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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La razón popular de 2011

Para la fuerza del antiautoritarismo latente en las sociedades árabes ya no basta con que caiga el tirano para creer en el futuro

Las protestas frente al cuartel militar en Jartum, Sudán no se han detenido a pesar del arresto de Omar Al-Bashir.
Las protestas frente al cuartel militar en Jartum, Sudán no se han detenido a pesar del arresto de Omar Al-Bashir. AHMED MUSTAFA (AFP)
Luz Gómez

La caída del presidente sudanés Omar Al Bashir es todo un acontecimiento. Y ha ocurrido justo una semana después de la de Buteflika en Argelia. Negar la relación entre ambos hechos, desdeñar el hilo conductor de las revueltas árabes, o no alegrarse hoy temiendo lo que pueda suceder mañana, es un ejercicio de cinismo muy propio de quienes aceptan el sometimiento por anticipado, como decía estos días en las redes sociales el conocido activista Iyad el-Baghdadi. Ocho años después, vuelve a triunfar la razón popular de 2011, la fuerza del antiautoritarismo latente en las sociedades árabes, y lo hace en un contexto internacional en el que, a diferencia de lo que parecía entonces con Barack Obama, se da por buena la sinrazón del autoritarismo, con al-Asad en Siria y Hafter en Libia como horizontes aceptables.

Pero nada ha sido en vano, y las movilizaciones de sudaneses y argelinos hablan por sí solas, dando lecciones de revolución bien aprendida.Ya no basta con que caiga el tirano para creer en el futuro. Y eso a pesar de que los manifestantes le han gritado a la vieja guardia los históricos lemas de 2011: “El pueblo quiere la caída del régimen”, “Construiremos un nuevo país” y “¡Largo!”.

La conciencia política está más presente que nunca, anclada en la participación decisiva de estudiantes y líderes de sindicatos y colegios profesionales. De ahí la importancia del rechazo a la tutela del Ejército tanto por parte de la Agrupación de Colegios Profesionales Sudaneses, a la cabeza de las manifestaciones, como de los activistas en derechos humanos que hacen las veces de portavoces de la calle argelina. Si algo han aprendido todos es que las reivindicaciones populares no se satisfacen con un golpe a la egipcia, con el Ejército liderando un fantasmagórico proceso de transición. A buen seguro los militares que se han hecho con las riendas del poder en Argel y Jartum se miran en Sisi y aguardan la aquiescencia internacional; ya se sabe: todo sea, una vez más, por la anhelada estabilidad regional. Pero sus conciudadanos ya han dado la voz de alarma y han exigido gobiernos de transición con figuras civiles de la oposición. De momento, Bin Auf, el teniente general que había reemplazado a Al-Bashir, ha durado 24 horas en el poder.

Tanto en Sudán como en Argelia, la determinación de las fuerzas opositoras de mantener su cohesión es fundamental para el futuro más inmediato, que se va a resolver en las próximas semanas. Parten de dos premisas irrenunciables y subversivas: la democracia como objetivo y la resistencia pacífica como instrumento.

Que habrá que esperar y ver en qué para este primer gran vuelco, es de cajón, pero no es poco lo ya logrado, y no solo por los ímprobos obstáculos internos sino, además, por el nulo apoyo exterior. Confiemos en que en estas nuevas revueltas las potencias no sean tan obsequiosas con la previsible contrarrevolución.

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Luz Gómez es profesora de Estudios Árabes de la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro es Entre la sharía y la yihad. Una historia intelectual del islamismo (Catarata, 2018).

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