La política de armas de Bolsonaro y las mujeres
Si hay casos en los que las mujeres sobreviven a intentos de feminicidio es, en gran medida, porque los instrumentos de violencia utilizados en esos crímenes son de baja letalidad
Un arma de fuego es un objeto de deseo para los hombres. Hay género en la política de armas: en quien ambiciona su posesión y en quien las utiliza para matar. Es un instrumento particular de guerra y de poder para los hombres latinoamericanos. Brasil, Colombia, México y Venezuela juntos suman un cuarto de todos los homicidios del planeta. Hombres matan a hombres, hombres matan a mujeres. Es verdad que los hombres mueren más que las mujeres por homicidio –son los hombres los que están directamente involucrados en el narcotráfico, en conflictos armados, en las disputas por propiedad–. Si el homicidio es una categoría penal genérica para este tipo de crimen, feminicidio fue una palabra creada en América Latina: somos la región del mundo en la que más mujeres mueren a manos de sus esposos, novios, padres o hijos.
De 25 países con altas tasas de feminicidio, 14 están en América Latina. Son hombres los que tienen relaciones afectivas y familiares con mujeres y los que comenten los feminicidios. Mayoritariamente no es un desconocido de la calle quien mata, es un hombre que justifica el asesinato porque hubo una “provocación de la víctima”. La provocación fue, en el siglo XIX, descrita como un “crimen pasional” por la legislación penal y la justicia exculpaba a los hombres. En muchos países no existe ya la categoría jurídica de “crimen pasional”, pero la idea de que hubo una “provocación de la víctima” para que un hombre de bien mate a una mujer ronda el imaginario social. Por eso es tan popular la pregunta: "¿Qué hizo la mujer?", "¿por dónde andaba?", "¿qué vestía?". Las razones para los que buscan respuestas para un evento injustificable son que los hombres matan a las mujeres por celos o por dudar de su palabra o conducta. Pero la razón más importante es que consideran que las mujeres son de su propiedad y que necesitan controlarlas. Aunque sea matándolas.
Es de esta manera que la alteración en la política de armas en Brasil, como ha hecho el presidente Jair Bolsonaro, necesita ser analizada. Propiedad no es solamente el territorio que debe ser protegido del invasor –propiedad es todo lo sometido al dominio de hombres que matan a las mujeres con armas, incluso antes de que la compra de armas sea reconocida como un derecho–. Si hoy hay casos en los cuales las mujeres sobreviven a intentos de feminicidio es, en gran medida, porque el instrumento de violencia utilizado en esos casos fue la fuerza física o armas de baja letalidad, como cuchillos. En el caso del uso de armas de fuego, las posibilidades para una mujer de sobrevivir son mucho más escasas.
La política criminal de armas necesita ser sensible a las normas de género de nuestros países. No hay datos que sustenten que hay índices más bajos de criminalidad en los países en que las armas son legalizadas, como es el caso de Estados Unidos. Hay dos errores en este argumento. El primero es sociológico –los fenómenos son multicausales para evaluar lo que determina la reducción de crímenes u homicidios–. El segundo es cultural –las armas son parte de una realidad patriarcal de América Latina–. En países pacíficos, como Uruguay, las armas son el principal instrumento para matar a mujeres en situación de violencia de género o doméstica. Es así en Colombia y puede ser también en Brasil.
Debora Diniz es brasileña, antropóloga, profesora de la Universidad de Brasilia. Giselle Carino es argentina, politóloga y directora de la IPPF/WHR (International Planned Parenthood Federation).
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