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Columna
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El boniato quiere conquistar a la soja

La disputa de las elecciones por la derecha, como señala Geraldo Alckmin (PSDB), es para ver quién se llevará el apoyo de la agroindustria rifando la Amazonia

Eliane Brum
Geraldo Alckmin, candidato presidencial de Brasil.
Geraldo Alckmin, candidato presidencial de Brasil.N. ALMEIDA (AFP)

La realidad, como se sabe, es un delirio. A partir de esa consciencia, podemos analizar la actual disputa por la presidencia de Brasil. Como lo que vale son los espasmos, las escenas que emocionan —como la de Marina Silva (del partido Red de Sostenibilidad) dándole la bronca a Jair Bolsonaro (del Partido Social Liberal) en el debate del día 17 de agosto—, o los memes —como cualquier aparición del Cabo Gloria-a-Dios-Nación-Brasileña Daciolo—, lo que sucede en tono moderado y con los buenos modales de las élites que se empeñan en parecer limpias pasa desapercibido. Solo así Geraldo Alckmin (del Partido de la Social Democracia Brasileña) puede representar una derecha moderada. Enfundado en trajes muy bien cortados, camisas blancas impecables, toda su apariencia es aséptica, como si emergiera todos los días de una bañera de desinfectante. Con esta imagen inmaculada, hablando como un capellán no carismático, va desgranando tanto afirmaciones escalofriantes como declaraciones sin sentido, con la impasibilidad de quien pronuncia proverbios y parábolas.

Hasta que apareció Jair Bolsonaro, el terror de la mayoría de la izquierda e incluso de los que de hecho se identifican con el centro ideológico era Geraldo Alckmin, y con razón. Pero entonces surgió el bruto de los brutos y toda la atención se centró en la actuación de quien no consigue hilvanar una frase con sentido sobre cualquier tema que no implique pegar o disparar a alguien, pero que, sin Lula, encabeza las intenciones de voto. Y Alckmin pudo volver a fingir que es un “polo de boniato”, frío e insulso.

Para quien ha llegado de hecho al siglo XXI, la afirmación más peligrosa del último debate la dijo Alckmin, cuando escogió a Ciro Gomes, el candidato del Partido Democrático Laborista, para que respondiera a su pregunta. “Quiero ser el candidato que va a recuperar el empleo. Uno de los sectores más prósperos de la economía es la agroindustria. (...) En el caso de la agroindustria, la infraestructura. Mañana temprano voy a Pará, a visitar las márgenes del río Tapajós, en Itaituba, para integrar. Vamos a hacer muchas obras, construir ferrocarriles, vías fluviales, y traer la iniciativa privada para que invierta en Brasil”.

Alckmin promete transformar una de las regiones más sensibles de la Amazonia en un “centro de obras”

La región que Alckmin ha escogido para hacer su primer viaje oficial como candidato a la presidencia es una de las más sensibles de la Amazonia. Fue precisamente en el río Tapajós donde Lula y Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), intentaron construir las grandes hidroeléctricas de São Luís y de Jatobá, y otras en el río Jamanxim, un afluente del Tapajós, siguiendo con el proyecto de construir grandes represas en los ríos amazónicos, costara lo que costara. Y siempre costó demasiado, en todos los sentidos. Quienes han conseguido impedir, de momento, que las centrales se materialicen en la cuenca del Tapajós son los guerreros y guerreras del pueblo munduruku.

Como los gobiernos del PT se negaron a demarcar el territorio indígena, ellos mismos lo hicieron, con la ayuda de los ribeirinhos (ribereños de la Amazonia) de la comunidad de Montanha e Mangabal, que también se vieron afectados por las hidroeléctricas. Después, fueron los ribeirinhos de Montanha e Mangabal los que empezaron a demarcar su tierra con la ayuda de los munduruku. Este mérito corresponde a los trece años del PT en el poder: su proyecto de construir obras megalómanas en la Amazonia unió a pueblos de la selva que durante más de un siglo se observaban con desconfianza mutua. Ante el tamaño de la amenaza, escogieron superar divergencias profundas y apostar por lo que tenían en común. Indígenas y ribeirinhos hoy luchan lado a lado contra aquellos que quieren destruir su casa.

