China cree que los aranceles de Trump son un intento de frenar su desarrollo e influencia
Pekín devuelve el órdago a Washington con rápidez y contundencia y se lanza a la guerra comercial
China ha respondido a los movimientos proteccionistas de Donald Trump con una rapidez y contundencia poco habitual. Ni doce horas tardó Pekín en devolver el golpe, un contraataque arriesgado que puede incluso dañar sus propios intereses a corto plazo. La premisa de la segunda economía mundial, vistas las declaraciones de los altos cargos y la propaganda de los medios estatales, es que Estados Unidos actúa para evitar que cumpla su propósito de convertirse en una superpotencia global en las industrias de alta tecnología. Y China no está dispuesta a cejar en el empeño.
Tanto Washington como Pekín han amenazado con imponer aranceles a importaciones por valor de 50.000 millones de dólares (41.000 millones de euros). El desglose de las listas de mercancías afectadas, sin embargo, revela ciertas diferencias. Estados Unidos dividió el paquete en más de 1.300 productos, incluyendo una gran variedad de bienes de alta tecnología que China considera estratégicos para su desarrollo futuro pero en general aún poco relevantes en términos de volumen de exportación. Pekín, en cambio, concentró su represalia en solamente 106 productos y disparó contra las principales partidas como la soja o los automóviles.
“Es mejor cortar un dedo que herir los diez”, ilustra con un proverbio chino Mei Xinyu, investigador de la Academia China de Comercio y Cooperación Económica, un organismo vinculado al Ministerio de Comercio. En su opinión, Estados Unidos “pretende contener a China y llevarla al límite, algo que no conseguirá a pesar de que las represalias tengan un impacto en nuestra economía”. Son palabras similares a las pronunciadas por altos cargos en Pekín: “China no tiene miedo”, “China no sucumbirá a la presión externa” o “cualquier intento de poner a China de rodillas a través de amenazas e intimidación no tendrá éxito”.
Según el análisis de Alicia García Herrero, economista jefe para Asia del banco de inversión francés Natixis, la razón por la cual las autoridades chinas han optado por tasar productos que podrían hacer daño a sus propios consumidores es porque en esta contienda está en juego la capacidad de China para competir con Estados Unidos a medida que avanza en su modernización industrial. “Ambos saben que esta guerra comercial no es realmente comercial sino de dominio mundial, que en buena parte es un dominio tecnológico”, explica.
Washington no esconde sus recelos al plan “Made in China 2025”, un proyecto con el que Pekín quiere establecerse como el líder mundial en áreas como la robótica, la biotecnología, los vehículos eléctricos y autónomos o la inteligencia artificial. China se ha propuesto, por ejemplo, producir un 80% del total mundial de equipos de energías renovables, un 70% de los robots industriales o un 40% de los chips para teléfonos móviles para el año 2025. Siete de cada diez productos señalados por Estados Unidos en su última ronda de aranceles están vinculados con este programa de forma directa o indirecta, según Natixis.
La preocupación es que el país asiático utilice prácticas ilegítimas para lograr sus objetivos, como el robo de tecnología o el uso de vastos subsidios para favorecer sus empresas frente a las de otros países. “La estrategia de EE UU ha evolucionado de una en la que el objetivo era reducir el déficit comercial a otra, mucho más específica, para evitar que China modernice su industria. Esto es evidente por el hecho de que EE UU ha excluido a la mayoría de sus aliados de los aumentos de aranceles y solo ha apuntado a China en su acción más reciente, basada en defender los derechos de propiedad intelectual de las empresas estadounidenses”, sostiene García Herrero.
Las denuncias de que China protege a sus industrias domésticas con subsidios a sectores clave o que fuerza a las empresas extranjeras a ceder su tecnología son recurrentes. La Unión Europea (UE) o Japón, además de Estados Unidos, llevan años mostrando su preocupación al respecto. Pero Pekín, además de negarlo tajantemente, aprovecha el giro proteccionista de Trump para mostrarse como víctima y gran defensor de la globalización, aunque en realidad su economía sea mucho menos abierta que la de otras potencias mundiales. “Hoy (Washington) apunta a China, mañana puede apuntar a otros países”, recordaba el jueves en un editorial el Diario del Pueblo. Y la diplomacia del gigante asiático usa los varios frentes abiertos de Trump para recabar apoyos: El embajador chino ante la UE, Zhang Ming, pidió este viernes al bloque europeo "actuar juntos" contra el proteccionismo para "hacer respetar el orden comercial multilateral", informa AFP.
La visión es que, a pesar de que una guerra comercial pueda lastrar al propio país, China defenderá sus intereses “a cualquier coste”, según dijo este viernes el Ministerio de Comercio, que está preparado para tomar medidas “de forma inmediata” en caso de que Trump imponga tasas adicionales por un total de 100.000 millones. En una supuesta tercera ronda de tarifas, las opciones arancelarias quedarían limitadas para el gigante asiático, que si decidiera responder con la misma moneda terminaría por gravar prácticamente todas las importaciones estadounidenses.
Pero China, que tiene aún un inmenso control sobre la economía, puede maniobrar para penalizar a Estados Unidos con otros métodos como tocar la balanza de servicios (turismo, educación), complicando las operaciones de las empresas americanas en su territorio, bloquear inversiones chinas en suelo estadounidense o jugar con el valor de su divisa o sus compras de deuda pública. “Se están considerando todas las opciones”, aseguró este viernes un portavoz del Ministerio de Comercio chino. La segunda economía mundial, además, tiene garantizada la unidad interna por su modelo autoritario: habrá voces en Estados Unidos que cuestionen a Trump, pero nadie osará poner en duda la estrategia que quiera implementar Xi Jinping.
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