Patriotismo, nacionalismo y todo lo contrario
Al oponer ambas ideas en su discurso del centenario de la Primera Guerra Mundial, el presidente francés, Emmanuel Macron, resucita una vieja discusión
Parece un debate propio de un seminario de ciencia política o de filología, pero ha acabado causando una pequeña crisis transatlántica.
Cuando hace una semana, en la ceremonia del centenario de la Primera Guerra Mundial en París, el presidente francés, Emmanuel Macron, arremetió contra los nacionalismos, no sólo estaba pensando en su homólogo estadounidense, Donald Trump, que se encontraba a unos metros de distancia. También reabría una vieja pelea sobre el significado de términos tan imprecisos y abiertos a interpretaciones como son nacionalismo y patriotismo.
“El patriotismo es el exacto contrario al nacionalismo. El nacionalismo es su traición”, proclamó Macron el 11 de noviembre. “Diciendo ‘nuestros intereses primero y qué importan los de los otros’ se borra lo que una nación tiene de más precioso, lo que la hace vivir, lo que la lleva a ser grande, lo más importante: sus valores morales”.
Dos días después, Trump le replicó con una serie de mensajes, agresivos y faltones como suele, en la red social Twitter. “Por cierto, no hay país más nacionalista que Francia, gente muy orgullosa, y con razón!”, concluía uno de estos mensajes.
Cada una en su estilo, Macron solemne y Trump más informal, ambas intervenciones no sólo revelaban la tensión entre ambos países. Incidían en otras cuestiones. ¿Patriotismo y nacionalismo son antónimos, como sostiene el francés? ¿O sinónimos? ¿Es Macron patriota, como él mismo da a entender al reivindicar este concepto? ¿O es nacionalista, como insinúa Trump? ¿O bien todo lo contrario, un globalista, término corriente en el vocabulario de los trumpistas y sus aliados para designar a los políticos cosmopolitas y defensores de las instituciones internacionales?
En el discurso del centenario, al pie del Arco del Triunfo y ante unos 70 líderes internacionales, entre ellos Trump y el ruso Vladímir Putin, Macron expuso su teoría sobre el patriotismo y el nacionalismo. La teoría podía entenderse como una versión de una frase, citada con frecuencia en Francia, del novelista Romain Gary. “El patriotismo es el amor de los propios. El nacionalismo es el odio de los demás”, escribió en su libro Pour Sganarelle, de 1965.
La visión del patriotismo y el nacionalismo como dos caras de una moneda —una en positivo, otra en negativo— no es nueva. En su ensayo Notas sobre el nacionalismo, de 1945, el escritor inglés George Orwell definió el nacionalismo como “el hábito de asumir que los seres humanos pueden clasificarse como insectos, y que bloques enteros de millones o decenas de millones de personas pueden etiquetarse sin reparos como buenas o malas”. Orwell añadía: “No hay que confundir el nacionalismo con el patriotismo. Ambas palabras suelen usarse de manera tan vaga que cualquier definición es susceptible de ser cuestionada, pero hay que establecer una distinción entre ambas, porque implican dos ideas diferentes e incluso opuestas. Con patriotismo me refiero a la devoción hacia un lugar particular y un estilo de vida particular, que uno cree que son los mejores del mundo, pero que no tiene ningún deseo de imponer en los demás. El patriotismo es, por su naturaleza, defensivo, tanto militar como culturalmente. Por otro lado, el nacionalismo es inseparable del deseo de poder. El propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para él mismo, sino para la nación o la unidad en la que haya decidido hundir su propia individualidad”.
Orwell definió el nacionalismo como "el hábito de asumir que los seres humanos pueden clasificarse como insectos"
Orwell veía en el nacionalismo “un hambre de poder mezclada con el autoengaño”. El nacionalista, escribió, se fija, al mirar el mundo, en las “victorias, derrotas, triunfos y humillaciones”, un juego de suma cero, donde siempre habrá un perdedor y un ganador. El nacionalismo para Macron es la política del puro egoísmo nacional —“nuestros intereses primero y qué importan los de los otros”: quitar al mundo y guardarlo para sí—, mientras que el patriotismo es generoso y ofrece “valores morales” al mundo: no quita y acapara, sino que comparte y da.
El argumento del presidente francés plantea objeciones. En un artículo en The Wall Street Journal, el politólogo Walter Russell Mead le reprochaba esta semana que viviese en “una fantasía posnacionalista” y que hubiese olvidado que “el nacionalismo es una fuerza importante en los asuntos globales”. Las naciones y el nacionalismo, según Mead, son factores de estabilidad en las relaciones internacionales; la utopía posnacional sólo crea inestabilidad y da alas a los nacionalismos de Rusia y China, y a los populistas.
Macron afronta al mismo tiempo la objeción contraria: la de que él no es un cosmopolita, sino un nacionalista que, para disimularlo, recurre a un eufemismo, el del patriotismo. Este es el argumento que expresa Trump cuando dice que los franceses son “gente muy orgullosa, y con razón”. Macron, viene a decir, es como los demás.
¿Todos nacionalistas? Un autor liberal como Michael Ignatieff afirma en su libro Sangre y pertenencia, de 1995, que “un espíritu cosmopolita y posnacional”, con el que se identifica, “siempre dependerá, al final, de la capacidad de los Estados-nación para proveer seguridad y civilidad a sus ciudadanos”. “En este sentido”, admite el canadiense Ignatieff, “soy un nacionalista cívico”, una idea no tan distinta de la del patriotismo macroniano. Ya Ernest Renan, teórico del nacionalismo en el siglo XIX, sostenía que ni la raza, ni la lengua, ni la religión, ni la geografía bastaban para explicar la nación, porque la nación “supone un pasado y, sin embargo, se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento del deseo claramente expresado de continuar con la vida en común”. “La existencia de una nación”, dijo Renan en su frase más citada, “es un plebiscito cotidiano”.
Cuando Macron contrapone patriotismo a nacionalismo también habla de eso, de la nación cívica, republicana. Es una reflexión que remite a una tradición muy francesa, la de un país donde nacionalismo es una palabra contaminada desde finales del siglo XIX, cuando el caso Dreyfus —la acusación y condena errónea a un militar judío por espionaje— dividió a Francia entre nacionalistas/antisemitas e intelectuales/republicanos. Durante la ocupación nazi entre 1940 y 1944, el colaboracionista Pétain era el nacionalista y el líder de la Francia libre; De Gaulle, el patriota. Y fue otro presidente francés, François Mitterrand, quien en 1995, en su discurso de despedida ante el Parlamento de Estrasburgo, dijo que “el nacionalismo es la guerra”, y quien el mismo año, en la conmemoración del final de la Segunda Guerra Mundial en Berlín, dijo de los soldados alemanes de la guerra: “Amaban su patria”. Eran patriotas.
El miércoles de esta semana, el actual presidente francés dio una entrevista a la cadena TF1 desde el portaviones francés Charles de Gaulle, símbolo de la potencia militar de Francia. Detrás lucían dos banderas. La francesa y la europea. Patriotismo, para Macron, también significa europeísmo.
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