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El PT —en coalición con el PMDB— consiguió construir las hidroeléctricas de Jirau y Santo Antônio, en el río Madeira, en el estado de Rondônia, y Belo Monte, en el río Xingú, en el estado de Pará. También hicieron las centrales de São Manoel y Teles Pires, en el río Teles Pires. Solo una persona totalmente desinformada no conoce los costes humanos y ambientales de esas obras, sin hablar de las sospechas de corrupción investigadas por la operación Lava Jato, especialmente en Belo Monte. Pero el PT y el PMDB no pudieron construir las hidroeléctricas en el río Tapajós. Alckmin, que no tiene un pelo de tonto, no habló de hidroeléctricas en su intervención en el debate. Pero pronunció las palabras mágicas: “agroindustria”, “ferrocarril” y “obras”.

La intención de construir un ferrocarril para transportar especialmente soja generó algunas de las peores noticias internacionales del desgobierno de Michel Temer (PMDB), el presidente más impopular desde la redemocratización del país. El Ferrocarril de las Legumbres, con 1.142 kilómetros de extensión, se diseñó para enlazar la región productora del Centro-Oeste con el río Tapajós, principal afluente del río Amazonas, para exportar soja y otras materias primas a mercados extranjeros.

Para construir el ferrocarril, varios sectores se empeñan en desproteger la selva

Para que se pueda construir el Ferrogrão, como se le llama popularmente en Brasil, y responder a la presión de los grileiros que quieren legalizar y comercializar las tierras públicas que robaron, el desgobierno Temer desprotegió la selva amazónica. ¿Cómo? Redujo el tamaño de las áreas protegidas del Parque Nacional del Jamanxim y de la Selva Nacional del Jamanxim a través de medidas provisionales. La resistencia de los pueblos de la selva y la presión internacional contra la destrucción de la Amazonia obligó a Temer a echarse atrás. Aun así, retiró la protección de 862 hectáreas del Parque Nacional del Jamanxim, por donde debe de pasar el ferrocarril. A continuación, el ministro de Medio Ambiente, José Sarney Filho, presentó al Congreso un proyecto de ley para cambiar la categoría de 394.000 hectáreas de la Selva Nacional del Jamanxim. Esa inmensa área de selva, equivalente al doble de la ciudad de São Paulo, pasaría a ser Área de Protección Ambiental, y no Selva Nacional.

¿Qué significa eso? El Área de Protección Ambiental es un tipo de unidad de conservación que permite un número mucho mayor de actividades humanas, incluso la compra y venta de tierras. Los grileiros podrían reivindicar la legalización de las tierras que robaron —o sea, la legalización del crimen contra el patrimonio público y el medio ambiente—, para comercializar la tierra que dejó de ser pública y se convirtió en privada. En la práctica, parece que el desgobierno Temer se echó atrás para apaciguar los ánimos internacionales, pero para pagar su cuenta impagable con la bancada ruralista, la gran avalista para mantenerse en el Gobierno, cogió otro camino para hacer lo mismo.

En esta jaula es donde ha entrado Alckmin, el apóstol. Pero no porque no sea pájaro viejo. Sino porque el boniato quiere ser el mejor amigo de la soja. Más que eso. Quiere cambiar su estatus en el Facebook por “en una relación con la agroindustria”, lo cual, para alguien tan religioso en la política como Alckmin, significa matrimonio en régimen de comunidad universal de bienes.

