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ACNUR critica las dificultades de los rohingya para huir de Myanmar por las minas

La prioridad de la agencia de la ONU es conseguir mejorar las condiciones de acogida en Bangladesh de los huidos por la represión militar birmana

La jefa de Emergencias de Acnur, Joung-ah Ghedini-Williams, este miércoles en Madrid.
La jefa de Emergencias de Acnur, Joung-ah Ghedini-Williams, este miércoles en Madrid.Claudio Alvarez (EL PAÍS)

Más de 80 días después de que arrancara el éxodo de los rohingya desde Myanmar, más de 600.000 han llegado a campos de refugiados en Bangladesh. Lejos de haber cesado, el flujo de personas que cada día cruza la frontera continúa, pero cada vez lo tienen más difícil para ponerse a salvo. “La zona está llena de minas terrestres y se han instalado muchos controles (del Ejército birmano) en la frontera”, asegura en Madrid la jefa de Emergencias de ACNUR, Joung-ah Ghedini-Williams (Seúl, 1968), recién llegada del campo de refugiados de Kutupalong, en el sureste de Bangladesh.

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Desde el pasado 25 de agosto, más de 600.000 rohingya han huido de la brutal represión ejercida por del Ejército de Myanmar hacia esta minoría musulmana, en lo que la ONU no ha dudado en calificar como una “limpieza étnica de manual” en ese país de mayoría budista. Pero según explica la representante de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, “todavía hay miles que quieren cruzar pero no pueden”. Ghedini-Williams sostiene que todos los rohingya con los que ha podido hablar, ya a salvo en Bangladesh, le transmitían “la tremenda violencia” sufrida en Myanmar.

“Todos me relataron historias muy similares: durante meses se les impidió moverse con libertad, llevar a sus hijos al colegio o ir a trabajar a otras aldeas. A eso se añade que han vivido meses e incluso años con miedo a que se desencadenara una brutal represión en cualquier momento”, explica. “Pero lo que les hizo huir fue ver el humo que desprendían los pueblos cercanos quemados”, señala, en referencia a las aldeas del Estado de Rajine que los uniformados arrasaron con fuego.

“Muchas mujeres me contaron que detuvieron a sus maridos. Otras presenciaron cómo se llevaban a niñas”, apunta esta experta en crisis humanitarias, a las que lleva dedicándose desde hace dos décadas. Ghedini-Williams, de visita en España como parte de la campaña para ayudar a los rohingya, mide sus palabras y evita señalar directamente a los responsables, las fuerzas de seguridad birmanas, al tiempo que insiste en el papel humanitario y no político que ejerce ACNUR. “Nuestro deber es dar respuesta a la necesidades humanitarias de los refugiados e intentar mantener una postura neutral, porque queremos seguir teniendo acceso a todas las zonas”, dice.

Según esta responsable de Emergencias, en el cargo desde hace casi tres años, el mayor reto en este momento es coordinar la ayuda humanitaria en Bangladesh, donde los campos de refugiados han pasado, en menos de tres meses, de tener unos 300.000 rohingya —algunos instalados en este país de mayoría musulmana desde los años noventa por anteriores conflictos en la vecina Birmania—, a más del triple. “En 100 días han llegado 610.000 personas, triplicando el número que ya había y en campos que estaban de por sí bastante llenos”. Ahora la prioridad de ACNUR es buscar, junto con las autoridades bangladesíes, otros terrenos a donde pudieran trasladarse parte de estos refugiados para vivir en mejores condiciones. Pero el terreno, plagado de colinas y ríos, convierte esta tarea en "todo un reto logístico".

A eso se le añade combatir el “alto grado de malnutrición con el que llegan muchos de los niños rohingya”, que representan el 54% de los llegados. Ello les hace muchos más vulnerables a contraer todo tipo de enfermedades, entre ellas el cólera, señala esta estadounidense de origen surcoreano. La falta de agua potable y saneamiento, así como la inminente temporada de tifones suponen además un riesgo importante para la propagación de infecciones.

Hasta finales de septiembre, los refugiados rohingya que llegaban a orillas bangladesíes eran unos 10.000 al día, el mayor flujo de personas desde el genocidio de Ruanda, en el que Ghedini-Williams también estuvo trabajando en los noventa. “Aquí los desafíos son mayores pero lo que no cambia es la resistencia de la gente. La fuerza de los refugiados que, a pesar de haber sufrido experiencias extremadamente difíciles, intentan reconstruir sus vidas y crear un entorno seguro para sus hijos”.

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