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TIERRA DE LOCOS
Columna
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El curioso destino del “rey de la carne”

Alberto Samid no era detenido porque en Argentina gente como él podía ser investigada, pero nunca terminaba entre rejas. Las causas en su contra se demoraban eternamente

Ernesto Tenembaum
El empresario argentino Alberto Samid, en marzo.
El empresario argentino Alberto Samid, en marzo. Télam

Argentina está convulsionada en estos días por un hecho ciertamente curioso y que refleja mucho de cómo está el país: han detenido al rey de la carne.

Cuando un corresponsal llega a Buenos Aires, suele recorrer ciertos lugares comunes: la pasión por Maradona, ese héroe fallido; la delirante obsesión por el dólar; Perón; la ambivalencia frente a Messi; el tango; el Papa Francisco, y el bife de chorizo, ese corte exquisito de carne vacuna. Dos de esos símbolos nacionales se combinan en el personaje de la semana. Se llama Alberto Samid pero todo el mundo lo conoce como el rey de la carne. Es un hombre rico, pendenciero, muy simpático, de esos que suelen llamar la atención en la tele, un día porque se trompea con un periodista y otro porque, con sus 140 kilos a cuestas, compite en un concurso de baile. Al ser trasladado por la policía hacia la prisión, una periodista le preguntó si tenía algo para decir. Ojeroso, con aspecto de boxeador en pleno combate, desafió con una argentinada:

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—¡Viva Perón!

Eso es lo que tenía para decir.

En Argentina los presidentes se odian entre sí. Carlos Menem odiaba a los Kirchner, que lo sucedieron y era odiado por ellos. Cristina Kirchner odia a Mauricio Macri y viceversa. Pese a los odios, Menem, los Kirchner y Macri coincidieron en algo: Samid evadía impuestos. Sus cuentas no cerraban. O no podía justificar el origen de las vacas que sacrificaba —con lo cual se sospechaba que era un ladrón de ganado—, o no pagaba el impuesto a las ganancias, o se quedaba con el dinero que le retenía en concepto de impuestos a sus trabajadores.

Pese a ello, Samid no era detenido porque en la Argentina gente como él podía ser procesada, investigada, pero nunca terminaba entre rejas. Las causas en su contra se demoraban eternamente en el Poder Judicial. Uno de los jueces que debía juzgarlo renunció porque no podía justificar sus propios bienes. Pero ahora, Samid está preso. ¿Qué cambió para que ello suceda?

En principio, el hombre se pasó de vivo. Tenía que presentarse a un juicio y decidió fugarse por un paso fronterizo ilegal a las playas caribeñas de Belice. Lo trajeron de una oreja. Pero esa es apenas la anécdota.

La segunda razón por la que cayó es que la pax judicial ha terminado en Argentina. En los tiempos de Mauricio Macri, es habitual que caigan presos exfuncionarios de los Kirchner, sindicalistas millonarios, jefes de hinchadas de fútbol o empresarios como Samid. Macri sostiene que con su Gobierno se terminó la impunidad. Los afectados dicen, en cambio, que son perseguidos políticos y claman venganza. Sea como fuere, mucha gente teme terminar entre rejas y tal vez esa percepción —un poco paranoica y un poco realista— hizo que Samid cometiera el error de fugarse.

Pero hay además una tercera razón que explica lo sucedido. Desde que Argentina existe, hay dos ideas sobre qué hacer con el manjar nacional: la carne a la parrilla, el asado. Una de ellas es exportarlo a altos precios. Ha sido, desde siempre, el sueño de grandes ganaderos y poderosos frigoríficos. Eso genera ganancias infinitas y una buena entrada de divisas al país, al costo de que el asado sea inaccesible para los sectores más pobres. La otra idea es la que expresan carniceros como Samid. Venderla más barata para el consumo interno, a cambio de no pagar impuestos, no ser demasiado escrupulosos con las normas sanitarias y resignar divisas: grandes fortunas, como la suya, surgieron así.

Esa disputa marcó la historia del país. En cualquier café de Buenos Aires se la podría simplificar como la guerra entre una mafia demagógica y una aristocracia exportadora y avara: el drama nacional se resume en esa película sin buenos. Macri es de los que creen que hay que exportarla. Por eso, la carne está carísima, se come mucho menos que hace unos años, y se exporta mucho más. Y al rey de la carne se le cae, por un rato, la corona. Mientras tanto, las personas que desean el regreso al poder de Cristina Kirchner suelen argumentar: “Con ella comíamos asado todos los domingos”.

En otras palabras: ¡Viva Perón!

Argentina produce alimentos para 500 millones de personas. Pero hay tres millones a los que no les alcanza para alimentarse dignamente. No parece un problema difícil de resolver. Pero cuando uno conoce a los personajes y la historia —al rey de la carne, el juez que renuncia por corrupto, los presidentes que se odian entre sí, los proyectos de país antagónicos— empieza a entender los motivos de tantos fracasos.

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