No es el único. Ciro Gomes se está empeñando al máximo para ser el novio escogido, tanto, que ha designado como vicepresidenta de su lista a una latifundista, Kátia Abreu, exministra de Agricultura y amiga personal de Dilma Rousseff. Entre las perlas dejadas por Kátia Abreu, vale recordar la siguiente, durante una entrevista a la periodista Mônica Bergamo para la Folha de S. Paulo: “El problema es que los indígenas han salido de la selva y han empezado a descender en el área de producción”.

Para expandir el área de la soja, los ruralistas avanzan sobre el cerrado y la selva amazónica

La vicepresidenta de Ciro Gomes podría haber dicho que el problema es que los indígenas tuvieron el mal gusto de estar en casa cuando los europeos invadieron el territorio que llamarían Brasil. Pero no hace falta retroceder cinco siglos. La cuestión sigue siendo bastante actual, porque Kátia Abreu también invierte la historia superreciente. La productividad de la soja no se ha alterado desde principios de siglo, como muestra el reportaje de Mauricio Torres y Sue Branford para la serie “Tapajós sob ataque” (Tapajós atacado) en el periódico The Intercept. Para aumentar la producción del monocultivo, los latifundistas tienen que aumentar su latifundio. ¿Y qué regiones consideran “disponibles” para su expansión privada? La selva amazónica y el cerrado.

En solo dos meses, entre abril y mayo de este año, la Selva Nacional de Jamanxim, en Pará, perdió 57 kilómetros cuadrados de cobertura vegetal, el equivalente a 36 parques Ibirapuera, el principal de São Paulo. El cálculo es del Instituto del Hombre y del Medio Ambiente de la Amazonia. El aumento de la deforestación se debe, en gran parte, a que se esperaba que se debilitara la protección de las unidades de conservación, medida que está en curso en el Congreso. Es el proceso habitual en la Amazonia. A cada frase pronunciada en Brasilia, los grileiros aumentan la presión sobre la selva, derribando árboles y poniendo bueyes. Y más invasores aparecen. Saben que todo indica que su crimen se legalizará. Entonces, tratan de invadir y deforestar para consolidar la ocupación. La Selva Nacional del Jamanxim la creó Lula en 2006 exactamente para que protegiera el avance de la deforestación que traía el asfalto de la carretera BR-163, una obra que llevó a cabo su gobierno para beneficiar a los grandes productores de soja y de ganado. Así se va derribando la selva. Avanza por un lado, avanza por el otro, avanza por el medio. Ya no hay ningún pudor.

En enero de 2018, el Ministerio del Medio Ambiente divulgó que la soja había ocupado ilegalmente 47.300 hectáreas de selva deforestada en la Amazonia en la última cosecha, casi 30% más que en el año anterior. Aun así, el ministro y parte de las organizaciones ambientales conmemoraron el resultado porque la plantación en áreas ilegales correspondía a poco más del 1% del total de la soja plantada. La conclusión era que la soja impactaba poco en la deforestación de la Amazonia. Lo que olvidan mencionar es que una parte significativa de las tierras destinadas a la producción agropecuaria en la Amazonia, producto del pillaje del patrimonio público y de la destrucción de la selva, las han legalizado los últimos gobiernos y el Congreso más corrupto de la historia reciente. Lo que hoy es legal ayer era robo.

Así, los grileiros se convierten en hacenderos, eliminando el crimen con la fuerza de un Congreso y un Gobierno dominados por la bancada ruralista. La agrodelincuencia se convierte en agroindustria. A golpe de firma, como sucedió con la que se conoció como Ley del Robo de Tierras Públicas, la segunda, sancionada por Temer en julio de 2017: gracias a ella, los grileiros que hasta 2011 —ayer— ocupaban tierras públicas sabiendo que eran públicas “regularizaron” sus robos de hasta 2.500 hectáreas, el equivalente a cinco Vaticanos. De 2.500 en 2.500, la selva va siendo tomada, y los delincuentes, con un gran número de testaferros a su servicio, se convierten en “productores rurales” y crean latifundios en plena selva. Antes, en 2009, todavía durante el gobierno de Lula, se aprobó la primera Ley del Robo de Tierras Públicas, también conocida como “Tierra Legal”, que benefició a los grileiros que habían invadido tierras hasta 2004, de un máximo de 1.500 hectáreas. Temer amplió el proceso de legalización del crimen que ya había empezado en los gobiernos del PT.

