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Columna
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A un mes de las elecciones

Es imperativo escuchar a los candidatos más allá de las encuestas y los eslóganes de campaña

Diana Calderón

A un mes del domingo 27 de mayo, y en medio de una guerra de encuestas falsas creadas en redes, pronósticos dudosos y también sondeos idóneos, aunque los descalifiquen quienes no salen privilegiados en los resultados, es improbable que Iván Duque, el candidato del uribismo, saque más de la mitad de la votación, no obstante cifras que lo ubican incluso sobre el 40%. Además, no resultaría conveniente. Un triunfo en segunda vuelta, en cambio, sí garantiza respaldo en el Congreso, por las naturales alianzas pos primera vuelta, logrando un mejor escenario de gobernabilidad.

Si algunas de las encuestas están acertando, y no se trata de todo un oscuro mundo de manipulación electoral, que ya se ha visto desde los fracasos de las mismas en diversos escenarios internacionales, Gustavo Petro está tocando el 30%, con lo que quedaríamos enfrentando una segunda vuelta electoral entre Duque y Petro.

Hay que recordar que muchos de los consultados prefieren negar al candidato de sus preferencias, es el llamado voto vergonzante que privilegió a Donald Trump, por ejemplo, para pena de los que en Estados Unidos le daban a Hillary Clinton un 85% de posibilidades de ganar.

Un debate Duque-Petro es la elección entre el más joven de los candidatos. Un estudioso, decente, con experiencia de congresista y con la gran incógnita de si la influencia de Alvaro Uribe, tan indelicado con la democracia, puede afectarle, como ocurriera recientemente cuando el expresidente expresó su complacencia, vía Twitter, por el asesinato de un testigo, al que calificó de un “buen muerto”, en lo que Duque lo respaldó. Y Petro, cuyas propuestas parecen irrealizables o imposibles. Su discurso, retórica pura, y su gestión como alcalde de Bogotá, tan controversial como la de su sucesor Enrique Peñalosa en la otra orilla ideológica, pero valorada por las clases desfavorecidas, a las que sin duda privilegió en subsidios y mínimos vitales imposibles de ignorar.

De estar equivocadas las encuestas y si los pronósticos estuvieran más acertados, la teoría de que Germán Vargas Lleras pueda pasar a segunda vuelta peleándole a Petro el espacio, dejaría a Sergio Fajardo, el candidato de la opinión y a Humberto de la Calle como las víctimas de la polarización y de una sociedad que castiga valores que debería privilegiar.

Si lo que estamos es ante una guerra sucia electoral, los electores deben evitar entonces concentrarse en el juego de los números y escucharlos en el debate de las ideas por fuera de ese 20% de más de 8 millones de mensajes en redes sociales relacionados con la campaña llenos de intolerancia, según una investigación de la Misión de Observación.

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Ese ambiente de tierra arrasada en medio de la campaña electoral no le sirve a nadie. Es típica de una época de fin de Gobierno y aprovechada con creces por el que busca el voto ciudadano para llegar a ofrecer la percepción de cambio y garantizar la esperanza. Círculo irresponsable porque alimenta el desasosiego, amenaza las políticas públicas y sobre todo crea en el imaginario colectivo de la sociedad una afectación que casi siempre termina en el aumento de los índices de deterioro salud mental y del bolsillo individual.

No quiere decir, sin embargo, que muchas cosas no estén funcionando. No funciona la seguridad en una ciudad como Medellín donde en una sola noche asesinan a 6 personas y el intercambio de metralla se escucha en la otrora comuna 13 de las peores épocas del sicariato de Escobar, al que tanto exaltan en las series de televisión. Las disidencias se disparan y territorios como el Catatumbo y Tumaco muestran su más compleja realidad, frente a la cual ninguno de los candidatos aun ha propuesto nada distinto de lo que ya se está haciendo.

No funciona tampoco la condición de funcionarios que, en vez de honrar sus cargos, los usan para negociar sus pequeñeces como está ocurriendo con la penosa pelea entre dos funcionarios de la Justicia Especial para la Paz, precisamente la encargada de garantizar la verdad y la reparación para la no repetición de las conductas de la guerra.

Pero no es cierto que la paz se haya acabado, que la gran apuesta de este Gobierno para poner fin a 50 años de conflicto se haya perdido. Al contrario, creo que si termina siendo cierto que Jesús Santrich privilegió el accionar delictivo a la reincorporación y continuó como un narcotraficante, pues en buena hora existen los mecanismos que fueron pactados en los mismos acuerdos de paz, para quitarle todos los beneficios y mandarlo a donde merece, a la cárcel y ojalá extraditado.

Los candidatos a la presidencia deberían asumir posiciones más concretas y responsables frente a lo que está pasando por ejemplo al interior de las FARC, donde hay una división de discursos, que se comprueba si se escucha a un Iván Márquez amenazando con no asumir su curul en el Congreso y despreciar lo más importante de la negociación, que fue el paso de las armas a la participación en política.

La paz no se acabó y lo que deba mejorarse es un imperativo moral para los candidatos que aspiran a gobernar a partir del 7 de agosto, así como concentrar sus campañas en atender las verdaderas problemáticas, las estructurales como por ejemplo el incremento del delito sexual en menores de edad, los aspectos relativos a la productividad sin ofertas tributarias irresponsables e imposibles de cumplir, sus posiciones frente a la continuidad de las políticas ‘De cero a siempre', de los planes de educación incluyentes.

Lejos de encuestas es imperativo escucharlos, ponerlos a prueba y medirles sus capacidades más allá de las frases de campañas.

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