De trinos y trompetas: a la caza del sonido milenario de los mayas
Un grupo de arqueólogos, músicos e historiadores recorre museos y paisajes para grabar y almacenar el mundo sonoro de la civilización mesoamericana
La debilidad de Francisca Zalaquett es una trompeta de cerámica de unos 1.500 años de antigüedad. Está exhibida en una vitrina del Museo Nacional de Antropología en la capital mexicana, pero viene de la isla de Jaina, en Campeche, uno de los Estados del sur de México por los que se expandió la civilización maya hace más de 2.000 años. Cuando hace un tiempo sacaron la trompeta de su vitrina para tocarla, Zalaquett se sorprendió: “Nunca pensé que fuera a sonar así de feo. Se me quedó grabado”. Al soplar vida dentro del instrumento milenario, este emitió un sonido similar al maullido de un jaguar. Aunque también parecía, dice, el llanto de un bebé.
Esta chilena de 42 años dirige a un equipo de arqueólogos, músicos, lingüistas e historiadores que recorre museos y paisajes para rescatar el ecosistema sonoro de la civilización mesoamericana. Graban los instrumentos que forman parte de las colecciones, pero también los paisajes donde todavía viven las comunidades mayas. Después, almacenan los sonidos en Universos Sonoros Mayas, una plataforma impulsada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que ya contiene más de 300 grabaciones.
El interés de Zalaquett empezó hace 15 años cuando se lanzó a cazar sonidos en Palenque, la imponente ciudad que alcanzó su esplendor entre los siglos V y IX en la selva del sur de México. Como parte de su tesis doctoral, la joven arqueóloga se propuso investigar cómo el sonido influía en la planificación de plazas y templos. Cada día, durante dos semanas, visitaba el yacimiento, después de que cerrara para los turistas y antes de que empezaran a agitarse los monos aulladores en las copas de los árboles. Con una bocina emitía música tradicional y con un micrófono grababa cómo esta rebotaba en las paredes de las construcciones. Comprobó que la vibración era mayor en ciertas plazas y templos y dedujo que allá era donde los antiguos mayas solían tocar sus instrumentos para las celebraciones.
Lo que empezó como una tesis doctoral centrada en la música ahora se ha ampliado a la grabación de todo tipo de registros, desde instrumentos que imitan el ulular de un búho o el croar de un sapo al murmullo del agua en las lagunas de Campeche. En 2011, descubrió la trompeta de la isla de Jaina. El Museo Nacional de Antropología le dio un permiso especial y se acordonó la Sala Maya donde se exhibe para poderla tocar. “No había escuchado nada parecido”, dice. “El sonido te choca por lo raro que es”.
El objetivo del proyecto es rescatar un aspecto poco estudiado de este pueblo mesoamericano, el que va más allá de las piedras. “La arqueología se ha centrado mucho en la parte visual. La parte sonora, que va más allá de la música, la tenemos olvidada, aunque para los mayas fuera fundamental”, explica Zalaquett, una de las pioneras en México de la arqueoacústica, la rama que investiga los sonidos. “Antes se decía que era demasiado subjetivo, que no se podía estudiar. Pero sí hay formas de hacerlo de manera sistemática”.
Sin pentagramas ni escalas
El trabajo de campo se hace, en la mayoría de casos, en las bodegas de los museos o en las mismas salas de exposición. Allí, entre estela y estela, el equipo planta una cabina de grabación insonorizada de dos metros de alto y 70 centímetros de ancho, desmontable y con rueditas. El músico entra a la cabina, que está forrada de espuma, con la misión de extraer del instrumento la mayor variedad de tonos posible. El intérprete ajusta el micrófono a su altura, se pone unos guantes de látex para evitar dañar estos objetos tan delicados y, a una señal del ingeniero acústico Pablo Flores, empieza a tocar.
Fuera de la cabina, Flores, que además es compositor, va dando instrucciones al de dentro: más suave, tapa un orificio, ahora los dos. La grabación se puede prolongar 30 minutos, en el caso de los cascabeles o los silbatos sencillos, o hasta dos horas, como sucede con las ocarinas trilobulares, un instrumento de viento de forma zoomorfa que tiene cavidades complejas y varios orificios. “Tiene sus bemoles”, señala Flores, de 55 años. “A veces grabamos en medio de la humedad de la selva y el músico sale hecho una sopa, sudado y deshidratado”.
Estrecheces aparte, una de las mayores dificultades que entraña la grabación viene de la inexistencia de pautas sobre cómo tocar. Para músicos formados en la música occidental, romper con las escalas a las que están acostumbrados no es fácil. Durante sus años de estudio, Flores asegura haber recibido “poca o nula” formación en estos instrumentos. “No hay técnica que conozcamos para poder interpretar. Nos dejamos llevar por la intuición, tratando de alejarnos de las formas occidentales”, explica. “Los sonidos se asemejan más a los patrones orientales por la relación tonal. Tienden más a la microtonalidad que a la dodecafonía”.
Para suplir las lagunas, han acudido a músicos mayas, si bien las tradiciones se han ido perdiendo con el paso del tiempo. “La conquista española arrasó con la musicalidad de estas tierras”, apunta Flores. Frente a la ausencia de pautas, los mejores consejos suelen venir de los alfareros, conocedores de las tripas de los objetos. Además, el equipo de Zalaquett a veces practica una radiografía a los instrumentos para así entender mejor los recovecos que moldean el sonido.
El almacén también cumple una función de trinchera frente a la pérdida sonora. Una de las últimas incorporaciones es la colección particular de José Díaz, un exsacerdote español de 77 años que en los años 60 y 70 trabajó como misionero en las tierras altas de Guatemala. En vísperas de la etapa más sangrienta de la guerra civil que azotó esa zona del país centroamericano, Díaz transcribió cantos tradicionales de los quichés y los ixiles, dos de la veintena de subgrupos mayas que subsisten en la actualidad. Algunas de estas comunidades fueron exterminadas durante la dictadura del general Efraín Ríos Montt, a principios de los 80.
La violencia tuvo un impacto importante en las tradiciones de estos pueblos. “La pérdida ha sido más marcada en la música cantada, que está a la merced de la memoria y no va sustentada por un instrumento”, señala Díaz. Con una pequeña grabadora Phillips, el exsacerdote registraba dúos de tamborileros y chirimiteros en una sala de la parroquia, y también escenas de fiesta. “Al ponerme a grabar en medio de una celebración, a veces la voz de una señora mayor se levantaba por encima del ruido y su canto hacía callar a todos los demás”, recuerda.
Además de las 124 grabaciones recopiladas por José Díaz, la plataforma acaba de añadir un juego interactivo, en el que se puede componer música con lo registros almacenados y descargarla después para escuchar desde casa. Lo siguiente es dar el paso al mundo de las aves que viven en territorio maya. Para ello, Zalaquett quiere incorporar a ornitólogos al ya diverso equipo. “Lo maravilloso es cuando vas a la milpa y la gente te pregunta: ¿estás oyendo tal ave? Y te explican: esa ave viene en esta época del año porque la lluvia está al caer. Uno se siente muy ignorante”. Pronto, el trino que anuncia la temporada de lluvias encontrará un nuevo hábitat junto a la trompeta que suena como a un llanto de bebé.
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