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DE MAR A MAR
Columna
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Disputa entre Washington y Pekín

¿El Banco Interamericano de Desarrollo seguirá siendo un instrumento de intervención financiera en la región para los chinos?

Carlos Pagni
El vice primer ministro de China Liu He junto al secretario del Tesoro de Estados Unidos Steven Mnuchin (d) y el representante de Comercio estadounidense Robert Lighthizer (c).
El vice primer ministro de China Liu He junto al secretario del Tesoro de Estados Unidos Steven Mnuchin (d) y el representante de Comercio estadounidense Robert Lighthizer (c).NICOLAS ASFOURI (EFE)

Algo relevante ha cambiado en los últimos 10 días en el conflicto entre Estados Unidos y China. Y esa alteración tiene como escenario a América Latina. La disputa entre las dos potencias por influir en la región se había expresado hasta ahora como una tensión subterránea.

Sin embargo, hace dos viernes, el entredicho adquirió una dimensión institucional. El motivo explícito fue la divergencia entre Washington y Pekín frente a la crisis venezolana. Ese desencuentro determinó que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) suspendiera su asamblea anual, que se iba a celebrar entre el jueves y el domingo pasados en la ciudad china de Chengdú. Esa resolución fue liderada por los Estados Unidos, pero consiguió el apoyo de numerosos países que son receptores de caudalosas inversiones chinas. Un duelo entre poder y dinero.

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El BID había elegido Chengdú para celebrar su 60º aniversario, que coincidía con una década de pertenencia de China a la institución. Esa preferencia provocó una reacción negativa de la Administración de Donald Trump, a pesar de que su representante en la institución no había objetado la sede. El 19 de diciembre pasado, el subsecretario para Asuntos Internacionales del Tesoro, David Malpass, dirigió una carta al presidente del Banco, el colombiano Luis Alberto Moreno, en la que manifestó: “Tengo serias reservas sobre el proceso del banco que condujo a esa decisión inicial, y no creo que la reunión de 2019 pueda ser tan exitosa en Pekín como lo sería si se celebrara en la región”.

Estados Unidos controla del 30% de las acciones de la institución. La oposición de Washington se volvió operativa un mes más tarde, con la colaboración del propio Moreno. El 23 de enero, el titular de la Asamblea Nacional venezolana, Juan Guaidó, se proclamó como presidente legítimo de su país. El Gobierno de Trump fue el primero en reconocerlo. Y un rato más tarde hizo lo mismo Moreno, mediante un tuit.Ningún organismo multilateral se había pronunciado sobre la querella venezolana. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no lo han hecho hasta ahora.

¿Moreno sabía que con su declaración estaba minando su asamblea de Chengdú? Porque la disputa de legitimidad entre Guaidó y Nicolás Maduro se trasladó al seno del BID. El 28 de febrero, Guaidó se dirigió al ministro de Hacienda argentino Nicolás Dujovne, en ejercicio de la asamblea de Gobernadores del banco, para informarle que había designado al economista Ricardo Hausmann como representante de su Gobierno. Hausmann es un reconocido profesor de la Universidad de Harvard, que podría ser ministro de Economía de Guaidó, si éste ejerciera el poder efectivo.

El nombramiento de Hausmann fue el punto de partida de un ajedrez frente al que China, que sigue reconociendo a Maduro, no sería indiferente. El 15 de marzo, la junta de Gobernadores del BID votó la expulsión del representante de Maduro, Oswaldo Pérez Cuevas, y reconoció a Hausmann como el delegado venezolano.Desde Pekín solicitaron que la silla de Venezuela permaneciera vacía en Chengdú. Pero las autoridades del banco insistieron en que el país estaría representado por Hausmann. China se negó a conceder la visa al economista. El primero en reaccionar fue el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, quien escribió en el periódico The Miami Herald que “los chinos están socavando el progreso del hemisferio hacia la democracia al negarse a otorgar un visado oficial a Ricardo Hausmann, la primera vez en la historia del banco que una nación anfitriona se niega a dejar entrar a un miembro”.

El BID respaldó a Hausmann y canceló la reunión de Chengdú. Todavía no se definió la nueva sede de la asamblea. La reacción de Pekín no fue lineal. El encargado de protestar no fue el Banco de China, titular formal de la representación ante el BID, sino el Ministerio de Relaciones Exteriores. Lo primero que se descartó es que los chinos abandonaran una institución a la que se incorporaron al cabo de 15 años de esfuerzo diplomático. Otra peculiaridad es que la queja, formulada en un comunicado extraoficial, no se dirigió a los que votaron la cancelación. El Gobierno de Xi Jinping atribuyó a“cierto país” haber boicoteado la reunión. A pesar de estas sutilezas, se abre una incógnita: ¿el BID seguirá siendo un instrumento de intervención financiera en la región para los chinos?¿O preferirán volcarse en la Corporación Andina de Fomento, otro banco de desarrollo en que los Estados Unidos no participan? El choque del BID incomoda a muchos países de la región que reciben inversiones de Pekín, pero tienen lazos poderosísimos con Washington. Esas naciones demostraron, a desgano, el estado del balance regional: el factor geopolítico prevaleció sobre el financiero. China ha invertido en América Latina, desde 2005, 150.000 millones de dólares. Pero, como dice el profesor de Georgetown Gonzalo Paz, la suspensión de la cumbre de Chengdú demostró que “poder mata billetera”.

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