Un escuadrón alado al servicio del Kremlin
Una decena de aves rapaces se encargan de ahuyentar a cuervos y palomas en la fortaleza medieval, icono de Rusia
Filya mueve la cabeza lentamente y observa la cúpula dorada del campanario de Iván el Grande. La gira y enfoca hacia la rojiza y espigada Torre Salvador. Está alerta. Controla que los cuervos o las grandes palomas que sobrevuelan Moscú no se acerquen al recinto del Kremlin, una de las fortalezas medievales más antiguas de Europa. El búho de denso plumaje de color arena y salpicones negros forma parte de la brigada de aves rapaces del Servicio Federal de Protección (FSO) de Rusia. Su trabajo es proteger de los intrusos alados el histórico complejo fortificado, morada de varios zares, antiguos líderes soviéticos y donde el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene su residencia oficial.
Hubo un tiempo en que los guardas del Kremlin se dedicaban a apedrear o incluso a tirotear a las palomas y los cuervos. Pero era una mediada ineficaz e incluso peligrosa. Lenin se llegó a quejar de la enorme pérdida de munición que provocaba, según contó en sus memorias quien por aquella época fue el superintendente de la fortaleza. En 1984, harto y alarmado porque los excrementos y los picoteos de los pájaros –tan numerosos que se hablaba de "plaga"-- estaban arruinando la piedra de las murallas y los edificios, el comandante al cargo de la ciudadela decidió crear la división alada y rescatar la tradición cetrera que durante siglos había practicado la nobleza rusa. Hoy, el escuadrón de aves tiene una decena de rapaces. Sobre todo, azores, pero también halcones y un búho: Filya (una abreviatura de búho en ruso).
“Los cuervos son un gran peligro para los jardines del Kremlin, hacen nidos, destruyen los parterres y las molduras de piedra labrada. Además, les atrae el brillo de las cúpulas, las arañan y pueden dañar los dorados”, afirma Denis Sidogin, uno de los militares miembros del servicio ornitológico del Kremlin mientras sostiene a Filya, de ocho años, con un guante de cetrería. El búho real y sus compañeros de escuadrón viven en una pajarera semi-oculta en uno de los extremos de la ciudadela y se alimentan de polluelos y ratoncillos de laboratorio congelados que les suministran Sidogin y el resto de adiestradores.
La tarea de la brigada de aves rapaces no es cazar a los cuervos –bastante agresivos en Moscú— ni a las palomas, muchas de buen tamaño; sino asustarlos, aseguran sus entrenadores. “Ya han aprendido que aquí viven estas aves de presa y evaden entrar en el territorio, es una buena medida disuasoria”, añade Sidogin, vestido con uniforme de camuflaje. El Kremlin está hoy cerrado al público y unos metros más allá, junto a la armería, un centenar de soldados ensayan para un desfile especial, al compás de las marchas que toca la banda militar. Las aves ni se inmutan.
El Kremlin, en el centro geográfico de Moscú y que se fue edificando entre los siglos XIV y XVII por reputados arquitectos rusos y extranjeros, reforzó hace unos años la brigada con la llegada del búho Filya y más aves. Hubo un momento en que la fortaleza, convertida en un lugar geoestratégico y símbolo del poder ruso, llegó a estar en serio peligro por el asedio de los negrísimos cuervos que pueblan Moscú y que también suelen molestar a los viandantes.
Alpha, una azor de 20 años, es el miembro más veterano del escuadrón. Es un ave tranquila de plumaje gris plateado. Parece mansa hasta que levanta el vuelo. Cuando lo hace es única para ahuyentar a los intrusos, dice Alexei Vlásov, el cetrero que más la conoce. “Son el sistema antiaéreo del Kremlin, así les llamamos nosotros”, bromea el militar. Aeropuertos, como el de Heathrow, tienen también aves de presa para evitar que los indeseados drones se adentren en su espacio aéreo. Otros lugares, como Westminster, o más habitualmente en los países árabes, han puesto en marcha, con mayor o menor éxito, programas similares al de la división ornitológica del Kremlin; pero la rusa es la iniciativa pública más numerosa y constante.
Como en otros edificios históricos en distintos países, el Kremlin, considerado Patrimonio Mundial por la UNESCO, utiliza también sistemas acústicos para ahuyentar a aves. Pero los responsables del servicio cetrero aseguran que el equipo de azores y halcones ha demostrado ser más eficaz. “Las palomas se acostumbran al sonido, por eso se usan aves de presa reales”, explica Vlásov. Junto a él, una decena de militares forma la parte humana de la división alada. Es un puesto reputado dentro de un servicio ya de élite: la FSO se encarga de proteger a altos funcionarios de Rusia e incluso al presidente.
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