Un nuevo contexto para el drama venezolano
El desastre económico logra lo que a la presión internacional le resulta muy difícil: que se empiece a oír la disidencia
El drama venezolano está alterando su dinámica. Y el calendario diplomático con el que se inaugura el nuevo año desnuda esa mutación.
La primera fecha significativa es el 1º de enero. Ese día asume el mando en Brasil el ultraderechista Jair Bolsonaro. El nuevo presidente está utilizando esa ceremonia para señalar las coordenadas de su política exterior. Revocó la invitación a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, con dos argumentos: son dictaduras, y “están en contra del futuro gobierno de Brasil por afinidad ideológica con el grupo derrotado”. El segundo criterio explicaría por qué Corea del Norte no fue excluida de la fiesta.
Bolsonaro definió a través del ceremonial su política frente a Nicolás Maduro. Y corroboró el eje regional con Donald Trump.
La segunda fecha sobresaliente es el 4 de enero, cuando se encontrarán los cancilleres del Grupo de Lima, en Lima. Ese club, fundado en 2017 para encontrar una salida a la crisis venezolana, desconoció la validez de las elecciones por las que Maduro permanecerá en el poder.
Los cancilleres pretenden acordar una posición frente al dictador, que reasumirá el poder. No les resultará sencillo. Así como Brasil radicalizó su impugnación al régimen, México está comenzando a suavizarla. Andrés Manuel López Obrador adelantó a varios interlocutores, a través de su canciller, Marcelo Ebrard, que atenuará su protagonismo en el Grupo de Lima. Los funcionarios mexicanos tienen viejos lazos con el chavismo. Y creen que las diatribas públicas agudizan la crisis.
Colombia mantiene su oposición acérrima al gobierno de Caracas. Iván Duque amenaza con cerrar su embajada, manteniendo el consulado. La astuta reacción venezolana es pedir que retire toda la representación. Sería imposible: en Venezuela hay 5 millones de colombianos que no se pueden quedar sin cónsul.
Argentina, Chile y Perú mantienen su impugnación a Maduro, pero sin llegar al extremo de Brasil o de Colombia.
Además de agrietarse el Grupo de Lima, el contexto internacional de Venezuela se ha expandido. El país adquirió significado en un tablero que excede a América Latina. La crudeza de los Estados Unidos no se entiende sin el protagonismo que adquirió China en la vida venezolana. En su belicoso discurso contra los chinos del 4 de octubre, el vicepresidente Mike Pence citó como uno de los motivos de conflicto el financiamiento a Maduro.
El otro jugador extra regional es Rusia. A comienzos de mes, envió a Caracas dos bombarderos capaces de acarrear armas nucleares. El ministro de Defensa venezolano dijo que eran para “defender a la patria cuando sea necesario”. El chavismo denuncia sin cesar una eventual invasión liderada por Estados Unidos. El senador republicano Marco Rubio colaboró con Maduro el año pasado, cuando dijo que esa opción no estaba descartada.
La realidad es menos electrizante que la retórica. Los chinos están hartos de Maduro, que es tiránico pero ineficaz. Sus empresas han comenzado a encargarse de las operaciones energéticas que Pdvsa no consigue administrar. Y tercerizaron contratos de infraestructura en empresas europeas.
El idilio de los rusos también es engañoso. Ellos temen no cobrar los 3000 millones de dólares que les deben los venezolanos. Hace un mes, el presidente de la petrolera Rosneft debió visitar a Maduro para forzar a Pdvsa a entregar el petróleo comprometido a cambio de financiamiento.
Por otra parte, la presencia militar rusa en el Caribe se explica por la presencia militar norteamericana en Ucrania. Parece inverosímil un ataque militar de los Estados Unidos. Trump, que se retira de Siria y Afganistán, ¿iniciaría una masacre latinoamericana?
Más allá de conjeturas, hay un dato irrefutable: los chinos y los rusos están obligados, como prestamistas, a sentarse a la mesa de cualquier solución venezolana.
El otro hito diplomático será el 5 de enero, cuando se elijan las nuevas autoridades de la Asamblea Nacional, la sede institucional de la oposición. El nuevo presidente será Juan Guaidó, del partido de Leopoldo López. Guaidó pretende implementar un plan de gobierno de rango utópico. Maduro considera que la Asamblea es ilegal y le retacea todos los recursos.
La oposición sueña con un bloqueo internacional para el presidente que asumirá el 10 de enero. Es la otra fecha relevante de este traumático calendario. Maduro se relanza en medio de una tormenta económica inmanejable. Es otra novedad del nuevo ciclo: las penurias abren fisuras internas cada día más visibles. Líderes oficialistas sostienen que es imposible recomponer la situación sin la oposición. Y asoma una nueva generación de dirigentes, como el gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez, o el de Carabobo, Rafael Lacava, que reconocen errores del gobierno y reclaman una nueva economía, inspirada en China o en Vietnam.
El desastre económico logra lo que a la presión internacional le resulta muy difícil: que se empiece a oír la disidencia.
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