Los crímenes contra la selva compensan cada vez más para pocos, aunque poderosos. Y la disputa desesperada de candidatos por el apoyo de la agroindustria muestra que la idea es que compensen todavía más. En solo diez años, el área dedicada a la plantación de soja se ha multiplicado cuatro veces en la Amazonia, pasando de 1,14 millones de hectáreas en la cosecha de 2006-2007 a 4,48 millones de hectáreas en la de 2016-2017. La soja no alimenta a la población. Casi el 80% de la soja producida y exportada se utiliza para hacer pienso. O sea, para la producción de carne.

La ganadería es la actividad que más contribuye a la deforestación de la selva

La ganadería es la actividad que más contribuye a la deforestación de la Amazonia, ocupando el 65% del área deforestada. El rebaño bovino en la Amazonia legal, según el Instituto del Hombre y del Medio Ambiente, pasó de 37 millones de reses en 1995, el equivalente al 23% del rebaño nacional, a 85 millones en 2016, casi el 40% del rebaño nacional. Los bueyes, por medio de su proceso digestivo (básicamente pedos y eructos), liberan una gran cantidad de metano en la atmósfera, un gas de efecto invernadero con un potencial de calentamiento 25 veces mayor que el CO2. Aunque no nos preocupemos por el sufrimiento de los animales criados en campos de concentración, consumir carne es un negocio pésimo para la Amazonia, para el planeta y para todas las especies, incluso la humana. Los ganaderos son grandes clientes de las tierras de la selva, pero pagan mucho más en el mercado por áreas ya deforestadas. La soja y el buey forman un círculo íntimo en la destrucción de la selva amazónica.

Se estima que hasta 2024, la demanda china por soja, según Torres y Branford, llegue a 180 millones de toneladas al año: más que la suma de los tres productores mundiales, Estados Unidos, Brasil y Argentina. Y Brasil sería el país que supuestamente tendría mejores condiciones para aumentar su producción, avanzando todavía más sobre el cerrado y la selva, una situación que se confirma con las recientes divergencias entre China y los Estados Unidos de Donald Trump.

En un país que depende de la exportación de materias primas en pleno siglo XXI, el peso de la soja en la balanza comercial da a la agroindustria un enorme poder para hacer chantaje. Es lo que hemos presenciado en las últimas décadas en Brasil, de forma siempre creciente y cada vez más desvergonzada, como muestra tanto el desmantelamiento de la Funai, la Fundación Nacional del Indígena, y la desintegración de los órganos de protección socioambiental y de control de la cuestión agraria como la relajación de las reglas para obtener permisos ambientales.

Este es el callejón sin salida en el que se encuentra actualmente Brasil y que va a determinar su futuro: en tiempos de crisis climática, ¿la mayor selva tropical del mundo, fundamental para regular el clima, continuará siendo transformada en soja, bueyes, minería e hidroeléctricas? Es lo que indican los últimos gobiernos y es también el objetivo explícito de algunos de los principales candidatos de estas elecciones.

Por eso, Geraldo Alckmin se ha pasado el fin de semana en la región del río Tapajós intentando hacer amigos. Estaba allí para garantizar que la agroindustria, en parte agrodelincuencia, seguirá siendo la avalista del Gobierno, aunque cambie el inquilino del palacio presidencial. Michel Temer no mintió cuando dijo, en una entrevista para la Folha de S. Paulo, que Alckmin era el candidato que más se identificaba con su gobierno. La promesa es que todo seguirá todavía mejor de lo que está para quien quiere derribar la selva para transformarla en soja, bueyes, minería e hidroeléctricas.

