Bielorrusia quiere mediar en la nueva Guerra Fría
El presidente Lukashenko rechaza la nueva división entre Este y Oeste y se ofrece a garantizar la frontera ruso-ucrania
Con la promoción de Bielorrusia como mediador internacional, el presidente, Alexandr Lukashenko, intenta parar la escalada de tensión que podría convertir a su país —encajonado entre Rusia y el territorio de la OTAN—, en coprotagonista y blanco de una nueva carrera armamentista.
Bielorrusia es el principal aliado de Rusia, pero tiene sus peculiaridades. Etiquetado como el “último dictador de Europa”, Lukashenko, en el poder desde 1994, no secundó al Kremlin en 2008 cuando este reconoció la independencia a dos autonomías de Georgia ni en 2014 tras la anexión de Crimea. A medida que los problemas se acumulaban entre Rusia y Ucrania y en cada uno de ellos, la percepción de Lukashenko mejoraba en Occidente y el astuto político de origen campesino, líder de un modelo de estabilidad autoritaria, es visto ahora con ojos más benignos desde Washington y Bruselas. En febrero de 2015, Lukashenko se consolidó como promotor del diálogo, al hacer de anfitrión de la reunión donde se firmaron los llamados Acuerdos de Minsk, para dirimir el conflicto con los separatistas prorrusos en la zona del Donbás (regiones ucranias de Donetsk y Lugansk).
Desde entonces, representantes de Kiev y de los secesionistas se han venido reuniendo regularmente sin resultados tangibles en la capital bielorrusa. Los Acuerdos de Minsk están estancados, pero son hasta ahora el único marco formal para encauzar un conflicto que afecta a millones de personas y en el que el número de muertos superó hace mucho los 10.000. Lukashenko pretende infundir nueva vida al proceso.
El presidente bielorruso quiere incrementar su protagonismo como mediador. Prueba de ello es la celebración en Minsk de una sesión de la Conferencia de Seguridad de Múnich, en la que políticos, analistas y funcionarios (de Rusia, EE UU y la Unión Europea) debatieron el miércoles a puerta cerrada sobre los problemas del continente. En ese foro, el primero en su género en Bielorrusia, Lukashenko se ofreció a “responsabilizarse del mantenimiento de la paz en las regiones orientales de Ucrania y el control de la frontera ruso-ucrania” y también a “acompañar la celebración de elecciones en Donbás entendiendo que estas regiones son una parte inseparable de Ucrania”.
Bielorrusia, que ha acogido a 160.000 refugiados de Ucrania, “no quiere encontrarse en la línea de una nueva división de civilizaciones, en el filo de un enfrentamiento de bloques entre el Este y Occidente”, dijo Lukashenko. “Con el aumento de la confrontación nos auguran el destino de amortiguador o bastión entre Rusia y la OTAN”, prosiguió el líder, según el cual si “los grandes del mundo se pusieran de acuerdo en no arrastrar a los Estados de Europa del Este a diferentes bloques militares y políticos, si no exigieran confirmación de su lealtad en detrimento de sus intereses soberanos”, la región podría ser “un cinturón transfronterizo de estabilidad y cooperación”.
El líder bielorruso ofrece sus servicios cuando las relaciones entre Rusia y Ucrania se encuentran en mínimos y opina que “difícilmente conseguiremos el objetivo” sin “sentar a EE UU a la mesa” de las negociaciones. Moscú aprobó esta semana una lista que restringe la actividad de 322 personas físicas ucranias y 68 personas jurídicas, en respuesta a otras sanciones ucranias que afectan a personas físicas y jurídicas rusas. El 30 de octubre, Lukashenko había recibido en Minsk al secretario de Estado adjunto estadounidense, Wess Mitchell, quien no dejó duda sobre el apoyo de Washington a una “Bielorrusia soberana e independiente”.
Balanceándose en la cuerda floja, Lukashenko ha sacado partido de la tensión entre Rusia y Occidente. Pero la nueva carrera de armamentos a la que puede abocar el abandono del acuerdo INF (sobre misiles de alcance medio y corto) por parte de EE UU crea una situación cualitativa diferente y podría provocar la instalación de misiles rusos en Bielorrusia.
Si se inicia una nueva carrera de armamentos, Lukashenko, que se resiste hasta ahora a la instalación de una base rusa en su territorio, no podría posicionarse como un actor relativamente independiente y capaz de mantener una zona amortiguadora entre el Este y Occidente. En tiempos soviéticos, en Bielorrusia se ubicaba una de las mayores agrupaciones de misiles de medio y corto alcance de la URSS. Ahora, Rusia tiene en Bielorrusia un centro de comunicación destinado al control de sus submarinos, situados a distancias de hasta 10.000 kilómetros, y un radar de alerta preventiva que avisa del lanzamiento de misiles. Los acuerdos de estacionamiento de estas dos instalaciones expiran en 2020, según el periodista Alexandr Alesin, especializado en temas militares y económicos. “Si Polonia instala misiles en su territorio y se convierte en el Fuerte Trump, Bielorrusia se verá obligada a aceptar los misiles rusos y la tensión en la zona aumentará y esto, por desgracia no lo comprende Polonia”, dice el analista bielorruso.
En cierto modo, Lukashenko tiene un papel parecido al que desempeñaba Nicolae Ceaucescu, el presidente de Rumania, en la anterior Guerra Fría. Ceaucescu era aliado de la URSS, pero tenía su propia política internacional. A diferencia de Rumania, que producía su propio petróleo, Bielorrusia tiene gran dependencia económica de Rusia, su principal mercado y abastecedor de gas y crudo. Minsk se beneficia del refinado del crudo ruso en su territorio.
Bielorrusia ha estado al margen de la política rusa de imponer sanciones a Occidente y es hoy un escaparate de las mercancías vetadas en Rusia, conocida popularmente por sanzionka. En los supermercados de Minsk hay gran abundancia de quesos procedentes de la UE —parmesano, gruyere, roquefort, brie e incluso manchego—, que en Rusia serían aplastados por las apisonadoras del servicio de aduanas. “Tenemos clientes rusos que vienen cada quince días a comprar queso”, asegura la recepcionista de un hotel de Minsk.
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