Una luz que se apaga
Una nueva y extraña internacional está tomando cuerpo. Es la mayor contradicción imaginable, porque une a los nacionalistas del mundo en un ideario de exclusión, xenofobia y superioridad cultural, incluso racial, y en una visión populista e iliberal de la democracia, rápidamente convertida en dictadura de la mayoría.
Estos nacionalistas internacionalistas tienen un faro en la Casa Blanca. El mundo de Trump está compuesto por naciones naturales que se mueven y relacionan en el mundo como los animales salvajes en la jungla. El grande se come al chico, el fuerte al débil, y solo los mayores depredadores se respetan y reparten el territorio.
La internacional iliberal ha tenido esta semana un momento estelar. En Helsinki, dos grandes carnívoros como Trump y Putin han exhibido su coordinación e incluso una cierta prelación en la jerarquía selvática, el ruso por encima del americano. Pero ha sido en Jerusalén, una ciudad muy simbólica, donde se ha producido la más intensa y efectiva actividad de los internacionalistas iliberales.
Viktor Orban, el primer ministro de Hungría, ha viajado oficialmente por primera vez a Israel en devolución del viaje a Budapest hace un año de su homólogo israelí, Benjamin Netanyahu, en una extraña demostración de afinidades ideológicas e intereses compartidos entre dos dirigentes ultraconservadores, nacionalistas y xenófobos. La nueva sintonía entre Orban y Netanyahu hace abstracción del antisemitismo histórico de la derecha húngara, expresado en la campaña del actual Gobierno contra George Soros o en la exaltación de la memoria del almirante Miklos Horthy, aliado de Hilter hasta 1944 en la Segunda Guerra Mundial y cómplice del Holocausto.
La Knesset o Parlamento israelí, por su parte, ha aprobado una ley que consagra el carácter exclusivamente judío del Estado de Israel, la preeminencia de la lengua hebrea sobre la árabe, la capitalidad también exclusiva de Jerusalén y, lo más determinante desde el punto de vista del derecho, el reconocimiento del derecho a la autodeterminación para un solo pueblo, el judío, con explícita negación por tanto de idéntico derecho al pueblo palestino.
El pueblo elegido de la Biblia se ha convertido en el pueblo elegido por sí mismo. La mayoría tiene más derechos individuales y colectivos que la minoría. Cualquier idea de paz queda excluida por ley, al zanjar sin negociación las cuestiones que debían pactarse con los palestinos según los acuerdos de Oslo de 1993.
Entre Atenas y Esparta, democracia o régimen militar, Israel ha consagrado en la ley la primera para los judíos y el segundo para los palestinos. La utopía de una democracia incluyente de los pioneros laboristas, capaz de convivir e incluso absorber a la población árabe en un proyecto progresista, ha virado hacia el modelo de democracia iliberal y hostil a los extranjeros que tanto gusta a Donald Trump y a su ideólogo Steve Bannon.
La luz entre las naciones, que también era luz para la democracia, es cada vez más tenue.
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