La mayoría de los hacenderos y de los agrodelincuentes parece preferir a Bolsonaro que a Alckmin

La piedra en los impecables zapatos de Alckmin es que los grileiros y los grandes hacenderos de varias regiones del país se identifican mucho más con el estilo de Jair Bolsonaro. En Pará, las camionetas están recubiertas de adhesivos del candidato de extrema derecha. Lo apoyan notorias eminencias del robo de tierras públicas, algunos con un extenso currículo de servicios prestados a las funerarias de la región. Y algunos alcaldes del PSDB, aunque no lo declaren públicamente, abrazan a Bolsonaro. Alckmin es demasiado pijo para quien ha demarcado las tierras con sangre de campesinos e indígenas. Pero la devoción por Bolsonaro puede cambiar si vale la pena. Ningún sector es más pragmático que la agroindustria. Ningún grileiro que ha limpiado su biografía con la ayuda de diputados se ha convertido en “productor rural” o “hacendero” por lealtad.

Para agradar a este público elector y avalista de candidaturas y de gobiernos, Alckmin, el sereno, promete “flexibilizar” el uso de armas en el área rural para proteger a los “productores rurales”. Hasta el más ignorante sabe que no faltan armas en manos de los que se hacen llamar hacenderos o incluso “exploradores”, pero que en realidad son grileiros. Los hacenderos de verdad deberían ser los primeros en esforzarse para diferenciarse de los delincuentes, denunciando este tipo de práctica, pero eso no suele suceder.

La cuestión es que la Amazonia ya está armada. Y desarmarla es más que urgente. La violencia no se produce contra los propietarios rurales, sino contra los campesinos, indígenas, quilombolas (descendientes de esclavos rebeldes) y ribeirinhos. Y se ha multiplicado desde que el PMDB aumentó su poder dentro del gobierno de Dilma Rousseff y se amplió todavía más cuando Temer se erigió en presidente con el apoyo decisivo de la bancada ruralista.

Pero Alckmin no está preocupado por esta violencia. Es su vicepresidenta, Ana Amélia Lemos (del Partido Progresista, PP), quien más claramente expresa quién no puede morir en el campo: “Con la migración del crimen organizado de las áreas urbanas a las rurales, se producen cada vez más ataques a las propiedades, con robo de ganado, de equipos e inputs, y, lo que es más grave, ponen en riesgo la vida de los productores, sus familias y sus trabajadores. ¡La situación es grave!”. Según Janio de Freitas, columnista de la Folha de S. Paulo, Ana Amélia es conocida por haber defendido la dictadura civil y militar como periodista y también como empleada fantasma del Senado en 1987. Eso no debe de ser ningún problema para Alckmin, que acaba de declarar en la Fiscalía de São Paulo sobre el pago de 10 millones de reales por parte de la constructora Odebrecht para sus campañas electorales de 2010 y 2014.

La Amazonia está armada, lo que hay que hacer es desarmarla

Geraldo Alckmin escogió el estado de Pará para realizar su primer viaje oficial como candidato para conquistar a los ruralistas del Norte y del Centro-Oeste del país. Pero no solo a ellos. Hay muchos ruralistas en el Sudeste y en el Sur con grandes haciendas en la selva, o la exselva. Al desembarcar en la región del Tapajós, que él promete convertir en un “centro de obras”, Alckmin estaba desembarcando en el estado más letal del planeta para los defensores de la tierra y del medio ambiente. Según la organización Global Witness, no hay ningún lugar más peligroso que Brasil; y en Brasil, no hay ningún lugar más peligroso que Pará. El sector que encabeza los asesinatos, según la organización británica, es la agroindustria. Ha superado a la minería en el uso de la violencia como método de invasión de las selvas y otros biomas.

