El rapto de Europa duró un suspiro
El programa de gobierno de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas en Italia ya no es directamente antieuropeo, sino se ha convertido en un bollito nacionalista euroalérgico
De todas las historias, la más triste es la de Europa, pues empieza con un rapto. Nació la princesa Europa en Fenicia, esa tierra/ identidad de los mercaderes.
Pasó a la fama celestial al raptarla el dios de dioses, Zeus, quien se la llevó a Creta —”oh, bienaventurado albergue a cualquier hora,” describió Góngora en sus Soledades— y en sus playas procrearon.
Este mito griego que empieza en un secuestro ha tenido múltiples, y fatales, traducciones prácticas. Casi siempre Europa ha sido forzada por los suyos o por las superpotencias. Y muchos temían (temen) que fuese ahora víctima de la viciosa coyunda populista entre dos contrapuestos populismos italianos: la Lega parafascista y los grillini postprogresistas.
Pero igual está sucediendo lo contrario: que la Unión Europea desarticula a esos populismos como hizo con el griego y pretende hacerlo con el polaco.
Recapitulemos. A mitad de mes la prensa transalpina filtró el programa de gobierno Liga-5 Estrellas. Propuso un mecanismo para salir del euro, pidió la condonación de 250.000 millones de deuda italiana por el BCE, postuló volver a antes de Maastricht.
Se armó la de Dios es Zeus porque cargaba de razón los trabucos del rigorismo alemán/nórdico, enemigo de mutualizar deudas y aterrorizado por si tiene que poner dinero en la desastrosa banca italiana.
Las urgencias de completar la Unión Bancaria (con un cortafuegos de medio billón de euros) y la unión económica y monetaria (FME, presupuesto de la eurozona, ministerio europeo de Hacienda) de repente parecían capotar hacia el vacío.
El honorable presidente Mattarella enrojeció de furia. Y los señores mercados —no cómplices de la UE, pero temblorosos ante sus eventuales fiascos— pitaron señal de alarma: la prima de riesgo italiana, que venía de 120, se encaramaba a los 190 en pocas jornadas. Fin de la broma.
Estos prendas del populismo otean bien el sol que más calienta. Vieron hace un año que su gente aún no estaba tan loca como ellos, por lo que para la campaña electoral eliminaron de sus programas todas sus balas antieuropeas (retorno a antes de la moneda única, referéndum contra el euro).
Pero enseguida que atisbaron las alfombras del poder, les entró la furia por volver a la ruleta rusa y seguir apostando al rapto de Europa.
La frivolidad ha durado —de momento, nunca digas nunca jamás— un suspiro. Donde el programa de gobierno tarareaba revertir Maastricht, se comprometen ahora (Contratto per il governo del cambiamento, págs. 53 y ss.) a “la plena aplicación de los objetivos de 1992 con el Tratado de Maastricht, confirmados en 2007 con el Tratado de Lisboa”.
No es ya un programa directamente antieuropeo: no hay rapto de la UE. Es un bollito nacionalista euroalérgico: un Estatuto más social para el BCE, pero caricias a Moscú; repliegue de fronteras y expulsión de inmigrantes; proteccionismo comercial y endogamia bancaria. Roma no rema europea, peccato, pero el suspiro algo alivia.
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