, vicepresidenta del grupo de trabajo de la ONG Asia Pacific Refugee Rights Network (Aprrn) encargada de esta etnia mayoritariamente suní. “Se cree que carga unos 500 refugiados”, detalla. En los últimos meses, Lewa se ha dedicado a rastrear estos botes que parten desde Myanmar y los saturados campos de refugiados de Bangladés. “Con la llegada del coronavirus, los países del golfo de Bengala han cambiado sus políticas con los refugiados y esto ha afectado dramáticamente a muchos barcos que ya habían salido de puerto”, advierte la activista.
El 15 de abril, otro bote con 380 migrantes tuvo que ser rescatado en las mismas aguas. La tripulación llevaba dos meses a bordo, escondida en aguas internacionales cerca de la costa malasia, a la espera de una oportunidad para atracar. Treinta personas murieron en el viaje. “Los traficantes no reciben el pago, de unos 100.000 takas bangladesíes por persona (unos 1.070 euros) si no desembarcan a los refugiados, por lo que arriesgan hasta el último momento, pero con la excusa del coronavirus el Gobierno malasio detuvo todos sus intentos”, afirma Lewa.
Malasia, que hasta ahora ha recibido a 180.000 personas con el estatus de refugiado o en tramitación de una solicitud de asilo, rechaza desde hace al menos dos meses a los barcos de migrantes que intentan alcanzar sus costas. “El Gobierno lo justifica como una medida contra el coronavirus al sugerir que los refugiados podían ser portadores. Esta respuesta solo ha servido para estigmatizar aún más a los refugiados al dibujarlos como una amenaza para el país”, critica el secretario general de Aprrn, Themba Lewis.
Tanto esta ONG como Human Rights Watch (HRW) y Amnistía Internacional (AI) han denunciado el reciente brote de xenofobia que ha acompañado a la llegada del nuevo Ejecutivo en Kuala Lumpur y las medidas de confinamiento. El propio ministro del Interior, Hamzah Zainuddin, recordó el 30 de abril que Malasia no reconoce el estatus de los refugiados en el país y los considera inmigrantes irregulares a efectos jurídicos, incluso aunque tuvieran la identificación de Acnur.
En Internet ha florecido en cuestión de semanas un discurso de odio contra los migrantes. “Sean cuales sean los problemas que tengáis, ninguno lo hemos causado los malasios, así que dad media vuelta y volved por donde habéis venido”, pedía un usuario en un comentario de Facebook en el perfil de Myanmar Ethnic Rohingya Organization, una ONG local encargada de velar por los derechos de la minoría. “Gracias a la Junta Militar de Myanmar por asesinar rohingyas. Tenéis todo nuestro apoyo desde Malasia”, declaraba otro comentario. La plataforma Change.org ha cerrado al menos cinco peticiones de expulsión de los refugiados que han alcanzado cientos de miles de firmas.
Al igual que Malasia, Tailandia y Bangladés se resisten a recibir nuevos botes en sus costas desde mediados de abril. HRW ha descrito la situación como “un ping-pong” humano en el que ningún país está dispuesto a asumir responsabilidades. Ante la situación crítica en el golfo de Bengala, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, escribió una carta el 24 de abril en la que pedía al Gobierno en Daca que acogiera los botes de refugiados que intentaban regresar al país tras fracasar en Tailandia y Malasia. “Bangladés tiene un orgulloso historial de ofrecer hospitalidad a los rohingyas, y os insisto a que sigáis brindando rescate y cobijo hasta que se pueda encontrar una solución duradera a este problema”, pedía la misiva.
Con más de 800.000 refugiados en el país, Bangladés finalmente ha accedido a rescatar los botes, no sin mostrar hastío por cargar con la mayoría de desplazados en la zona. “Hay ocho países en el golfo de Bengala y el mar de Andamán. Cada uno tiene su parte de responsabilidad en acoger refugiados”, sostuvo el ministro de Exteriores bangladesí, Abdul Momen, en una entrevista con la agencia turca Anadolu en abril.
No obstante, y también bajo la argumentación de las medidas contra la pandemia, los refugiados de estas últimas embarcaciones han sido recluidos en Bhasan Char, una isla de 40 kilómetros cuadrados (la mitad que Formentera), formada en 2006 en la desembocadura del río Meghna. “Bangladés se enfrenta a un verdadero reto para tratar de prevenir la covid-19 en los campos de refugiados que tiene el país, pero Bashan Char no es la respuesta”, afirma Matt Wells, del equipo de Gestión de Crisis de AI. Wells acaba de finalizar una investigación sobre la potencial propagación de la pandemia en los campos de refugiados del país. “Hay mucha ambigüedad respecto a las intenciones del Gobierno, pero se ha hablado de la posibilidad de concentrarlos en esta isla de manera permanente o al menos, hasta el final de la pandemia”, explica el experto. La zona, advierte Amnistía Internacional, es propensa a las inundaciones e inaccesible para las agencias de ayuda humanitaria. “De momento, Bangladés ha cortado toda telecomunicación en los campos de refugiados y ha empezado a aumentar las medidas de seguridad, dejando a toda esa gente sin acceso a información sobre el coronavirus”, sostiene Wells.
“Los barcos de refugiados están quedándose sin opciones en medio del mar”, explica Lewa, de Aprrn. “Actualmente, el único país que se ha ofrecido abiertamente a rescatarlos es Myanmar (antigua Birmania), pero obviamente los rohingyas no quieren regresar a su país de origen, temiendo por sus vidas”. El perfil de la gente que va en estos barcos son en su mayoría mujeres y niñas, según ha registrado la ONG. Muchas familias rohingyas conciertan matrimonios previamente desde los campos de Bangladés con sus contactos en Malasia. Los esposos se encargan de pagar el viaje y la dote de la prometida. Es una travesía peligrosa a la que se arriesgan con el sueño de dejar la vida de los campos de refugiados. “Ahora, con el confinamiento, estos barcos que podían pasar semanas en aguas buscando una oportunidad para desembarcar se han quedado sin suministros y sin asistencia, con centenares de personas compartiendo camarote en la época más calurosa del año”.
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