En Anapu, por lo menos 16 trabajadores rurales fueron asesinados desde 2015 por conflictos de tierras. Más de una década después del asesinato de la misionera Dorothy Stang, la situación actual de tensión y violencia en el municipio es todavía más explosiva. Es fácil imaginar cómo suena, en esta región de interpretaciones literales, una promesa para “flexibilizar” el uso de armas para que los “productores rurales” puedan defenderse. Cuando Alckmin hace insinuaciones y Bolsonaro defiende abiertamente la solución de conflictos a tiros, lo que están autorizando es la legalización de las masacres que ya tienen lugar con un alto grado de impunidad. Que un día respondan por los cadáveres. No se puede jugar a ser matón en la Amazonia sin convertirse en un matón.

Alckmin se autoriza a pronunciar estupores con absoluta serenidad. Apoyado por la coalición de partidos de centro denominada Centrão (Demócratas, Partido Progresista, Partido de la República, Partido Republicano Brasileño y Solidaridad), una anomalía política íntimamente relacionada con la desintegración del país, y también por el Partido Social Democrático, el Partido Laborista Brasileño y el Partido Popular Socialista, no pierde una oportunidad para quejarse del exceso de partidos en Brasil. También se descolgó con esto en la convención de su partido, en Brasilia: “Necesitamos el orden democrático, que dialoga, que no excluye, que tolera las diferencias, que no busca resolverlo todo con la violencia ni utiliza el odio como combustible de la manipulación electoral”.

El gobernador que autorizó que la Policía Militar moliera a palos, tirara bombas de gas lacrimógeno y disparara balas de goma a manifestantes en 2013 y 2014, y que golpeara a los adolescentes que reivindicaban una escuela pública de calidad en 2015 y 2016, se vende como el hombre del diálogo. Ni siquiera pestañeó. El gobernador que mantuvo, apoyó y estimuló la práctica de una de las policías más letales de Brasil, un país con una de las policías más letales del mundo —pero con una letalidad selectiva, ya que la mayoría de los ejecutados son negros—, se anuncia como el paladín de la tolerancia. Tranquilo, sin deshacerse la corbata.

El gobernador que no salvó el río Tietê afirma que va a salvar el São Francisco

Alckmin tampoco se despeina al afirmar: “Aquí en São Paulo tuvimos una crisis hídrica muy grave. Ganamos”. Los más pobres, que de hecho sufrieron el racionamiento de agua durante meses e incluso años, pueden contar una historia muy diferente. Hoy, el sistema de suministro Cantareira, a pesar de abastecer a menos gente, está a un nivel inferior al del período anterior a la crisis de 2014. No se ganó nada. São Paulo puede volver a tener una crisis de agua el año que viene. Pero, claro, eso no va a suceder antes de las elecciones de octubre.

Imperturbable, Alckmin continúa, saludando a los habitantes del nordeste: “Ayudamos al Nordeste con el trasvase del río São Francisco. (...) Vamos a salvar el río São Francisco. La revitalización del río, el dragado, la recuperación de la vegetación ribereña...”. ¿No sería bonito que, durante los más de 12 años de Alckmin como gobernador, los 24 años del PSDB en el poder en São Paulo, él y su partido hubieran salvado el Tietê y otros ríos de São Paulo, hoy convertidos en cloacas? ¿Y también la vegetación ribereña y los manantiales, una medida de hecho efectiva para enfrentar la crisis climática que hoy impide cualquier previsión seria sobre la cantidad de lluvia? Pero no. Alckmin va a Pará para prometer que transformará la selva en un centro de obras, ignorando por completo las pruebas científicas que demuestran la importancia de la Amazonia para regular las lluvias también en el Sudeste.

Brasil ya no es el país del futuro. Pero, para que por lo menos pueda tener un futuro, es necesario que Brasil vuelva a ser capaz de imaginarlo. Eso no se puede hacer tratando a la mayor selva tropical del mundo como un cuerpo al que expoliarle sus recursos, árboles y pueblos como si fueran basura que se tira para convertirla en soja o pasto. No por caridad cristiana, sino para sobrevivir. No es una elección de modelo de desarrollo. En un mundo sumido en una crisis climática, ya no existe esa elección. Ni siquiera para la agroindustria.

Cualquiera es capaz de notar los efectos del calentamiento global. No es ninguna novedad que el planeta está a punto de convertirse en un horno. Pero la situación puede ser todavía peor. Un grupo de reputados científicos del clima publicó un artículo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences alertando que el Acuerdo de París, que busca mantener el calentamiento global como mucho 2 °C por encima de los niveles preindustriales, puede que no sea suficiente para que la temperatura se plante ahí. El grupo investiga si las temperaturas más altas liberan nuevas fuentes de gases de efecto invernadero y destruyen la capacidad de la Tierra de absorber carbono o reflejar el calor.

Si Brasil quiere volver a ser capaz de imaginar un futuro, la crisis climática y la Amazonia tienen que estar en el centro del debate electoral

Analizando las consecuencias combinadas de diez procesos de cambio climático, evalúan si se puede interrumpir el calentamiento y estabilizar la temperatura o si habrá un proceso de realimentación, con calentamiento continuo, que genere un “invernadero terrestre”: 4 °C más y mucho menos favorable a la vida humana. Hoy, la temperatura media global ya está 1 °C por encima de los niveles preindustriales. En la actual coyuntura y con los actuales gobernantes del planeta, destacando a Donald Trump, difícilmente será posible parar en los 2 °C. Los efectos de sobrepasar esta temperatura ya se han previsto. Difícilmente alguien va a querer que sus hijos y nietos vivan en un mundo tan malo.

Es inaceptable que la crisis climática no esté en el centro del debate electoral, en un país que tiene la mayor parte de la mayor selva tropical del mundo en su territorio. Es un escándalo que el tema ni siquiera aparezca o que, como mucho, roce algunas cuestiones. Al contrario. Aparece del revés, como la promesa de Alckmin de transformar la selva amazónica, en la región del Tapajós, en un “centro de obras”.

Brasil solo tiene relevancia en el mundo hoy porque tiene en su territorio la mayor parte de la Amazonia, pero la mayoría de los candidatos no ha llegado todavía al siglo XXI. Están entre el siglo XIX y el XX, antes de 1968. El “progreso” todavía es cambiar la selva por soja y bueyes, llenarla de cimiento y acero con obras gigantes. Es vergonzoso. Y es peligroso. Lo que se debería estar discutiendo es cómo proteger el cerrado, la selva amazónica y otros biomas y cómo aprender con sus pueblos a utilizar los recursos sin destruir la naturaleza, algo que hacen hace siglos e incluso milenios. La riqueza de la Amazonia es su diversidad, al igual que el complejo conocimiento de sus pueblos tradicionales. Soja, bueyes, minería e hidroeléctricas solo destrozan el activo de mayor valor del mundo acechado por el cambio climático.

Geraldo Alckmin todavía va mal en las encuestas. Es probable que la lógica de las elecciones haya cambiado y que las redes sociales definan al vencedor, en lugar de los debates y el tiempo de propaganda en la televisión y los apoyos y la máquina electoral. Pero no podemos olvidar que hace solo cuatro años Alckmin venció en la primera vuelta las elecciones a gobernador de São Paulo en plena crisis hídrica —la que acaba de decir que ganó— jurando que no había ninguna crisis. Es verdad que el voto en Brasil es más complejo que el del estado de São Paulo, pero es mejor prestar atención también a aquellos que tienen buenos modales y que hablan pausadamente, los que raramente producen los mejores memes o vídeos cortos de grandes momentos de reality show.

La disputa para ver quién se va a llevar el apoyo de los ruralistas y rifar la Amazonia nunca antes en la historia reciente había sido tan intensa.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Traducción: Meritxell Almarza

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